Siempre he asociado el afán editor con la búsqueda del tesoro de R. L. Stevenson; pero que no todos los libros son benignos, y que el propio libro es enemigo de la literatura (su malo interior), es algo que el mismo escocés insinuó en Jekyll y Hyde. Salimos al encuentro de pequeñas editoriales para hablar del lado bueno del libro.
Los buenos libros no desaparecerán jamás, digo esto con el afán estratégico con el que podemos negar, equivocadamente, que el sol dejará un día de quemarnos en la playa. Cervantes, Lawrence Sterne, Emily Dickinson o Dostoievski, como Proust, Kafka o Joyce después, son demasiado buenos para permitirnos prescindir de la luz que por 15 euros arrojan sobre nuestra contradictoria naturaleza.
Ese día no llegará y, sin embargo, es probable que suceda que, reducido el número e influencia social de sus lectores, aumente de forma paralela un grupo humano próspero y orgulloso, no de no tener pajolera idea de que hubo una vez una historia de la novela, sino de poder gritar a los cuatro vientos, entre aplauso masivo y rédito electoral que no lee. Las religiones nacieron de la estupefacción que en los pobres causaba el hombre malvado y feliz. En medio del narcisismo de la red social, ¿qué extraña aberración del intelecto no causará la coexistencia de dos grupos humanos en el que uno conocerá el interior existencial del otro mientras el otro habrá diseñado ya toda una biopolítica (una necropolítica como se dice después de Agamben y Foucault) capaz de poner el historial médico-ecopolítico de uno a trasluz?
Tampoco es cuestión de idealizar, los mismos que no pueden vivir sin W. G. Sebald ignoran quiénes son Sufjan Stevens, The XX, War on Drugs o Mazzy Star.
Los libros de Felisberto Hernández o Bernhard no desaparecerán aunque puede que como en la última novela de Kundera, sus lectores tengan problemas no sólo para flirtear, sino para hacerse comprender. ¿Y la otra literatura, esa que descuella entre una avalancha de libros enemigos de la literatura? Mucha se refugiará, como ahora, en la editorial pequeña.
Parafraseando el título de una obra póstuma de William Gaddis, la carrera que importa es la carrera por el segundo lugar.
Es bien visible el esfuerzo de hermosas editoriales como Nørdica o Malpaso (cito los que tengo ahora misma entre manos) por hacer brillar sus títulos entre la niebla que causa ya tanto papel. Pero que el libro sea enemigo de la literatura (su enemigo interior) nos recuerda mucho a la novela de Stevenson El doctor Jekyll y Mr. Hyde, por eso, aprovechando que nos pillaba más cerca la Feria del libro de Godella (Valencia) que Zaragoza, buscamos allí a Víctor Gomollón, uno de lo editores de la aragonesa Jekyll & Jill.
“Acabamos de publicar Maleza viva, el libro de microrrelatos de Gemma Pellicer -comenta Víctor- y la semana que viene presentamos dos títulos muy hermanados, libros que posiblemente tengan el mismo tipo de lector, Magistral (2016), el segundo título con nosotros de Rubén Martínez Giráldez y Fábula de Isidoro de Julio Fuertes Tarín. También tenemos un segundo título de Paco Inclán.”
Jekyll & Jill (2011) es hija de la casualidad y de la afinidad estética entre Víctor Gomollón, diseñador editorial, y Jessica Aliaga Lavrijsen, experta en literatura escocesa. Pero sobre todo Jekyll & Jill es hija de R. L. Stevenson. Una de esas hijas que adoran a sus padres, de ahí el nombre que cobija desde hace un lustro un proyecto muy personal en el que se intuye mucha interacción creativa. Llevan una veintena de títulos de prosa (novela, ensayo -como el de Chejfec sobre la escritura o el de Antònia Escandell sobre La Jetée de Chris Marker, fotografía, microrrelatos, géneros híbridos) de diseño cuidado como los recuerdos que el vecindario querría guardar del causante de Hyde. Como a Jekyll, Gomollón reconoce que a ellos les gusta experimentar. Sus fórmulas, le digo, salen bien equilibradas. “Nos interesa la experimentación -confiesa Gomollón. El equilibrio entre autores nuevos y más consagrados, mayores o más jóvenes al que te refieres nos ha salido de forma natural. Ferrer Lerín es de estos últimos, un escritor muy joven.”
Román Piña es el escritor responsable de Sloper, (Palma de Mallorca). Entre sus novedades destacan el poemario de Ben Clark (Los últimos perros de Shackleton), la novela Antenas sobre el ático (Andrés Isern) y el último premio Café 1916, de Bea Cantero, Los niños bomba, magistral retrato de la deshumanización. Le mandé a Román un mensaje preguntándole acerca de otras editoriales, buenas hijas de Stevenson. Me contestó rápidamente algo así: “Jesús, entre las editoriales independientes es obligado destacar Salto de Página, que con Pablo Mazo al timón apuesta por autores españoles y no reniega de géneros como el relato, la novela corta ni la poesía. También es una gozada la labor de Candaya, una editorial que en cuanto descubrí allá por 2005 deseé como autor. Y por cerrar la nómina, Aristas Martínez tiene el enorme mérito de haber arrancado de las filas de Sloper a un autor fascinante, Colectivo Juan de Madre, cuya New mynd me parece la maravilla de la década.
Elisabeth Falomir, omnívora en la vida, vegetariana en gastronomía, es una de las responsables de Melusina y de colecciones de frescura lúcida como [sic] dedicada a pensamiento o uhf (ensayo sobre la mujer), le pregunté por otras editoriales pequeñas que le interesen, respondió que Sexto Piso, por el puente Europa y México, por escritores como William Gaddis ¡de nuevo Gaddis! Y en poesía: los Ultramarinos (Barcelona) de Efraín Huerta.
Llamé por teléfono a Pablo Miravet, responsable de edición de textos y corrección de estilo en la editorial Canibaal (Valencia), que me contestó a la pregunta que le solté a bocajarro: “Yo diría que, en el ámbito editorial, la crisis no ha sido una oportunidad –ideologema insoportable de los apologetas de lo existente. Por ejemplo, algunas editoriales de poesía que habían elaborado un catálogo muy interesante han desaparecido del mapa (tal es, paradigmáticamente, el caso de DVD, en su día dirigida por Sergio Gaspar y Eduardo Moga). Es verdad que los «pequeños» han hecho enormes esfuerzos para sobrevivir, pero también lo es que la calamitosa situación económica –y la desoladora ausencia de cultura lectora en nuestro país, en el que se publican demasiados libros en relación con los compradores y lectores potenciales– ha provocado una aversión al riesgo (autores noveles, obras a priori poco comerciales, propuestas de índole experimental, etc.). No quiero destacar a ninguna editorial independiente/pequeña en particular; quisiera, no obstante, subrayar que la calidad de la edición ha empeorado debido a la obsesión –o, si quieres, la necesidad– de ahorrar costes. Esto es algo que ningún país puede permitirse, pero ya sabemos en qué país vivimos y no merece la pena lamentarse.”
No estoy seguro de que la delicada obsesión editora de Vicente Chambó sea hija de R. L. Stevenson. Uno estaría tentado de destacar del hombre tras la editorial El Caballero de la Blanca Luna, antes que nada, su aire de fábula y cervantino. ¿Se ha dado cuenta alguien más, ya que hemos rotulado esta entrada con Stevenson, de que Chambó ha convertido su editorial en isla justamente para poder enterrar como Dios manda los tesoros? Para mí, que el doble ganador del Premio del Ministerio de Cultura, Educación y Deporte al Libro Mejor Editado (Bibliofilia) tiene al arte de la fábula y de la tradición oral por un tesoro. Si es así, Fábulas literarias de Iriarte (2008) y recientemente Fábulas y cuentos del Viejo Tíbet (2012) están, antes que admirablemente editadas, respetuosamente encofradas.
Dejo caer sobre este sujeto moderno una sospecha: le impulsa un coraje humanista (en el último libro, salvar la tradición de cuentacuentos de los adversarios del derecho fundamental a la reunión), es un individuo en el mejor sentido del término, conoce todo lo que se hace y le rodea y sin embargo ¡no parece coetáneo de nadie! Ni siquiera parece un contemporáneo nuestro, esto es, un colaboracionista de esta época embrutecida. Yo siempre he pensado que el mundo no volará en pedazos (nadie reunirá semejante valor) sino que se irá paulatinamente al garete. Y sin embargo, escuchando a esta persona sensible, cuidador culto de las letras y del medio ambiente, uno sale con una esperanza metida en las orejas y ligeras ganas de ser mejor. “Todo pasa por un cambio en el sistema productivo y en lo que toca a la educación por una suspensión del pan y circo a favor de una didáctica constante del arte y de la cultura”, dice Chambó.
En lo que tiene que ver con los sueños (hábitat de la tradición oral), en el futuro ya se dibuja un proyecto para salvar los cuentos de la etnia keniata de los kĩkũyũ. En lo que cae del lado más pragmático, este comisario de exposiciones, reciclador, miembro de la Asociación Valenciana de Críticos de Arte (AVCA), escultor, ciclista urbano y fotógrafo apuesta por un convenio estable de patrocinio. “La apuesta pública debe generar las condiciones elementales para que la cultura se baste a sí misma –dice Vicente confirmándome así que hay en él algo de cuidador, de guardián entre las fábulas. La propia sociedad podría generar así sus recursos. Yo creo en la condición humana.”
Yo también creo en ella, pero a diferencia de Chambó, que es mejor persona que yo, creo en ella como el que cree en zombis y demonios, por eso, porque conozco a la raza humana, cierro mi puerta con pestillo y llevo una cápsula de cianuro entre los dientes, me digo mientras salgo de la feria de Godella organizada por la generosa Revista Bostezo, veo que un vecino me ha rayado el coche y compruebo que la camarera me ha cobrado de más.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!