La segunda jornada del festival ha tenido peso político, a través de los filmes Los Miserables, de Ladj Ly, Bacurau, de Kleber Mendonça Filho, Les hirondelles de Kaboul (Zabou Breitman & Eléaé Gobbé-Mévellec) y de refilón, con Bull de Annie Silverstein.
Todavía siendo adolescente, el director francés Ly creó el colectivo Kourtrajmé junto a los directores Romain Gavras y Toumani Sangaré, empuñando una cámara que jamás dejaría. Su visión del cine como herramienta de narración y empoderamiento hizo del barrio desfavorecido de Montfermeil su teatro de guerra, colaborando a encauzar la creatividad y el activismo a través del cine en la escuela gratuita que fundó. En un magma de desempleo, pobreza, tensiones entre minorías y delincuencia, Ladj Ly filmó incansable todo lo que veía, compulsivamente, en el mejor de los aprendizajes, que le ha permitido filtrar y decantar su trabajo de reflexión sobre su entorno en su primer largometraje de ficción.
Montfermeil, donde Victor Hugo situó el abismo de miseria de su obra maestra, es el mismo escenario donde se baten los miserables del siglo XXI: los seres humanos que el sistema prefiere inadaptados, los gitanos, los hermanos musulmanes, los expulsados de sus países de origen por la miseria que provocaron los que ahora les condenan en la metrópolis, los jóvenes sin futuro y los agentes de un orden que nunca está a la altura. El interés de Los Miserables radica en una inesperada puesta en escena, que no se basa en clichés (en la banda sonora, más electro que hip hop), los cuarenta primeros minutos nos sitúan en el ambiente, nos presentan los personajes y nos preparan para el estallido que no tarda a llegar.
El objetivo principal de Ly es la brigada criminal que patrulla el distrito, a la que se acaba de incorporar Stephane, un policía de provincias que observa atónito los métodos de sus experimentados compañeros Chris y Gwada, mientras se esfuerza en comprender las dinámicas de organización dentro de la colmena. Bajo el control de un “alcalde”-patriarca, que es el principal apoyo de los agentes de la ley, los habitantes de Montfermeil arreglan sus propias cuentas, hasta que un enfrentamiento con un menor hace estallar los frágiles cimientos que sostenían la pirámide social. Aislados y contra todos, así se sienten los jóvenes que ya no pueden contar con sus propios encargados de mantener la cohesión, la paz y el orden, así es como llegamos a un final que —si teníamos en algún momento dudas, por la “amabilidad” de la narración—, nos da el nivel de reflexión que convierte a Ladj Ly en un aventajado discípulo del mejor Spike Lee.
Tras su paso por el 70 Festival de Cannes con Aquarius, Kleber Mendonça Filho vuelve a competición para presentar el film Bacurau, codirigido con Juliano Dornelles, el diseñador de producción con quien ha colaborado en varios proyectos. La fábula distópica de fuerte carga política y denuncia ha salido a la luz tras diez años de maduración, en los que Brasil no ha hecho sino descender con más profundidad a los infiernos. En un futuro distópico, el pueblo imaginario de Bacurau está abocado a la desaparición y exterminio por obra de depredadores humanos decididos a su expolio. Interpretada por Sonia Braga, Barbara Colen y Udo Kier, la película es un impactante alegato contra Bolsonaro, el imperialismo y la codicia, y un grito a favor de las comunidades que solo en la solidaridad encuentran la fuerza para defenderse. Planteada como un western impregnado de realismo mágico, Bacurau aboga por un nuevo orden social multicultural y diverso, donde la justicia siempre cae del lado de los más débiles. La furia de la víctima, sus métodos y la ciega codicia de sus depredadores corren paralelas a lo largo del metraje hasta el encuentro final, donde la historia de reescribe con la sangre de los otros (por una vez).
La primera película de animación a concurso en Un Certain Regard ha sido Les hirondelles de Kaboul (Zabou Breitman & Eléaé Gobbé-Mévellec), una historia de amor y represión, ambientada en Afganistán en 1998. Basada en la novela del mismo título de Yasmina Khadra, sus directoras han optado por la representación animada que aporta dulzura a la crudeza de la historia narrada, sobre las víctimas del integrismo, cuyas existencias se borran en vida. La audacia de colorear en tonos pastel un filme que plasma lapidaciones y ejecuciones asume el riesgo de ser criticado por la banalización de la barbarie, de la que se libra de sobras por la contundencia de su guion. La película está interpretada por excelentes actores como Hiam Abbass y Simon Abkarian que prestan sus voces a las imágenes.
Annie Silverstein dirige Bull, ambientada en los suburbios míseros de Houston, que protagoniza una adolescente —¿cómo no?— conflictiva, que halla en la relación con un vecino, antiguo cowboy de rodeo, una nueva perspectiva esperanzadora en su camino. Historia de loosers y deseheredados, Bull es narrada con contención y un pulso que huye hurgar en la siempre abierta herida de los desfavorecidos. Silverstein es consciente de que no necesita adoptar un tono lastimero para llegar a sus espectadores y aproximarlos a los dramas personales que describe, sin embargo, no podemos decir que la consistencia de su aportación sea lo suficientemente relevante en la historia de los miserables del cine.
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