Hay un contraste brutal entre el empuje del centro de innovación de Las Naves y el vacío plagado de vallas e impotente que se abre a sus espaldas, en lo que alguien visionó como el lugar más atractivo de España para vivir, en el sector urbanizable de El Grao. Junto al puerto, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a la vista de una de las zonas más caras de Valencia y de una de las más modestas.
Este es el único paseo de la serie que comienza y acaba con música en vivo. Por pura casualidad, arrancamos con la prueba de sonido de Julio Bustamante en el patio de Las Naves, donde hemos quedado para comenzar el recorrido del sector urbanizable de El Grao que queda a su espalda. En esos momentos, ensayan con “La cuesta de San Vicente”, una canción de su último álbum. Julio Balanzá lleva la guitarra y su hijo Lucas, el bajo del trío rítmico acompañante. Aguardamos un poco más a ver si prueban con “Hojas de hierba”. No hay suerte. Damos la vuelta y nos encontramos con el lado oscuro de otras naves sin rehabilitar, que hablan de nuestro pasado industrial reciente, que plantan cara al vacío en forma de explanada monumental.
Cuentan las crónicas de la época que iba a ser el lugar más atractivo de España para vivir , según llegó a decir en 2007 la exalcaldesa de Valencia Rita Barberá. Ocho años después, este espacio evoca vacío, impotencia, fracaso y, paradójicamente, paz eterna, dado que el punto con más vida de este recinto urbano marcado por los restos del circuito de Fórmula 1 es el cementerio de El Grao, rematado en los últimos tiempos con azulejos romboidales de un alegre color verde.
Aquel visionario lugar más atractivo de España para vivir es hoy, con suerte, el lugar más interesante de la periferia de la capital para los organizadores del festival de música electrónica Mare Nostrum, que se celebró hace apenas una semana en la zona del plan urbanístico de El Grao, el mismo espacio que ha sido escenario en otras ocasiones de macrobotellones universitarios y macrofiestas musicales, con miles de jóvenes participantes.
Ubicado entre las vías del tren que aquí se hacen subterráneas para emerger de nuevo en la Malvarrosa, los históricos tinglados modernistas del puerto y el puente de Astilleros, este proyecto de urbanización solo tuvo dos novios en la pedida de mano convocada a tal fin y, encima, el concurso quedó tan desierto como esta superficie que no hace tantos años vibraba al paso de los coches de carreras, a mayor gloria de Bernie Ecclestone.
Las vallas perennes del circuito automovilístico que aparentan llenar este vacío lo hacen más absurdo. Proliferan a pocos pasos de los edificios de viviendas de la calle Bello y del colegio público San José de Calasanz y no imaginamos que quien concibió tan genial idea fuera capaz de instalar el circuito a pocos metros de su casa y el colegio de sus hijos. Bueno, aquello ya pasó, aunque los valencianos padezcamos sus secuelas, que no son pocas y nos cuestan dinero.
Aquel plan de actuación integrada (PAI) del Grao de Valencia iba a acercar la ciudad del siglo XXI al mar, completando una línea recta que viene desde la salida hacia Madrid por la Avenida del Cid y pasa por la flamante y moderna Avenida de Francia. En un espacio de 400.000 metros cuadrados iban a convivir amplias extensiones verdes y canales navegables con rascacielos y el circuito urbano de Fórmula Uno. Virgen Santa, quién lo diría ahora.
Nos aventuramos por detrás del cementerio, entre tupida vegetación que comienza a descender al viejo cauce del Turia y observados por un mástil gigantesco del cual ya no penden banderas, con una caseta ruinosa a sus pies. Es la nada y la nada atraviesa el túnel que discurre, lleno de agua y desperdicios, manjar de mosquitos y otros bichos, por debajo de los carriles automovilísticos y sus vallas. En medio de la explanada de la antigua estación de El Grao, cada vez hay más vecinos que se unen con sus perros bajo uno o dos árboles solitarios.
Poco más hay que ver. Decidimos que es ya hora de ir a tomar una cerveza escuchando a Bustamante cantar en grupo, algo infrecuente. Clara Vinyals hace voces a juego con el tono del cantautor y con la brisa leve que, afortunadamente, comenzó a moverse al caer la tarde. Tocan “Hojas de hierba” para terminar, antes de los bises.
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