Se publica en castellano el libro de memorias de Bernard Sumner, que salda cuentas con el pasado y evoca la epopeya musical de sus dos históricas bandas.
“Lo que recuerdo con mayor nitidez es haber mirado hacia el fondo de la calle y haber visto las farolas de sodio naranja rodeadas de un halo sucio producido por la niebla. Al mirarlas, uno se sentía enfermo de gripe. Las luces habrían resultado lo bastante mortecinas en cualquier otro momento, pero la niebla, tiznada con la mugre y el polvo de las fábricas, las había reducido a una sucesión de globos turbios a lo largo de la calle.” Así es como Bernard Sumner retrata, en uno de los mejores pasajes de New Order, Joy Division y yo (Sexto Piso), publicado originalmente el año pasado en el Reino Unido con el título Chapter and Verse (Bantam Press), el adusto y grisáceo caldo de cultivo en el que germinó la música de Joy Division, la banda que formó en 1976 junto a Ian Curtis, Peter Hook y Stephen Morris.
El libro supone una mirada retrospectiva, en la que el músico de Salford (Manchester), a punto de cumplir los 60 años, rinde cuentas de algunos episodios ya sobradamente conocidos y desvela algunos de los momentos más espinosos de su pasado más reciente, como la agria salida del bajista Peter Hook de New Order, tras más de tres décadas de complicidad creativa.
Los problemas de epilepsia y el torbellino emocional que condujeron a Ian Curtis, letrista y vocalista de Joy Division, a quitarse la vida en la noche del 18 de mayo de 1980 engrosan unos de los tramos inevitables del volumen, si bien poca luz cabe aportar ya desde ningún ángulo a unas semanas que fueron ampliamente documentadas en el libro Touching From a Distance (Faber & Faber, 1996), escrito por su viuda Deborah Curtis (a quien Ian era infiel: mantenía una relación con la periodista belga Annik Honoré) y Jon Savage, el documental Joy Division (2007), de Grant Gee o la película Control (2007), de Anton Corbijn.
Pocas bandas de aquella época han visto su sombra alargarse con tanta proyección mucho tiempo después de su deceso. Joy Division han sido algo así como los Velvet Underground de la generación del 77: permanentemente sometidos a revisión dos décadas después de su muerte, imitados por doquier, investidos de un aura mítica a través de libros, películas, documentales, recopilaciones, reportajes y exhumaciones de cualquier descarte, por trivial que pudiera resultar. Una factoría de camisetas póstumas, casi mayor que la de los Ramones. Todo esto podría haber minado el relato de Sumner, pero, paradójicamente, es este primer tramo del libro el más vigoroso, gracias a su gráfica evocación de su adolescencia en una ciudad tan plomiza como debía ser la industrial Manchester en la década de los 60 y 70, hasta entonces siempre a la sombra del merseybeat de Liverpool y la efervescencia de la capital Londres, y apenas sacudida por el acné punk de los Buzzcocks cuando los Sex Pistols maliciaban el seísmo a escala nacional. La infancia del vocalista de New Order, hijo de un padre desconocido y una madre en silla de ruedas por una minusvalía, tampoco había sido precisamente fácil.
Nos sentíamos un poco como si estuviéramos en un coche cuya dirección no funcionara correctamente, y encima hubiéramos perdido el mapa, cuenta Sumner acerca de lo que supuso sobreponerse al suicidio de Ian Curtis y seguir adelante como New Order, ya con él al frente en tareas vocales (y con la incorporación de Gillian Gilbert, pareja de Stephen Morris). Lo cierto es que la idiosincrasia de la nueva banda se hizo carne en una serie de decisiones muy particulares, que redundaron en el halo de misterio que les acompañó a lo largo de muchos años, pese a sus ventas millonarias: no aparecían en las portadas de sus discos (personalísimas obras de arte de Peter Saville), no incluían sus singles en sus álbumes (por regla general), apenas otorgaban entrevistas ni concesiones de cara a la galería, y eran tan radicalmente independientes (como producto preeminente de Factory, el sello de Tony Wilson) que cuando “Blue Monday” (el maxi single más vendido de la historia) comenzó a despuntar en las listas de éxitos en 1983, cayeron en la cuenta de que el troquelado de su cubierta original, que simulaba un disquete Emulator, les estaba haciendo perder dinero con cada nueva copia vendida, debido a su coste de fabricación. Así fue en 250.000 de sus primeras unidades. Tampoco se plantearon nunca alejarse de Manchester.
El principal foco de controversia de New Order, Joy Division y yo, como no podía ser de otra manera, llega a la hora de abordar la marcha de Peter Hook, amigo de Sumner desde la infancia e inseparable compañero en ambas bandas. Desde su espantada en 2007, el ex bajista no ha dejado de despotricar de sus antiguos compañeros siempre que ha tenido oportunidad, a través de cualquier medio a su alcance. Ha oficiado como DJ con regularidad y ha paseado el repertorio completo de Joy Division e incluso de New Order, álbum a álbum, interpretados en su totalidad en compañía de The Light, la banda que le acompaña en los últimos años y en la que también figura su hijo. Ha escrito un par de libros, The Haçienda. How Not To Run a Club (Simon & Schuster, 2010), sobre la discutible -por calificar desde lo benévolo- política empresarial que llevaron a cabo New Order y Tony Wilson respecto al mítico club nocturno de Manchester y Unknown Pleasures. Inside Joy Division (IT Books, 2013). Y amenaza con ahondar en la etapa de New Order en un próximo libro, aún sin fecha de publicación, en el que huelga decir que aportará una visión de los hechos diametralmente opuesta a la que su ex compinche Barney ha perfilado de él: la de un tipo irascible, intransigente, envidioso, reacio a funcionar en equipo y esencialmente avaro.
En cualquier caso, y con independencia de cuál de las dos visiones esté más cerca de la realidad, Peter Hook sí tiene razón en un par de cosas sobre el libro de su ex compañero: este aporta muy pocas pistas sobre cómo New Order construían sus canciones, y rubrica un relato con numerosos saltos en el tiempo, justificados a capricho y con más afán por expiar pecados de juventud (sus monumentales cogorzas) que por desvelar las claves de algunos de sus trabajos más notorios. Las interminables noches ibicencas de la banda en Amnesia, en 1988, aportan más bien poco, por sí solas, a la manufactura de un álbum tan magistral como Technique (1989), gestado tras el divorcio de Sumner de su primera mujer, un pequeño detalle que este ni siquiera menciona.
Tampoco abunda la autocrítica en sus páginas, ni sobre la pendiente cuesta abajo por la que se deslizó la banda desde mediados de los 90 ni por la progresivamente menguante valía del trayecto de Electronic o de los discretos Bad Lieutenant, sus dos proyectos paralelos. Pero el déficit de autoevaluación también opera en sentido negativo, porque si de algo puede sacar pecho Bernard Sumner (y elegantemente no lo hace) es de haber probado la eficacia de unos New Order sin Peter Hook, adecentando sus directos en los últimos tres años y facturando álbumes como el reciente Music Complete (Mute, 2015). Quién sabe si el característico sonido del bajo de Hooky, santo y seña de la banda durante décadas, ha sobredimensionado la importancia real de su rol en el engranaje del cuarteto.
Lo último de New Order es un trabajo heterogéneo e irregular en el que, no obstante, sobresalen cuatro o cinco de los mejores temas que han compuesto en las últimas dos décadas, y que les ha reportado figurar por primera vez en muchísimo tiempo en algunas de las tradicionales listas de lo mejor del año. Una hora larga de música que obliga a pulsar la tecla de skip de cuando en cuando, pero certifica que, siempre y cuando se acepte que los New Order posteriores a 1993 son prácticamente, para bien y para mal, otra banda distinta -por cuyas estancias se pasean Billy Corgan, Brandon Flowers, Ana Matronic o Iggy Pop como Pedro por su casa, y en cuyo seno el italo disco y el trazo hi energy de Chemical Brothers todavía merecen vigencia- , aún no han perdido toda su capacidad para generar algunas melodías certeras y emocionantes.
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