De Nancy Sinatra a Hank Williams III o Norah Jones, la fuente de sagas familiares dedicadas a la música tiende a infinito.
Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre. O sí. En verdad, la historia de los hijos de Samuel en la Biblia no encaja demasiado bien con los nombres que copan este artículo. Ziggy y Damian Marley, Rosanne Cash, Charlotte Gainsbourg, Nas, Justin Townes Earle o Ben Harper son algunos de los nombres que forman parte de esa lista de músicos que, en realidad, sí trataron de seguir los caminos de sus padres. Cuánto pesa la genética en la prole de los artistas es algo que da para una película de González Iñárritu. Sin osos ya. Cualquiera de los hijísimos que aparecen a continuación podría ser el protagonista del homenaje a la progenie musical y a la determinación de los apellidos.
NANCY Y FRANK, NADA ESTÚPIDO
Es cierto que Nancy Sinatra desarrolló una carrera al margen de la de su padre; especialmente brillante a mediados de los 60, como intérprete de canciones que otros habían compuesto (e incluso interpretado) antes. Es el caso de sus dos mayores éxitos previos al dueto con Frank Sinatra: “These Boots Are Made For Walkin”, escrita por Lee Hazlewood, y la tarantiniana “Bang, Bang”, de Cher.
“Somethin’ Stupid”, que formó parte del The World We Knew de Frank Sinatra en 1967, acabó convirtiéndose en el segundo single de oro para el padre, y el tercero para la hija, además del primer y último número de un dúo de padre e hija en las listas de ventas de Estados Unidos. Más allá de eso, y a pesar de que no es que haya arrastrado el apellido, no es que la carrera de Nancy Sinatra haya gozado de una regularidad notable precisamente. Tampoco hacía falta.
LA DESCENDENCIA DE LOS BEATLES
Los hijos de los Beatles son el sueño de todo ingeniero genético fan de la formación de Liverpool. Seguramente juntos serían uno de los peores y menos cohesionados grupos de la historia, valga la redundancia de esto último; pero sus trabajos por separado dan para activar la máquina del onanismo musical imaginario. De entre todos, Sean Lennon es el más recomendable (aunque aquí lo que más nos interesa aparentemente es su novia), incluso más que Julian Lennon y su éxito pop de los 80; su vena psicodélica le ha llevado, por ejemplo, a tocar en el último Primavera Sound con The Ghost of a Saber Tooth Tiger. Por lo demás, mientras Dhani Harrison (con su nombre en hindi) y Zack Starkey (hijo de Ringo Starr y Maureen Starkey que ha tocado la batería en The Who u Oasis, entre otros) se mantienen en un segundo plano, James McCartney ha trabajado en alguno de los discos de su padre y persiste en su fallido intento de ser más famoso que Jesús y mejor que los Beatles. Con toda su cara, literalmente.
JEFF BUCKLEY Y LA PREDISPOSICIÓN GENÉTICA AL DESASTRE
No siempre las relaciones paternofiliales dan como para hacer un Sinatra. En el otro extremo del camino, mal iluminado, con una bombilla titilando y probablemente lleno de charcos, está la extrañamente intensa relación entre Jeff y Tim Buckley (extrañamente por inexistente). Jamás compartieron escenario; de hecho, ni siquiera compartieron techo, que se sepa, ya que Buckley senior se divorció de Mary Guibert apenas un mes antes de que diera a luz y abandonó la ciudad (el pueblo). Sin embargo, el peso de Tim Buckley en la breve pero sobresaliente discografía de Jeff Buckley se antoja fundamental tanto en las letras (“Dream Brother”), como en su determinación artística y en la tendencia vital al caos y al desastre que tan precisamente recorrió el camino marcado por su padre.
LA SOMBRA DE DYLAN NUNCA SE ACABA
Los jardineros de las leyendas urbanas defienden a capa y espada que Jakob Dylan fue, en realidad, la inspiración para ese emocionante himno de juventud eterna que es “Forever Young”. Lo cierto es que el más joven de los cinco hijos del matrimonio entre Sara Lownds y Bob Dylan nació en diciembre de 1969, mientras su padre grababa Self Portrait. Siempre bajo la sospecha del tormento paternofilial y la imperial sombra de Bob Dylan, Jakob Dylan se ha movido con cierta dignidad desde que a mediados de los 90 irrumpió con The Wallflowers y alguna canción icónica; de hecho, pronto se cumplirán dos décadas de “One Headlight”. Desde entonces, tampoco es que haya merecido demasiada atención, aunque hay que reconocerle el valor: de todas las cosas que puedes hacer cuando eres hijo de Dylan, subirte a un escenario es probablemente la menos aconsejable.
NORAH JONES Y EL PESO DEL APELLIDO
Lo de Norah Jones sí que tiene miga. Está claro que también era una cuestión de funcionalidad, que Geetali Norah Jones Shankar no es precisamente lo que en Estados Unidos llamarían un buen naming. Sin embargo, mientras la mayoría de los “hijos de” llevan el apellido con una mezcla de presunto orgullo que, al mismo tiempo, además abre bastantes puertas, Norah Jones decidió extirpar a los 16 toda marca de Ravi Shankar en sus documentos oficiales de identidad. Desde entonces, Jones se ha labrado una carrera que, especialmente a comienzos de la década pasada, la situó como una de las nuevas divas del jazz merced al éxito de discos como su ópera prima, Come Away With Me.
LA INAGOTABLE FUENTE DE HANK WILLIAMS
Si Hank Williams levantara la cabeza, se daría un golpe y acto seguido probablemente pediría un whisky y un poco de morfina, para no perder la costumbre. No tendría nada que ver, eso sí, con lo que sigue haciendo su descendencia con su nombre y su apellido. El caso de los Williams es, de hecho, uno de los más interesantes de esta saga de negocios familiares. El hijo de The Hillbilly Shakespeare, Hank Williams, Jr., ya siguió los pasos de su padre combinando su country germinal con eso que alguien dio en llamar southern rock; por si no fuera suficiente, los nietos del primer Williams han decidido seguir la tradición. Bueno, más o menos. Mientras Holly Williams opta por el country más académico, Hank Williams III (sí) se mueve con sorprendente soltura entre el sonido que popularizó su abuelo, el punk e incluso el heavy metal.
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