Puede que sea su mejor película hasta la fecha. Si no la mejor, quizá la más arriesgada y personal. Tras No controles, Borja Cobeaga se atreve con una comedia melancólica sobre el conflicto vasco.
La última película de Borja Cobeaga arranca con un trozo de carne friéndose y un hombre que observa y piensa. El trozo de carne, una vez freído, no tardará en desaparecer, pero ese hombre va a quedarse con nosotros durante el resto de la película. Y durante la mayor parte del tiempo le veremos pensando, dudando, vacilando, tropezando consigo mismo y con los otros. Si me permiten la digresión, opino que ante muchas cosas y ante el conflicto vasco en particular no es posible la solemnidad, el actuar como si todo estuviera muy claro y fuera posible ofrecer argumentaciones sin fisuras. Tiendo a desconfiar de la gente que cree tener la razón y sentencia ostentosamente.
Negociador es, como se explicita mediante un intertítulo al inicio del filme, una “versión libre” del proceso de diálogo (o negociación, según se quiera) entre ETA y el político socialista Jesús Eguiguren, que se quebró tras el atentado de la T4 de Barajas, en diciembre de 2006. Pienso que uno de los problemas que este país ha tenido siempre con el cine que aborda nuestra historia es que se nos han resistido las versiones libres, no nos hemos atrevido. En general, seguimos demasiado cohibidos. Y por eso me alegra que exista una película como esta, tan sutil como obligatoriamente subjetiva. Pero nada solemne.
Cobeaga nos sume aquí en un tono reposado y melancólico; esta es una película de hombres solos y tristes y un poco ridículos. Como todo el mundo, vaya. Pero el aroma de la comedia clásica americana sigue ahí: el humor se construye siempre a partir de la percepción del otro y de la incomodidad de ser distintos e iguales al mismo tiempo, de habitar un espacio común y estar obligados a entendernos. Pensar, dudar, vacilar, tropezar. Fracasar. Volver al punto de partida y descubrir, en los pequeños gestos, que quizá no se ha fracasado del todo.
Los actores están muy bien, muy medidos: Ramón Barea y Josean Bengoetxea, que interpretan respectivamente al representante del gobierno y al de ETA, sientan las bases de un intercambio árido pero progresivo, avanzan en la incertidumbre junto con la película. Hasta que llega Carlos Areces y literalmente dinamita el filme: con él en pantalla, los ritmos se aceleran, el choque parece inevitable. Ahora queda ver cómo reaccionarán a esta pequeña comedia triste los actores principales y secundarios del drama que tiene lugar ahí fuera. Lo digo sin ánimo de frivolizar. Espero equivocarme, pero temo que ante los pequeños gestos habrá quienes no se lo pensarán dos veces a la hora de soltar sus discursos y alimentar titulares sobre la moral y el honor y las verdades absolutas. Aunque serán los de siempre.
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