El Don Giovanni de Mozart es una obra compleja que resulta siempre muy difícil descifrar, como si fuera un abismo que no tiene fondo. Los investigadores y los intérpretes tienen siempre que ahondar en este abismo interpretativo, ya que debajo de una escritura adamantina, pero llena de ambigüedades, como es la vida, queda siempre palpable la sensación de algo inexplicable que ninguna interpretación o análisis profundizado conseguirá nunca alcanzar. Es lo que afirmaba también el gran director de escena Giorgio Strehler en 1987 cuando junto a Riccardo Muti estrenó la temporada de La Scala de ese año con uno de sus espectáculos más impresionantes y geniales, pero también no completamente resuelto. Quien escribe tuvo la suerte de ver esa magnífica producción que tenía la calidad inmejorable de dejar una huella indeleble en la memoria del espectador; no solo en lo que se refiere al aspecto visual, sino también en lo que atañe a la interpretación musical.
Riccardo Muti ha interpretado magistralmente este título fundamental del repertorio varias veces: en la Scala en los años noventa del siglo pasado, en el Festival de Salzburgo y, finalmente, por última vez, en Viena en 1999 con una excelente producción firmada por Roberto De Simone. Veintitrés años después ha decidido volver nuevamente a él en el Teatro Regio de Turín donde hace año y medio dirigió sin público otra obra de Mozart, Così fan tutte, para que fuera retransmitida solo por streaming y con la puesta en escena de su hija Chiara Muti, también responsable de este nuevo Don Giovanni. El famoso director italiano ha conseguido una vez más acercarse a esta ópera de forma inédita, dejándonos una interpretación soberbia de esta ineludible partitura llevando además a la orquesta del Teatro Regio a un nivel altísimo con una precisión y una delicadeza de sonido casi vienés.
Además de una exquisita transparencia, una entonación misteriosa, alusiva a un brillo ambiguo en su iridiscencia, caracterizó cada momento de la lectura de Muti, donde hasta las pausas creaban una tensión inusitada. El demonismo de Don Giovanni presente en las escenas más dramáticas salía de este modo a flote, sin ser prevalente, alcanzando además un equilibrio casi inteligible entre cómico y trágico, aspecto fundamental en la ópera. Detalles nunca antes escuchados tan naturales, así como esenciales dentro de la estructura dramatúrgica, salían a flote orgánicamente; empezando por los maravillosos recitativos acompañados que preceden las arias de Doña Ana y Doña Elvira, el deslizarse de la maderas en el aria del catálogo de Leporello, casi luciferinas en la escena del cementerio, por no hablar de la escena final donde inédita parecía una frase de los trombones, normalmente en segundo plano, que se hacía fundamental para subrayar la atmósfera oscura, misteriosa y funérea, dada por la presencia del comendador. Un Don Giovanni, el de Muti, que se deslizaba rápido sobre el escenario, teatralmente irresistible, como el mismo personaje que, ya desde el principio (véase el Allegro de la obertura), corre sin pausas hacia un destino predestinado, siempre acompañado por su mala consciencia.
Mala conciencia con la que Don Giovanni lucha en cada momento y que fue el eje interpretativo principal de la puesta en escena de Chiara Muti que buscó un equilibrio entre comicidad y tragedia, así como entre trascendencia y realidad, donde el mito del seductor se enfrenta a figuras que son no solamente arquetipos de las fragilidades y ambigüedades de la humanidad, sino también títeres que no pueden existir sin la figura de Don Giovanni. La regie, que consiguió trabajar bien con la gestualidad de los intérpretes – enlazada perfectamente con la música – resultó sin embargo menos eficaz en su conjunto ya que la interpretación demasiado simbólica de algunos momentos acabó por restar eficacia al equilibrio dramatúrgico conseguido por Mozart y el libretista Lorenzo Da Ponte, subrayando demasiado algunos momentos. Lo mejor fue sin duda el decorado de Alessandro Camera (una especie de ciudad teatro barroca deconstruida) así como los elegantes trajes de Tommaso Lagattola y el sugerente juego de luces de Vincent Longuemare.
El reparto, intachablemente al servicio de la lectura de los Muti, tuvo sus puntos de fuerza sobre todo en las voces masculinas. Ante todo, en el soberbio Don Giovanni de Luca Micheletti que, pese a un bajón de voz en el segundo acto, demostró ser un actor extraordinario, capaz de construir, gracias a la morbidez y brillantez de su emisión, un personaje que presentaba al mismo tiempo su ligereza de libertino junto a la gravedad del hombre que vive su propio infierno en la tierra. No menos eficaces fueron el Leporello ligero, pero penetrante, de Alessandro Luongo, así como el Don Ottavio penetrante de Giovanni Sala, el Masetto simple, pero orgulloso, de Leon Košavić y el contundente Commedatore de Riccardo Zanellato. Con la excepción de la excelente Francesca di Sauro, una Zerlina sensual y vivaz, Mariangela Sicilia tuvo algún problema como Doña Elvira, afectada por algunas dificultades vocales del papel, pese a que el personaje saliera convincente, mientras que Jacqueline Wagner, aún con problemas de emisión, fue más convincente y eficaz como Doña Ana. Éxito contundente al final de la velada, con ovaciones especiales para Riccardo Muti.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!