Custo Barcelona atraviesa momentos delicados, diluida entre una competencia salvaje y sobreviviendo a base de alianzas peligrosas, que le restan el prestigio que durante un tiempo atesoró.
Me la compré con mi primer sueldo. Tenía 18 años y con las 10.000 pesetas que me llevaba al mes como becario en la radio de mi pueblo, me agencié una -por aquel entonces, preciosa- camiseta de Custo Barcelona. Y lo hice sabiendo que algún día -vaya, hoy- iba a presumir de ello. Saco pecho y confieso sin sonrojo que sucumbí a los encantos de una firma que elevó las denostadas t-shirts de algodón a la categoría de objeto de deseo, que relanzó la marca Barcelona como sinónimo de diseño y moda y que estableció un antes y un después en el street wear: su propuesta era rompedora e inconfundible; devino en icono.
Esta semana, he leído que la empresa se va a pique, que ha facturado un 98% menos que en el ejercicio anterior y que no encuentra perro que le ladre o sea inversor que le inyecte unos cuartos. ¿Qué ha fallado? ¿Qué ha ocurrido entre aquellos fastuosos desfiles en la Semana de la Moda de Nueva York y el lanzamiento de unas mochilas para unos gimnasios? Este verano, resollaba sus estertores con la comercialización de una colección cápsula para Lidl: las “mismas” camisetas que costaron 90 dólares en la Quinta Avenida, disponibles en tu polígono más cerano a 9,90 euros y junto a tarros de 2 kilos de pepinillos.
El principal error de la firma, en mi opinión, ha sido no evolucionar estéticamente en los últimos 14 años, permanecer anclada a un filón del que chupaban muchos otros, algunos incluso más asequibles y “chulos” que el original. Es inviable reivindicar lo inaprehensible como propio y marcarse, además, el farol de llevar a tus competidores a los tribunales en un negocio como el de la moda tan dado a la copia inspiración en el trabajo de otros. Además, si no solo de tweed vive Chanel; ni de suelas rojas, Loubutin, ¿por qué las camisetas con mangas de diferentes colores y estampados alucinógenos iban a ser suficientes para sostener un imperio?
Por eso, aunque mi camiseta de Custo hace años que duerme en el cajón de los pijamas, me da penita que le vayan mal las cosas y que su estilo se haya diluido entre una competencia salvaje y amistades peligrosas. Porque, reconozcámoslo, hoy serán feas de remate pero con esas camisetas el diseñador catalán consiguió lo que muchos otros reconocidos colegas no han logrado: ser reconocible. De hecho, hace unos meses, una exposición repasaba medio siglo de prêt-à-porter en la Ciudad Condal. La visité con una amiga y, juntos, mirando los maniquíes, intentábamos adivinar quién firmaba cada diseño. Podéis adivinar cuál fue el único que no nos hizo dudar ni un segundo.
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