El corte de pelo de la Juana de Arco dreyeriana, los peinados mutantes de las rubias de Hitchcock, el cambio de look de Audrey Hepburn en Sabrina, las fantasías de esteticien de Eduardo Manostijeras… Peluquería y películas han dado grandes momentos al cine. Pero ninguno de ellos es tan sobrecogedor como el que unió a Wes Anderson con Elliott Smith en Los Tenenbaums.
“Cuchillas”
Wes Anderson, además de ser un maestro repostero de la imagen, es también un gran DJ cinematográfico. Las canciones que escoge para sus películas (y el uso que les da) son siempre canela en troncho. En esa gran tarta linzer que es El gran Hotel Budapest, por eso, nos ha privado de su célebre finezza como selector de composiciones ajenas al encargar a Alexandre Desplat la totalidad de la partitura del film. Nada que objetar, porque la columna sonora es muy notable… O, bueno, quizá sí: la exquisita supervisión musical de Randall Poster y las heterodoxas ideas que Mark Mothersbaugh aportaban a sus películas anteriores eran una de las señas de identidad más apreciadas del estilo Anderson: algunos de los momentos más destacados de Life Acquatic eran a costa de The Stooges o David Bowie, Viaje a Darjeeling tiraba de The Kinks, Fantástico Mr Fox de The Beach Boys, Moonrise Kingdom de Benjamin Britten y François Hardy y Los Tenenbaum… bueno, Los Tenembaum era un jukebox de ensueño que sublimaba canciones de Paul Simon, The Clash, The Ramones, The Rolling Stones, Nico y, sobre todo, Elliott Smith.
Si el momentazo musical de Los Tennenbaums es el que se apoya en Needle in the hay, un delicadísimo tema folk del músico de Omaha de 1995, es por su caracter tristemente profético. En la película de Anderson, del año 2001, esta canción acompañaba a Richie Tenembaums (Luke Wilson) en su frustrado intento de suicidio ante el espejo, tras cortarse el pelo, afeitarse y sacudirse de encima su aspecto de sosías del tenista Björn Borg. Dos años después, Smith moría en su casa de Los Angeles en circunstancias nunca aclaradas, pero con dos fatales puñaladas aparentemente auto-inflingidas en el pecho. Glups.
Siempre que aparece un personaje en una película cortándose el pelo a sí mismo (o afeitándose: a The big shave , uno de los primeros cortometrajes de Martin Scorsese me remito) penden varios significados posibles: renovación de identidad, rito de paso o autocastigo. En el caso de esta unión Anderson-Smith, claramente, se trata de la última opción de las tres. Así lo han entendido, también, las parodias que se han hecho de esta escena (y con esta misma canción) en Los Simpson o en la muy curiosa webserie Sad Kermit. Así que, al final, esta frágil escena con filtro azul ha acabado siendo el icono que mejor explica el carácter depresivo e hiper-sensible de Elliott Smith… o de cualquiera a quien, como a él, este mundo de mierda a veces le afectara demasiado.
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