Colin Farrell y Rachel Weisz protagonizan la última película del director de Canino, que parte de la distopía romántica para cubrir todo un abanico de lecturas.
¿Nos hemos cargado el romanticismo? En la era en la que deslizar el dedo a la izquierda es el nuevo Contigo no, bicho, los más pesimistas no tendrán demasiadas dificultades a la hora de decir que sí, que lo romántico está enterradísimo. Y en esa línea parece, y digo parece, que se mueve Yorgos Lanthimos en su última película, Langosta (The Lobster, 2015), un retrato distópico de un Gran Hotel Budapest de solteros en busca de pareja. Que no amor. El miedo a quedarse solo, ya saben.
La premisa es sencilla (?): un recién divorciado (Colin Farrell) hace check-in en un hotel en las montañas, en el que los huéspedes tienen un tiempo límite para encontrar compañero. ¿Si no lo consiguen? Se convierten en el animal que cada uno elige en su primer día. Evidentemente, el planteamiento torna en oscuro y subversivo cuando The Lobster empieza a mostrar sus colmillos (guiño), con un discurso orwelliano en el que las convenciones sociales respectivas a las relaciones de pareja son las que constriñen a los personajes. Están sometidos a un autoritarismo de tópicos y constituciones culturales en el que las relaciones están automatizadas y el amor es sólo una excusa para no terminar comprando en la sección de comidas preparadas de Marks & Spencer. Es ahí cuando todo el sentido metafórico de los animales -un juego de tótems tan sencillo como contundente- cobra sentido y la película hace la mejor comedia que le es posible; dentro del concepto Lanthimos, por supuesto.
El estilo del realizador, que desde Canino es uno de los autores más sencillos de reconocer, queda patente en cada autoreferencia -los bailes sin música, un clásico. Esto confirma que el sello Lanthimos puede abordar temáticas tan diferentes como la que atañe a The Lobster, una película de apariencia antirromántica que, en cambio, gira con freno de mano a medio recorrido. Es un vuelco que ralentiza el ritmo y hace más críptico al texto, pero que también aporta un mayor abanico de lecturas, incluyendo la más positiva de ellas: aún en la dictadura del etiquetado, esa que determina quién puede estar soltero o casado y cómo tiene que comportarse cada bando, el romanticismo es un oasis que puede lucharse; y hay que.
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