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Morrissey & Stipe, la extraña pareja (o no)

En Música martes, 25 de marzo de 2025

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Uno nació apenas seis meses después que el otro. Ambos se llevaron mejor con sus padres que con sus madres. Crecieron adorando a Patti Smith y fascinados por el glam. Tenían claro que querían ser artistas, aunque no necesariamente fuera por la vía del pop o del rock, y menos aún empuñando un micro. Obnubilados por la música, el cine, la literatura y la pintura. Llamaban la atención ya solo por su aspecto. Tanto por su indumentaria como por llevar el pelo largo durante su primera juventud. Manifestaban una actitud sexualmente ambigua. Necesitaron ambos forjar una alianza con un guitarrista imaginativo, de ascendencia clásica, a quien le gustaran The Byrds o The Velvet Underground. Eran dos personas singularmente tímidas, que se transformaban en otra cosa en cuanto empezaron a pisar un escenario. Nadie tenía el cuajo de bailar como ellos. Sus movimientos podían resultar grotescos o magnéticos. O las dos cosas a la vez. Los dos se curtieron en proyectos fallidos antes de dar al salto a las formaciones por las que serían mundialmente célebres. Al frente de ellas, pugnaron por triunfar desde un clasicismo formal que no cuadraba con la moda imperante. Fueron ambiciosos. Escribieron letras con un estilo único e intransferible.

Quisieron coronar las listas de éxitos desde una discográfica independiente. Prosperar sin renegar de su integridad creativa. Llegaron a grabar con dos productores que casaron mal con su fórmula (Troy Tate y Stephen Hague), pero pronto corrigieron errores hasta acabar dando con su némesis tras los controles en dos jóvenes ingenieros de sonido que empezaban a cotizar al alza (Stephen Street y Scott Litt). Provenían de dos ciudades periféricas para la industria musical de sus respectivos países, pero con latitud invertida porque lo que en uno es norte en el otro es sur, y viceversa: Manchester es a Londres lo que Athens puede ser a Nueva York. Sufrieron habladurías sobre su condición sexual. Ambos se decantaron durante mucho tiempo por practicar el celibato, aunque solo uno de ellos fuera por miedo a un SIDA con el que se le relacionó sin base alguna, maliciosamente. A los dos les aburrían casi siempre las entrevistas. Mucho. Y alguna vez las resolvían con boutades.

Morrissey

También hay diferencias, claro. La mayor de ellas, la ausencia de un entorno o un management estable. The Smiths carecieron de él (y lo pagaron), mientras R.E.M. siempre tuvieron un manager fiel (Jefferson Holt) y un abogado de confianza (Bertis Downs). De ahí la corta mecha —en el tiempo— de unos y la larga de los otros, aunque sus legados puedan ser equiparables. De ahí también que uno tuviera que convertirse en estrella en solitario y el otro no lo haya necesitado. Intercambiaron opiniones por primera vez en 1989, por carta. Quedaron en verse en Londres. Apenas necesitaban hablar sobre música, según Morrissey. Quizá habían dicho tantas cosas ya en sus canciones y discos que no era necesario redundar en ellos, menos aún siendo caracteres con tantos rasgos en común. Se especuló durante mucho tiempo si su amistad pudo haber sido algo más. Me importa un comino, sinceramente. Cada cual que haga lo que le rote con su intimidad. Sí me parece algo más relevante el hecho de que Stipe envidiara a Morrissey por algo tan brillante como “Everyday Is Like Sunday” (1988), llegando a plantearse la duda sobre la conveniencia de emprender carrera en solitario, que el rumor de que “Found, Found, Found” (1991), del segundo, tuviera algo que ver con su relación con el primero.

Morrissey y Stipe nunca llegaron a colaborar, pero sustanciaron los mismos valores a ambos lados del océano durante los años ochenta y parte de los noventa.

Pienso en toda esta constelación de similitudes mientras leo el sensacional libro Este grupo se llaman R.E.M., del periodista norteamericano Peter Ames Carlin, recientemente traducido y publicado en castellano. El caso es que Morrissey y Stipe nunca llegaron siquiera a colaborar. Quién sabe lo que podría haber salido de ahí. Una genialidad o una patata, que los grandes talentos no siempre suman. Mi deformación es profesional pero también personal: creo que ambos sustanciaron los mismos valores a ambos lados del océano durante los años ochenta y parte de los noventa, y sé que no soy ni mucho menos el único en pensarlo, ¿pero qué voy a decir yo de dos de los músicos/bandas que más me han hecho disfrutar y emocionarme en esta vida?

Es muy raro que si fuiste fan de los Smiths no sintieras al menos simpatía por R.E.M. Y viceversa. Su honestidad, su romanticismo, su lucha a contracorriente, su reformulación de viejos valores, su reivindicación del patrimonio cultural local, corrieron en paralelo. Son muchas las cosas que nunca sabremos sobre lo que pudo haber sido y no fue, muchas las horas de conversaciones —en Londres y en Los Ángeles— entre dos tipos que redefinieron la música pop de su tiempo pero ciñeron su relación personal a una intermitente y poco ventilada amistad. Nos queda el juego de las hipótesis y de los parecidos razonables, que no son pocos.

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