Christian Petzold continúa indagando en la Historia, a través de la huella que deja en sus protagonistas y de la resiliencia que les hace resurgir y sobrevivir.
En la primavera de 1945, una superviviente de Auschwitz vuelve a Berlín. El misterio de los vendajes que cubren su rostro nos envuelve ya en los primeros acordes del film en un clima de intriga, abriendo el primer interrogante de una serie de misterios y secretos semidesvelados. El clima de género se instala rápidamente, los cánones del noir se revelan con la austeridad propia de un director que apuesta lo justo en escenografía y dirección artística, sin cargar nunca las tintas, estilizando con eficiencia, consiguiendo la credibilidad como sin esfuerzo, al aire de su leit motiv musical, la canción “Speak Low”, de Kurt Weill, interpretada por la propia protagonista, en un clima que no hubiera defraudado a Boileau y Narcejac.
Christian Petzold vuelve a explorar en Phoenix, desde el presente, la historia reciente de Alemania y, al mismo tiempo, es capaz de tomar la distancia necesaria para mostrar a la vez las diferentes aproximaciones al pasado inmediato por parte de sus protagonistas. El pasado de Nelly se va revelando, su misión es vital: la búsqueda y el reencuentro con su marido Johnny, una obsesión que nos produce sentimientos encontrados, dudas y nuevas incertidumbres. El director, cuyo guion, escrito con Harun Farocki, adapta una novela de Hubert Montheilhet, de 1961, nos enfrenta con el día después, la necesidad de cerrar heridas, sellar reencuentros o aceptar que nada volverá a ser igual.
Con la justa dosis de información sobre su vida en común y las circunstancias de su separación a causa del confinamiento de ella en el campo de concentración, nos vemos obligados a reconstruir el pasado desde nuestra butaca y, a continuación, a elucubrar sobre la sinceridad, el fingimiento y las buenas o aviesas intenciones que dirigen sus estrategias. La habilidad para tejer la historia y decantarnos por los derroteros que ha pautado el director convierten a Phoenix en una película que reta y responde sugestivamente al espectador, que intriga, a pesar de algunos momentos de excesiva languidez en su ritmo.
En un paralelismo con las diferentes formas de afrontar un pasado impregnado de dolor y conductas deshonestas, Petzold narra la historia de dos supervivientes con la frialdad que ya es marca de la casa (esta es su sexta colaboración con la minimalista Nina Hoss), nos habla de una pareja reencontrada que echa mano de diferentes tretas, ya sea para recuperar lo perdido, y por el camino abrir los ojos a la realidad (Nelly), ya sea para asegurarse un confortable porvenir (Johnny). En una serie de giros argumentales, que obtienen, dicho sea de paso, nuestra entregada credulidad, la mujer del rostro desfigurado y reparado deberá interpretar un papel en su propia vida, que le pondrá de nuevo en manos de su marido, como en el más delirante de los melodramas, consiguiendo sin embargo que la fría luz que ilumina peripecias y emociones congele bajo nuestra mirada la crudeza de su historia.
Christian Petzold, cuya proyección al gran público comenzó con Barbara (2012), ganadora del premio al mejor director en el Festival de Berlín y candidata al Oscar, empareja de nuevo a los dos protagonistas, Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, la fragilidad y la contundencia de dos físicos de nuevo marcados por la desconfianza, el desamparo y los dictados de la Historia. Las cenizas no fueron el final.
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