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Cine y Series

“No hay amor perdido”, entrevista con Nahuel Pérez Biscayart

En Entrevistas, Cine y Series jueves, 6 de febrero de 2025

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Nahuel Pérez Biscayart recibió su primer premio antes de los veinte años, y poco después una beca para estudiar en Nueva York. Desde entonces, su talento no ha dejado de ser reconocido con galardones como el César, el Lumières, el Globo de cristal o la primera nominación de la Academia europea a un actor argentino, que recibió por su impactante trabajo en 120 pulsaciones por minuto. En la pantalla, el actor reviste una apariencia entre frágil y resiliente, muestra una camaleónica capacidad para expresarse en varias lenguas a la perfección, y nos ha seducido sin encasillarse. Pérez Biscayart protagoniza junto a Céleste Brunnquell No hay amor perdido (La fille de son père), de Erwan Le Duc, una historia de paternidad en solitario, amor incondicional y crianza admirable, con las dosis justas de comedia para darle una vuelta a lo que podría ser sobre el papel un drama familiar. Por el contrario, se convierte gracias a un trabajo de dirección e interpretación impecable, en una historia eterna con un tratamiento absolutamente contemporáneo.

Charlamos con Nahuel Pérez Biscayart sobre su carrera, sus elecciones, la importancia del lenguaje (y las lenguas) y su compromiso profesional.

EVA PEYDRÓ: Me gustaría empezar haciendo referencia a tu carrera, muy intensa a pesar de tu juventud, tantos premios de primer nivel y desde tan pronto… ¿Podemos hablar de verla con perspectiva, en este momento? Sería como preguntarse ¿cómo he llegado aquí?

NAHUEL PÉREZ BISCAYART: No tengo ni idea. Te escucho como si fuera la historia de otra persona [ríe]. La escucho, con gracia, pero me siguen moviendo las mismas cosas. La verdad, nada de lo que dijiste recién… [eleva sus ojos y hace una larga pausa]. Qué difícil hablar del éxito, la idea del éxito. El éxito, el no éxito, el prestigio, son palabras que, no sé, ocupan un lugar muy distante en mí.

E.P.: Más que a los premios en sí hago referencia al hecho de haber tenido éxito en una profesión, además del reconocimiento, el haber conseguido ya no simplemente destacar sino elegir papeles, haberte podido dedicar a algo en lo que eres muy bueno.

N.P.B.: Bueno, eso que describís es como un poco la definición de éxito, por ahí me gusta, tener la libertad de poder hacer primero lo que me gusta hacer. Y no solo eso, de poder elegir lo que quiero, es el privilegio infinito, realmente. Y soy cada vez más consciente. Antes, de chico, más adolescente, estaba más renegado o siempre como más peleado con el sistema y más… bueno, lo sigo estando. Pero me doy cuenta que también eso fue una virtud en un punto, porque eso me mantuvo siempre muy sincero a mí, a mis deseos, a las pulsiones que me habitan y que me hacen ir hacia un lado o hacia el otro. Nunca sentí que tuve que hacer concesiones éticas, morales, políticas, para llegar a un lugar, porque no me interesa estar en ningún lugar que no esté en alineamiento con lo que soy o con lo que apunto a hacer, o con gente que me inspira para hacer algo que quizás todavía no soy. Siempre tiene que ser el lugar del trabajo creativo para mí un lugar incómodo, un lugar desconocido. No digo que sea cien por ciento eso, pero tiene que tener elementos de eso para que algo de ese trabajo me siga convocando.

La Fille de son père. Nahuel Pérez Biscayart

E.P.: Exactamente a eso es a lo que me refería.

N.P.B.: Por eso aprendí idiomas, por eso viajé, por eso me animé a ir a otros lugares. Y eso está medio en mi ADN desde pequeño, supongo. No lo puedo ni siquiera medir, ni como un logro personal, era inevitable.

E.P.: También es una característica de algunos de tus personajes, porque te sientes muy cómodo hablando en diferentes lenguas, y el culmen sería El profesor de persa. ¿Piensas que el idioma conforma al personaje?

N.P.B.: Sí, por supuesto, no únicamente, pero sí, claro. O sea, un idioma que… ni siquiera te digo idioma, sonidos y gestualidades que empiezan a habitar en mí y que no son con las que nací, inevitablemente me llevan a un lugar mental y sensible que es completamente desconocido. Y lo que se pone de manifiesto y lo que se empieza a activar en el cuerpo del actor es algo que no ocurriría si estuviera haciéndolo en español. Ese fue el proceso que hice. Ahora, cuando vuelvo a actuar en español, intento que me pase incluso eso mismo con el español, se entiende como poder entender también la voz, las palabras, la dicción, los silencios, los tonos, los timbres, poder entender eso también como algo que no es uno. Es una cosa que a uno lo habita también, como si te dijera que el trabajo que me interesa es al final el proceso inverso. No soy yo el ente productor de gesto, sino que yo simplemente soy un recipiente que se deja habitar por ellos. Es un poco volada la idea, no volada…, un poco pretenciosa. Pero hay algo de eso que siempre me sigue convocando. Y supongo que por eso los idiomas me apasionan tanto, porque algo que era un ruido, de golpe, genera sentidos, de golpe, genera emociones, de golpe, genera vibraciones, genera maneras de estar, maneras de respirar. Hay una transformación muy fuerte. Bueno, la respiración y el habla, también, es como la conexión entre el interior y el exterior.

E.P.: Es un proceso muy íntimo.

N.P.B.: Es muy íntimo. Es como el canto, si uno le puede dar ese valor profundo es muy existencial, porque ¿estoy respirando o el mundo me está expirando? O sea, me respira el mundo, respiro yo al mundo. En ese borde, en ese espacio liminal es donde para mí la actuación se pone misteriosa e interesante, cuando no se entiende quién está haciendo qué.

E.P.: Y hablando de los idiomas… Han sido muy polémicas las  declaraciones de Jacques Audiard, cuando dijo que El español es un idioma de países emergentes, de países modestos, de gente pobre y migrantes. Es una declaración muy fuerte.

N.P.B.: Y repudiable. ¿Qué decimos? El francés es una lengua colonial imperialista, asesina…, es de un nivel muy burdo, muy, muy, muy rudimentario. Asignarle a una lengua un carácter socioeconómico cultural… ¡qué bruto hay que ser! No, no… qué bruto, no. ¡Qué privilegiado! ¿Desde qué perspectiva miras al otro? Bueno, y esa es la gente que nos narra después. Esa es la gente que narra nuestras vivencias, que se endilga el derecho de narrar, los dueños del relato. Entonces, ahí es cuando se pone interesante el debate y la política, quiénes son los que ocupan en ese lugar.

La Fille de son père. Nahuel Pérez Biscayart

E.P.: Pero no dejemos de debatir.

N.P.B.: No, no, pero es que, Eva, es lo que me habita constantemente. Últimamente, en los últimos cinco o seis años, o más, todos los guiones que leo, más allá del primer sentimiento que me pueda generar un guion en términos sensibles, es político, todo es muy político. Es la representación, es qué tipo de relatos queremos ver, cómo queremos narrarnos, qué tipo de paradigmas queremos por ahí manifestar, aunque no existan, qué tipo de masculinidad quiero actuar… Es todo muy político. Es muy interesante y es muy difícil. Es muy difícil ser actor y encontrar resquicios en los proyectos que me llegan para poder también aportar revolución. Es muy difícil, porque muchos de los relatos que a uno le llegan son creados por esos seres privilegiados que lo único que hacen es o espectáculos para entretener o que confirman los lugares que tanto odiamos y que tanto daño nos han hecho, o del otro lado también se puede pasar la vara y es que me quieren aleccionar o explicar políticamente sobre lo que está bien y lo que está mal, que tampoco me interesa, porque el arte, justamente para mí es el lugar de la corrosión, de la tensión, de la puja, el lugar en el que tenemos que incomodar. Pero esas reflexiones tienen que partir de un lugar sincero de deconstrucción y de apertura hacia los otros, no de posesión total de las ideas.

E.P.: ¿Entre todos los papeles que has representado, cuál sería el más exigente a nivel mental o físico?

N.P.B.: Muchos, de maneras muy diferentes. Hubo muchos en que, por supuesto, el idioma fue un tema crucial, que tuve que aprender un montón. Fue desafiante 120 pulsaciones por minuto, porque nunca había actuado en una peli en francés con tanto texto, siendo parte de un colectivo, en el cual el ritmo de la escena estaba dado por el colectivo y no por dos personas nada más. Tuve que trabajar mucho. Pero, por ejemplo, en esa peli, te diría que todas las escenas como más emocionales, difíciles, fueron las más fáciles de hacer. O sea que muchas veces lo que uno piensa que va a ser desafiante, difícil, termina siendo simple, porque cuando los elementos están bien dados, es inevitable que la máquina empiece a operar y que la magia aparezca. No tuve películas difíciles, la verdad, tuve muy pocas. En general, las pelis que reconozco como difíciles…, no difíciles…, más pesadas de haber hecho, siempre en general, tienen que ver con que hubo un desentendimiento entre las partes. Siempre tiene que ver más con eso, pues puedes ponerle más onda, menos onda, puede la peli salir mejor o peor…, quiero decir, pero la sensación de fracaso es cuando no hubo entendimiento, pero entendimiento profundo. Político. Ahí decís ah…, acá estoy, dedicando mi tiempo a un proyecto que reproduce todo lo que yo critico. No me ha pasado muchísimo, pero me ha pasado un par de veces.

E.P.: ¿Qué es lo que te atrajo de No hay amor perdido?

N.P.B.: Todo lo contrario. Lo que te estoy diciendo, total comunión de ideas, de sensibilidad, de humor… Mmm, emocionalmente. Me vi muy atravesado por la historia. No soy padre ni nada, pero me dejó llorando el guion, cuando lo leí. Me conmovió mucho, me conmovió mucho la picardía, la ternura, el humor que tiene Erwan, de cómo una historia que a priori sería una tragedia él la aborda desde un lugar completamente poético, libre, lúdico. Me gustó hacer de un padre que se intenta buscar a sí mismo, que intenta crecer a la par que su hija, que se deja maternar por su propia hija, que se permite ser vulnerable. Que tiene mucho amor para dar, que no ocupa solo el rol de padre que provee de dinero y bienestar material. Bueno, ser un padre-madre, la multiplicidad de roles que uno puede encarnar.

La Fille de son père. Nahuel Pérez Biscayart.

E.P.: El reto de la película es tratar un tema tan profundo, porque en el fondo es el desapego emocional para amar de una forma respetuosa para dar el espacio al otro, es eso es el amor verdadero.

N.P.B.: Total.

E.P.: Un tema muy profundo y muy universal, pero está tratado de una forma súper original porque hay momentos que es slapstick, musical, que hay mucho humor, hay elementos de fantasía. Lo difícil, pienso yo, es encontrar ese equilibrio para narrar una cosa tan intensa de una forma que a veces parece superficial ¿no?

N.P.B: Sí.

E.P.: En ese sentido, ¿qué indicaciones tuvisteis por parte de Le Duc?

N.P.B.: Más simple, más simple, más simple. Todos esos elementos que acabas de evocar no tienen por qué ser encarnados por la actuación, son elementos que configuran la película, que están en el papel, en los textos que decimos, en la escenografía colorida, en la música, en el montaje y en el ritmo del slapstick que tiene mucho que ver con los tiempos internos del montaje. Muchas cosas que uno, como actor —y ahí es cuando hay que estar atento— no tiene que hacerse cargo de todas ellas. Uno no tiene que ser consciente de todo, porque si no terminas embarrando la cancha, querés poner de más para estar a la altura de eso. Y quizás el interés está en esa aflicción entre todos esos elementos, que a priori dirías Uy, son medio incompatibles, ¿cómo hacemos para que dialoguen?, porque están dialogando. Cuando están dialogando, dialogan.

E.P.: Incluso el personaje de Youssef, el novio de Rosa, que podría parecer pedante es un personaje cuyos diálogos suenan naturales, es como un poco mágico.

N.P.B.: Gran casting, hay que decirlo, o sea lo que hace Mohammed con Youssef es crucial, hecho por ahí por otro actor o con otra manera, con otra mirada… y por ahí, no ha parecido pedante.

E.P.: Es un personaje además con mucha personalidad.

N.P.B.: Es espectacular.

El arte, justamente para mí, es el lugar de la corrosión, de la tensión, de la puja, el lugar en el que tenemos que incomodar.

E.P.: La magia a veces está en sentirse perdidos.

N.P.B.: Cien por ciento.

E.P.: Hablemos de la relación entre el padre y y la hija, Étienne y Rosa, porque a veces incluso parecen una pareja ¿no? Tiene ese punto de screwball, de dos personas que se quieren, pero al mismo tiempo se desafían, tienen intereses muy diferentes, como el arte y el fútbol, en este caso. ¿Tuviste algún referente a la hora de plantear esa relación?

N.P.B.: No, la verdad es que no, no suelo trabajar con referentes. Uno muchas veces es un poco el alter ego del director o de la directora, más o menos conscientemente, uno a veces ocupa esos lugares. Erwan es muy inspirador, lo he visto con su hija, hay algo de su picardía y de su manera de abordar la vida, que es muy su película. Por eso, en ese sentido, es muy sincera la peli. O sea, toda la sensibilidad de Erwan, de la que él practica en la vida también la practica a través de su peli. Entonces, cuando uno entra en su mundo, ya entrás. Entonces por ahí. La referencia no es una persona, pero son los vínculos, la musicalidad de cómo alguien habla, la dulzura que alguien puede tener, la manera de ver la vida… El hecho de que haya elegido a Céleste, esta actriz que tiene un fraseo muy especial para los franceses, para el que habla francés se da cuenta que habla de una  manera casi teatral por momentos.

E.P.: Hay momentos en que me recordaba a Dominique Sanda, el acento, la entonación, Céleste Brunnquell es una actriz muy seductora sin quererlo.

N.P.B.: Y es lo interesante, porque la ves y es increíble lo que pasa con Céleste, la ves en persona y es muy atractiva y magnífica y todo… y cuando encima le pones una cámara, hay miles de cosas que no habías registrado, que se potencian y que ella se potencia también cuando actúa, que es descomunal, es descomunal. Es muy misterioso lo que genera ella, porque genera una teatralidad que de golpe sí, está actuando, y todo ese lugar para mí confuso es el más interesante, el que tiene que ver también con ser hija, ser padre, mantener vínculos familiares, amorosos, cómo uno se presenta ante el otro, qué esfuerzo uno hace para hacer lo que uno no es, o para hacer lo que el otro quiere que uno sea. En todo ese cúmulo de intenciones es cuando la escena se pone interesante y con Céleste tuvimos una relación muy simple también, fue muy bella.

E.P.: Entre vosotros hay una química que se trasluce y como tú has dicho también es un trabajo de equipo.

N.P.B.: Eso no se hace en soledad, es cien por ciento un trabajo de equipo. Me alegro que lo hayas podido apreciar.

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