David Hasselhoff trabajaba para la Fundación para la Ley y el Orden y era el jefe de los vigilantes de la playa. Aunque sólo sea por esas dos razones, debemos rendirle pleitesía, a pesar de sus errores profesionales y humanos.
Hace unos años, su vídeo casero, grabado por su hija de 16 años, para que le sirviera de prueba evidente de su enfermedad y donde aparecía totalmente alcoholizado, se convirtió en viral. David mordía el polvo una vez más aquejado de esa inseguridad que a veces sobreviene a los guapos sabedores de esa condición, pero que huyen del cliché.
Cuando llega el verano es difícil que no nos sobrevengan dos o, tal vez, tres imágenes: el bañador de Pamela Anderson y los rizos de Mitch Buchanan en Baywatch y esos saltos imposibles de El coche fantástico en la enésima reposición de esta serie ochentera. Tal vez por ese encasillamiento de héroe de bañador rojo o de pantalones apretados, como si no existiesen más amaneceres, al bueno de David se le hizo cuesta arriba no perder, a veces, la guerra contra el Goliat que existía en él mismo. De hecho, curiosamente llegó a interpretar en el teatro al Dr Jekyll, como si los directores de casting temiesen sus tendencias bipolares.
La bipolaridad, esta vez artística, la llevó a más de una decena de discos en los que nos castigó con una voz que él creía irresistible. Sin embargo, siempre intentaba tener un Plan B (o C o D). Así era este germano-británico nacido en el país de las oportunidades. Siempre podía avisar a Kit, el ordenador de su deportivo negro, para que le salvase de la quema. Por si fuera poco, se convirtió en un símbolo de la libertad al ser el primer norteamericano en interpretar una canción en Alemania Oriental tras derrumbarse el Muro de Berlín. Así es él… excesivo, rimbombante, y todo eso con el tufillo a galán de fiestas de pueblo a lo Bertín Osborne yanqui.
Sus papeles, sin embargo, no se quedaron ahí. Lee Strasberg estaría gozoso: D’Artagnan, detective, abogado, el agente Nick Fury, etc… Mientras tanto, los ejecutivos discográficos deseaban no encontrarse con él en las fiestas del gremio en las que hubiese barra libre. No obstante, siempre lo conseguía, siempre lograba meter cabeza. Cuando no era una canción rock “cortavenas” era un rap dedicado a una popular serie infantil. Escuchar para creer.
Su éxito nadie lo entendía, al menos en la música. En la pequeña pantalla podíamos entenderlo por sus hechuras de guapo y ahora madurito interesante. No obstante, la barrera entre lo serio y la charlotada a veces es muy muy fina. De hecho, John Waters le reclamó para A Dirty Shame, estuvo en la adaptación cinematográfica de Bob Esponja haciendo de Buchanan, bañador rojo incluído, en alguna que otra comedia de Adam Sandler o Ben Stiller e, incluso, en la secuela de la producción española Fuga de Cerebros.
Y todo ello pasando por ser jurado de un concurso de talentos, habiéndose divorciado por el camino, habiendo promocionado las playas porteñas, siendo la imagen de Kit Kat o queriendo representar a Países Bajos en Eurovisión. ¿Es esto una vida salvaje o no?
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