Un afroamericano (John David Washington) trabaja como policía infiltrado en el Ku Klux Kan de los setenta, necesitando un compañero blanco (Adam Driver) como pantalla, ya que su relación con la organización no puede ser presencial, así y todo consigue ser el primer hombre negro con carnet de la organización que tanto le desprecia. A partir de ahí, las situaciones cómicas de lo que a veces es una buddy movie descafeinada no pueden fallar y aunque parezca mentira, Blackkklansman está basada en hechos reales.
Spike Lee nos ha ofrecido la comedia con trasfondo amargo que esperábamos y que podría recuperar el éxito de público de sus primeros filmes. Sin embargo, no hablamos de quien llega atraído por un lenguaje cinematográfico fresco y novedoso, con una manera cruda de poner sobre la pantalla los conflictos raciales, porque el director de Nola Darling nos ha presentado, por contra, una película que se aproxima más a las parodias de Saturday Night Live –incluido Alec Baldwin en el prólogo-, formalmente recurre a la pantalla partida, hace referencia directa al blaxploitation mostrado posters y otros guiños, pero siempre como recursos externos que jalonan el film, más que involucrarse en él.
La película no se sirve de un lenguaje visual y narrativo único, hace aproximaciones a la comedia, al documental, al TV show, combina acción, reivindicación y romance, sin que sus recursos lleguen a funcionar de manera tan eficaz como debería. Lejos del atrevimiento que convirtió a Bamboozled en un fracaso comercial, Spike Lee ha optado por una fórmula sin riesgos, con la que busca la conexión fácil. Como desvaído reflejo de aquella película, desbordada de documentos visuales que testimoniaban el rol de los afroamericanos en el mundo del espectáculo y los medios de comunicación, Blackkklansman recurre en su plano de obertura a la celebérrima escena de la estación de Lo que el viento se llevó con Scarlett O’Hara caminando en shock entre soldados confederados heridos y después a El nacimiento de una nación o a la exploitation que comentábamos arriba.
Washington cumple su cometido muy justo, sin llegar a brillar más allá del arquetip0 –lo peor, las secuencias con Laura Harrier (su novia Patrice)–, mientras Driver llega a convertirse, inevitablemente, en el foco de la atención de un film con buenas intenciones, dirigido a la gran audiencia.
Cinco años después de Honey, la actriz italiana Valeria Golino presenta Euforia, su segunda película como directora, en la sección Un certain regard, de este 71 Cannes. Protagonizada por Riccardo Scamarcio, es la historia de un joven empresario bon vivant, encantador, cuya contrapartida es su hermano, que sigue viviendo en el pueblo donde es maestro. Sin embargo, la enfermedad terminal de este los reúne de nuevo en una oportunidad para redescubrirse. La película no deja de ser un producto comercial de sobremesa, sin originalidad ni aportaciones a destacar.
The House that Jack Built se divide en cinco capítulos titulados “incidentes” y un epílogo. Esa forma de calificar cinco de los más de sesenta asesinatos cometidos por Jack ya nos indica el cinismo que impregna el film, cuyo trabajado distanciamiento nos impide tanto la empatía como el rechazo. Estados Unidos, años setenta. Con el fondo de una conversación en la que Jack (Matt Dillon) dialoga con un tal Verge (Bruno Ganz) desvelando su historial como serial killer, Lars von Trier regresa fuera de competición como el hijo pródigo a la Croisette, de la que fue expulsado por bocazas. El estudio de la psicopatía que ha filmado von Trier tiene raíces en el género, pero no parangón. El pase de la película en el festival ha constituido un evento social del que se han hecho eco los medios de todo el mundo, aprovechando la ocasión para vilipendiar a su director y culparle de “abandonos en masa” de la proyección, por parte de espectadores –aquí críticos profesionales– que no soportaron las imágenes de violencia explícita. Se citaba incluso la presencia de ambulancias para socorrer a los afectados y ofendidos. En realidad, cualquier película gore para público juvenil contiene carnicerías mucho más sangrientas, pero lo que marca la diferencia en el caso del director de Dogville es la provocación que subyace en la elección de las imágenes escogidas, dentro del planteamiento del filme y el recorrido que ese impacto realiza en nuestra mente.
Por supuesto, en The House no existe el concepto de culpa, puesto que Jack vive su actividad como inevitable, a la manera de un artista que planifica su próxima obra, destacando a lo largo de la película el concepto del valor de los iconos, reforzado por el director con la inclusión de imágenes documentales –e incluso autocitas, como Melancolia (2011). Por otra parte, el factor suerte se destaca como decisivo para que el asesino pueda ir librándose de ser atrapado y su transtorno obsesivo compulsivo es utilizado como un recurso cómico a lo largo del filme. The House that Jack Built es una comedia negra muy inteligente, en la que la provocación es necesaria para inyectar la tesis, como en el resto de la filmografía de von Trier, cuya última película funciona como una metáfora que debería hacernos reflexionar y no interpretar literalmente.
Nada es gratuito, las imágenes nos atrapan y no nos sueltan, lo previsible nos seduce y lo sorprendente nos lleva a una descripción de la perversidad más allá de lo turbador. Un ejemplo: antes de matarla, Jack pide a su víctima Simple (Riley Keough) que grite, que pida socorro, incluso la saca al balcón para que se la pueda oír mejor…, con la tranquilidad de saber que nadie acude a socorrer a nadie. Otro más: Uma Thurman, protagonista del primer incidente, es una mujer mandona, indiscreta y provocadora, no ahorrándose nada en su descripción, para que el espectador poco a poco la odie y compadezca a Jack, que estoicamente aguanta el tipo, la prueba de que el recurso funciona es que un espectador jaleó al psicópata cuando finalmente este le incrusta un golpe mortal.
Lars von Trier nos conoce bien, sabe cómo funciona nuestra mente y cómo pasearse por ella con la impunidad de un serial killer, porque siempre le abrimos la puerta.
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