Ay, el calor. Agosto. Las noticias recalentadas hasta agotar los tópicos. La calma chicha. Los becarios rellenando celdillas en las maquetaciones de los periódicos (todos hemos sido becarios, y a mucha honra). Y los que ya no son becarios firmando informaciones dignas de sonrojo. El mundo que parece detenerse, enredado en repetitivos selfies estivales, con el botón de stand by activado hasta que llegue septiembre y las cosas que se suponen mollares se pongan de nuevo en marcha.
Agosto siempre ha sido una época tradicionalmente mala para editar un disco y reclamar atención sobre él. También lo era para estrenar películas, dicen. Pero ahí está Tarantino para desmentirlo. Eso sí, siguen editándose discos. Muchos.
Aunque parezca que tampoco ningunos de ellos vaya a cambiar nuestro mundo: a tono con el mes, podemos ponernos más tópicos aún de lo habitual y echar mano del lampedusiano cambiar todo para que nada cambie o del viejo aforismo británico del no news, good news, porque la gran mayoría de álbumes que están saliendo al mercado estas semanas tienen una clara vocación continuista. Pero también, mucho ojo, un mensaje de reafirmación en unas claves sonoras que siguen siendo igual de válidas ahora que hace quince o veinte años, cuando sus artífices empezaron a empuñar instrumentos. Y que aún transmiten lo más importante: unos cuantos momentos de excitación. De los que le pueden hacer perder la cabeza al más pintado.
Que les pregunten si no a lo británicos Ride: su recién estrenado This is Not a Safe Place (Wichita/PIAS), segundo álbum tras su vuelta en 2014, sigue exprimiendo de cuando en cuando la magia de una fórmula que se debatió siempre entre el pop ensoñador y el shoegaze más magnético. Puede que lo hagan sin la irrebatible maestría que aún lucen sus compañeros de generación Slowdive o Swervedriver (el disco se desinfla un poco conforme avanza su minutaje, para ser honestos), pero también deja un buen reguero de perlas nuevas.
Otra vez con la certera producción de Erol Alkan y las mezclas de Alan Moulder, la banda más famosa de Oxford hasta que irrumpieron unos tales Radiohead se las apaña para seguir explotando el canon de los My Bloody Valentine más escarpados en una maravilla como “R.I.D.E” o en la amenazante “Kill Switch”, o para que su cantera de canciones seductoramente dulces siga sin agotarse: escuchen preciosidades como “Future Love”, “Clouds of Saint Marie” o “Jump Jet Clouds”. Déjense atrapar por ellas.
Es un poco lo mismo que le ocurre a Justin Vernon al frente de Bon Iver, si bien su cauce expresivo —bastante más amplio y eslástico— ha mutado tanto, en los trece años transcurridos desde su espartano debut, que parece que esta vez se ha conformado (y no es que sea poco) con ofrecer una síntesis entre sus dos anteriores entregas con alguna influencia aún de su folk primerizo. i, i (Jagjaguwar), que así se llama el disco, es el cuarto álbum consecutivo dedicado a una estación del año, y parece su particular Estación Término, el fin de una etapa.
El norteamericano sigue siendo un maestro a la hora de mostrar y modular su fragilidad emocional, de exhibirla impúdicamente aunque en los últimos tiempos haya jugado con los límites de la personalidad (la electrónica fracturada, la voz desfigurada por el autotune, la numerología como coartada), y esta vez apueste a caballo ganador con una colección de canciones que combina momentos nuevamente fascinantes con otros que nos suenan a truco de prestidigitador ya curtido, a ardid ya visto.
En cualquier caso, y pese a que en “Naeem” o “U (Man Like)” suene más abiertamente comercial que nunca, como si ya no quisiera jugar al despiste con el oyente, el resultado sigue mostrando las dosis necesarias de intriga. Transmite unas ganas parecidas de volver a darle al play para exprimir todo su contenido, dejando el veredicto final en el aire tras un buen puñado de escuchas. No es poco cuando vivimos rodeados de tantas canciones y discos de usar y tirar.
También sin grandes giros de guión vuelve la E Street Band del siglo XXI, los neoyorquinos The Hold Steady. Pero lo hacen revitalizados, como si el rescate de su viejo teclista Franz Nicolay le hubiera dado a las springsteenianas canciones de Craig Finn el impulso necesario para que sus habituales historias de perdedores, de individuos que habitan en los renglones torcidos del maldito sueño americano, cobren un vigor como hacía muchos años que no se recordaba.
Thrashing Thru The Passion (Frenchkiss Records, 2019) no araña, lógicamente, el listón de cimas como Separation Sunday (2005) o Boys & Girls in America (2006), pero revalida la vigencia de una de esas bandas de rock de toda la vida, apasionadas, literariamente versadas y esencialmente honestas con su trabajo y con sus seguidores.
Y como no hay tópico veraniego sin su particular desmentido, ni regla sin su excepción, ni un buen donde dije digo digo Diego al que dejar de agarrarnos, cerramos este repaso a algunas novedades estivales francamente lustrosas con un trío —bueno, ahora reconvertido a dúo— que sí que ha aprovechado agosto para mudar de piel. Son las excepcionales Sleater-Kinney, quienes han hecho bien en contar con los servicios de St. Vincent a la producción porque su receta de rock airado de guitarras angulosas difícilmente podía ir mucho más allá de una síntesis tan magistral como fue No Cities To Love (2015), su último álbum, el octavo en veinte años de carrera.
El peaje de contar con Annie Clark ha sido el que la batería de Janet Weiss, aún aquí presente –aunque algo minimizada entre la trama rítmica— ya no seguirá con ellas. Pero Corin Tucker y Carrie Brownstein han sabido amoldar en The Center Won’t Hold (Mom+Pop/Caroline/Music As Usual, 2019) los arreglos sintéticos y los recodos industriales de su productora a su propia fórmula, sin renunciar a sus mensajes de denuncia de un mundo que sigue empeñado en desfilar al borde del despeñadero.
Y con resultados tan brillantes como “Hurry On Home” (debilidad personal), las nuevaoleras y juguetonas “Reach Out”, “Can I Go On” (estas dos tan bubblegum pop que casi ni parecen de ellas), “The Dog/The Body” o “LOVE”, la muy sintetizada “The Future is Here” (en la que más se nota la mano de St. Vincent) o el emocionante cierre que es “Broken”, con una Corin Tucker imperial. Ellas no defraudarían ni aunque lo intentaran.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!