Richard Pryor quiso que sus compañeros de raza tuviesen el lugar que merecían en la industria, a base de tacos dichos estratégicamente, sonrisas heladas entre el humor y el drama y un bigote inolvidable.
El humor en ocasiones tiene unos senderos inescrutables que este hombre trazó a base de golpes de delirio. Primero le descubrieron fortuitamente, casi por accidente, y quisieron introducirle en el circuito estándar y bienpensante del humor políticamente correcto. Pero los esfuerzos fueron en balde para un hombre que se había criado en un burdel, con un padre que no conoció, una madre prostituta que le abandonó y una abuela violenta que le crió a base de palos.
Pryor profanó las buenas costumbres lingüísticas y de toda índole del show business norteamericano. Cuando no le dejaban hacer lo que quería… se marchaba pidiendo que besases su negro y rico culo. Decía “negrata” con naturalidad y calaba tanto entre los blancos que les hacía gracia escuchar ese tono tan de los bajos fondos como a los propios pimps, hookers y maleantes de las inner cities.
Su vida era tan disparatada que tan pronto se encerraba con una montaña de coca en su cama, como fumaba base sin parar o se prendía fuego tras rociarse en ron caro. Son las excentricidades de un personaje que omitía la lógica en sus actos, parafraseando un documental de producción reciente sobre sus andanzas.
La nariz la machacaba con ese jodido polvo blanco, pero su entrepierna tampoco es que la dejase tranquila; No en vano, tuvo fama de conquistador y llegó a casarse siete veces con cinco mujeres diferentes. A Pam Grier incluso la abandonó para casarse con una tal Deborah a la que le había hecho un bombo. La realidad superaba a sus comedias.
Sus ínfulas de ser una megaestrella en diferentes parcelas nunca se evaporaron, ni quizás llegaron a realizarse del todo o al menos como él esperaba. Después de un viaje a África (¿reparador?) tras el que decidió extirpar la citada palabra nigger de sus shows, una agónica hospitalización tras casi irse al otro barrio con el 40% del cuerpo quemado y una fama demostrada de adicto, Pryor firma con una de las majors un contrato también de 40, pero en este caso millones de dólares.
Como suele pasar en estos casos, la gente volvió a darle una oportunidad como monologuista y tan pronto rozaba el fracaso como tenía 20 minutos a la gente riendo un mismo chiste o enseñaba el trasero en una gala benéfica. Así era él, sólo él se permitía improvisar y coprotagonizar una película protagonizada por la también ingobernable Diana Ross haciendo de Billie Holiday.
Su biografía es llevada al celuloide en la agria Jo Jo Dancer, Your Life Is Calling y su faceta, por ejemplo, de “chuloputas”, la saca a pasear en Car Wash. Quizás porque sus diferentes excesos le dieron a Hollywood perfecto argumento para estas películas en las que Pryor demostró ser tan militante como cualquier líder de masas pero siempre con el humor y el sarcasmo como estilete perfecto.
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