De nuevo, los humoristas gráficos de este país demuestran que la libertad de expresión es nuestro bien más preciado y que nada ni nadie puede callar la sátira. Orgullo y Satisfacción es un ejercicio de libertad necesario que se debe apoyar.
Hoy, más que nunca, me llena de Orgullo y Satisfacción que me gusten los tebeos. Los autores y autoras que hace apenas un par de semanas salieron de El Jueves, tras la guillotina flagrante de la censura ejercida desde la editorial propietaria de la revista, se han liado la manta a la cabeza y sacan a la calle la publicación digital Orgullo y Satisfacción, demostrando que el humor vive del ejercicio valiente de la libertad de expresión, que el tebeo vuelve a ejercer su papel dual de portavoz privilegiado de la calle y, sobre todo, de Pepito Grillo en versión Berseker dispuesto a actuar tanto de despertador de conciencias dormidas y como de molesto incordio de aquellos que prefieran verlas dormidas.
El humorismo gráfico y los tebeos de este país han sabido bien lo que es curtirse a golpe de persecución y censuras, pero ninguna dictadura consiguió callar la voz de los dibujantes que, pese a las dificultades, cantaron las cuarenta desde las páginas de Buen Humor, La Codorniz, DDT, Mata Ratos, Hermano Lobo, Por Favor o El Papus. Los autores que publicaron en sus páginas eran la única voz de una calle que tenía secuestrada su opinión. Aprendieron a aprovechar las debilidades de los regímenes para lanzar bombas de profundidad continuamente, demostrando una agilidad y capacidad de reacción inaudita que se mantuvo tras la llegada de la democracia: hace treinta años, apenas unos días después del 23-F, los autores de El Víbora lanzaron a la calle un especial, El golpe, que representaba la mezcla de rabia, miedo, frustración y alegría final que se vivió durante esas horas.
Fueron los primeros en reaccionar cuando la mayoría todavía tenía los cojones por corbata tras haber visto a Tejero en el congreso pegando tiros, dando una lección de coherencia, integridad y valentía que seguirían todas las revistas satíricas de la democracia, desde El Jueves a Mongolia. La absurda decisión empresarial de los editores de la revista, que saca a la luz esa peste de censura interna de los medios de comunicación en España, ha dado lugar a que, otra vez, los autores y autoras de humor de este país vuelvan a desplegar ese espíritu valiente de reivindicación de la libertad de expresión con inaudita rapidez, sacando a la calle un especial de 75 páginas que expresa de forma cristalina su mensaje: no se puede callar a los bufones. Y más vale que ni lo intentes.
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