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Un “Otello” con luces y sombras inaugura temporada en La Fenice

En Música martes, 3 de diciembre de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

El inicio de la nueva temporada del Teatro La Fenice, la última bajo la dirección del superintendente y director artístico Fortunato Ortombina —quien en pocos días asumirá oficialmente su nuevo cargo en el Teatro alla Scala de Milán—, sufrió un retraso de varios días. Las tensiones sindicales, que ya habían afectado otras funciones tras la pausa estival, provocaron la cancelación de la primera representación, poniendo de manifiesto no solo demandas contractuales, sino también la incertidumbre que rodea el nombramiento de las futuras autoridades del teatro veneciano. En el plano artístico, Ortombina optó por un título emblemático como Otello de Verdi, confiando nuevamente la batuta al maestro Myung-Whun Chung. Este director, figura recurrente en las inauguraciones de la larga etapa veneciana de Ortombina, ya había dirigido con éxito esta misma obra en la apertura de la temporada 2012-2013.

Otello en La Fenice

Un momento del segundo acto de Otello. © Michele Crosera.

Otello es, en esencia, un drama de soledades. La soledad del protagonista, refugiado en el amor de una joven para escapar de sus batallas, de su condición racial y del ocaso de su gloria militar; la de Desdémona, atrapada en un matrimonio con un hombre celoso y posesivo que le impide desarrollar vínculos genuinos con los demás; y la de Yago, el alférez consumido por su obsesión de permanecer siempre bajo la sombra de otros. En esta penúltima ópera de Verdi, los personajes hablan, pero no se comunican, prisioneros de planos de incomunicación irreconciliables. Solo Yago, representación del mal en estado puro, destructor y autodestructivo, consigue hilar los acontecimientos, manejando a los demás como piezas de un juego perverso, aunque finalmente termina siendo víctima de su propia manipulación. Este carácter, sin duda el más complejo de la obra, debería convertirse en el eje de cualquier puesta en escena eficaz y reveladora. Sin embargo, el enfoque propuesto por Fabio Ceresa en esta nueva producción no logró estar a la altura. Aunque la presencia constante de Yago en escena resultó cautivadora, no bastó para redimir una producción que se mostró molesta en muchos aspectos. La dirección escénica ignoró reiteradamente las indicaciones musicales de Verdi, cuyas partituras guían cada acción con una precisión sonora casi teatral, y desplazó el drama hacia interpretaciones simbólicas y alusivas que restaron fuerza al conflicto esencial de la obra.

Otello en La Fenice

Primer acto de Otello. © Michele Crosera.

Esta aproximación simbólica, que puede funcionar en otros contextos, resulta inadecuada para Otello, una ópera de dramaturgia esencial que se sostiene por sí sola sin necesidad de reinterpretaciones forzadas. En este caso, las alusiones religiosas —como la caracterización de Desdémona a la manera de una Virgen bizantina rodeada de ángeles— y la inclusión de bailarines que representaban demonios internos en la mente del protagonista se percibieron como recursos demasiado didácticos. La presencia de un doble de Otello con referencias al León de Venecia añadió confusión más que claridad al relato. El decorado de Massimo Cecchetto, inspirado en la iconografía de la Basílica de San Marcos, tampoco funcionó plenamente. La división del escenario mediante un panel con tres arcos, que separaba la acción entre un espacio delantero y otro elevado, dificultó la fluidez narrativa. A esto se sumó el vestuario diseñado por Claudia Pernigotti, con alusiones igualmente forzadas a Venecia, y una dirección de actores superficial, que dejó a los cantantes prácticamente abandonados a su improvisación gestual.

Otello en La Fenice

Tercer acto de Otello. © Michele Crosera.

Afortunadamente, el apartado musical ofreció un nivel superior. Myung-Whun Chung logró plasmar una lectura intensa y tensa de la partitura, manteniendo el equilibrio entre el dramatismo y el lirismo característicos de Verdi. Sin embargo, en comparación con sus interpretaciones anteriores, su enfoque resultó algo menos refinado en lo que respecta a los detalles orquestales. El reparto vocal fue, en general, convincente, aunque no exento de decisiones controvertidas. En un gesto que parece alinearse con una interpretación contemporánea de sensibilidades culturales, el “moro de Venecia” no fue representado con un rostro oscuro, decisión que, en este caso, podría considerarse un desacierto. Dicha elección minimiza la carga dramática y los conflictos raciales explícitos que forman parte esencial tanto del libreto original como de la tragedia shakespeariana que lo inspira, donde los epítetos racistas son un elemento crucial del desarrollo narrativo.

Otello en La Fenice

Giovanni Meli y Karah Son en la última escena de Otello. © Michele Crosera.

Francesco Meli asumió el papel protagonista tras una sólida trayectoria que comenzó en el repertorio mozartiano y belcantista, para luego consolidarse en los últimos años como una de las voces de referencia en el universo verdiano, con papeles que abarcan desde Ernani hasta Radamès. El tenor genovés afrontó el desafío de Otello con inteligencia, interpretándolo desde su propia vocalidad, claramente de naturaleza lírica. Al hacerlo, se alejó tanto de la tradición de los tenores dramáticos de timbre oscuro como de la de las “trompetas de plata” caracterizadas por registros agudos deslumbrantes. Meli optó por centrarse en los pasajes más cantables y melódicos del papel, donde pudo desplegar su capacidad para matizar con delicadeza cada frase, creando una interpretación introspectiva y medida. Karah Son como Desdémona mostró una calidez vocal notable, aunque sus agudos carecieron de seguridad. Su actuación, inicialmente monótona, fue ganando sin embargo en profundidad, alcanzando su momento culminante en la plegaria del último acto. El triunfo absoluto de la noche fue para Luca Micheletti, quien encarnó a un Yago de gran intensidad vocal y actoral. El dominio técnico del joven barítono, tanto en los pasajes más exigentes como en los momentos de mayor sutileza, se vio complementado por una actuación escénica impecable que hizo justicia a la complejidad del personaje, incluso a pesar de la falta de apoyo por parte de la dirección escénica. El resto del reparto estuvo igualmente acertado, y al final de la velada se consolidó un éxito rotundo, particularmente para Micheletti y Chung.

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