El dúo noruego visita nuestro país con todo el papel ya vendido y el aval de tres álbumes que son un glorioso punto y aparte en la producción musical de nuestro siglo.
Hagamos una simplificación, aunque resulte insultante para cualquier inteligencia media. Dividamos el mundo en dos clases de bandas: aquellas que viven toda su vida aprisionadas por la coyuntura de la que emergen y aquellas que trascienden las modas y las tendencias, merced a canciones que son como clásicos instantáneos, rupturas estilísticas o puntos de fuga sobre cualquier libro de estilo, desafiando cualquier coordenada temporal. Es el maldito dilema entre obsolescencia y atemporalidad. La disyuntiva entre aquellos músicos que solo se entienden desde el contexto y el caldo de cultivo en el que se curten y esos otros que merecen formar parte de la memoria colectiva por los siglos de los siglos, sin que su oferta merezca que se le adjudique una fecha de consumo preferente. Cuando la primera de esas cualidades, esa capacidad para estar en el lugar correcto y en el momento oportuno a la hora de sacar cabeza, se ve complementada por la segunda, esa continuidad que -a la larga- justifica el desprecio por las catalogaciones generacionales, es cuando tiene sentido recurrir a las palabras mayores. Los primeros quedan así reducidos a rescates ciertamente subjetivos, apenas reclamados por la nostalgia, mientras los segundos sobrevuelan los plazos de la industria, los caprichos de la melancolía y los dichosos revivals.
Precisamente, el segundo de los casos es el de los Kings Of Convenience: porque sí, cuando editaron su primer álbum, se vieron beneficiados por el viento de cara. El retorno a ese esencialismo que pregonaba el nuevo siglo, y que se manifestaba en dos vetas. La de las guitarras eléctricas que empuñaban The Strokes, The White Stripes o The Libertines y la del arrullo acústico que brotaba de los pentagramas de Turin Brakes, Starsailor, Badly Drawn Boy, Sondre Lerche o ellos mismos. No tuvieron problema alguno en convertirse en heraldos de esta segunda buena nueva: Quiet Is The New Loud (Source/Astralwerks, 2001) era el nombre de su debut, toda una declaración de intenciones. Pero lo particular de su caso es que, pasados casi tres lustros, su nombre aún refulge con todo el brillo del que ya hace tiempo carecen todos aquellos correligionarios, a quienes la prensa del momento adscribía a la misma causa. Y lo han hecho solo con tres discos. Porque su trayectoria, intermitente y esquiva, es uno de esos milagrosos capítulos aparte que el devenir del pop nos regala de vez en cuando. Como el de The Blue Nile. Como el de Prefab Sprout. Con ellos siempre vale la pena la espera. Por larga que sea.
Erlend Øye y Erik Glambek Bøe no se han prodigado en exceso en los escenarios de nuestro país. No al menos dando vida a las canciones de Kings Of Convenience, porque Øye sí que ha frecuentado muchas de nuestras salas y festivales dando rienda suelta a su faceta de DJ o reclamando atención para su proyecto paralelo, los estimulantes The Whitest Boy Alive, en clave orientada al funk y el pop electrónico. De hecho, el latido electrónico al que siempre ha dado rienda suelta como válvula de escape a Kings of Convenience tuvo un temprano acicate en Versus (Source, Astralwerks, 2001), aquel álbum de versiones en clave tecnificada de los temas de su debut, a cargo de Röyksopp, Four Tet o Ladytron. En todo caso, los de Bergen ahora nos visitan, tres años después de su última aparición (en el Primavera Sound 2013), para reincidir en la interpretación de los temas de aquel Quiet Is The New Loud, que les puso en el mapa en 2001, y que suscitó que todo el mundo viera en ellos a los Simon & Garfunkel del nuevo milenio.
Es una lástima que su gira, que pasa el 7 de diciembre por Barcelona (Apolo), el 8 por Valencia (La Rambleta) y los días 9 y 10 por Madrid (Teatro Lara), con las entradas ya agotadas, se enmarque dentro de esta moda de reivindicar sobre el escenario de forma casi exclusiva discos que se han convertido en clásicos. Y lo es porque ni Riot on an Empty Street (Source/Astralwerks, 2004) ni Declaration of Dependence (Source/Astralwerks, 2009) tenían nada que envidiar a aquel debut. Más bien al contrario. Si el dúo de Bergen hubiera tenido a bien conceder entrevistas previas (como la que mantuvimos con Erik Glambek Bøe hace seis años) quizá hubiéramos tenido la ocasión de saber a qué responde tal interés por fijar en retrospectiva un momento concreto de una carrera que, cifrada en tres discos sin ningún desperdicio, tuvo en aquellas primeras doce canciones de hace catorce años su concreción más austera. El enfoque a su deliciosa carrera, sin desecho alguno, está así incompleto. Como la ocasión no tiene hechuras promocionales, porque ni presentan material nuevo ni necesitan gran despliegue mediático para agotar todas las entradas con semanas de antelación, no ha sido así. Con lo que habrá que esperar a la entrevista que concederán, sobre el mismo escenario y a modo de presentación e intermedio del concierto, a un periodista seleccionado a tal efecto.
No faltará, de todos modos, ese bis de rigor en el que recuperen alguno de sus temas posteriores, como la fabulosa “Misread”. Así que habrá que conformarse con que su talento siga exhibiéndose en pequeñas dosis. Al fin y al cabo, un poco de su prodigiosa sensibilidad melódica, de esa finura que consigue hacer que lo sencillo irrumpa con el fulgor de lo sublime, sigue siendo mucho. Mucho más de lo que se puede esperar del 90% de la producción musical que nos asola a diario.
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