El sufrimiento, la testarudez y la ambición son los elementos principales del interesante film La tierra prometida (Bastarden) del director danés Nicolaj Arcel que vuelve al ambiente cortesano —como ya había hecho en su afortunado A Royal Affair (2012), ganador del Oso de Plata en 2012— para seguir los avatares de Ludvig Kahlen, un capitán del ejército danés, que en 1755 decide colonizar el inhóspito páramo de Jutlandia. Su propósito último es el de alcanzar un título nobiliario, pero la hazaña, considerada imposible, será perseguida por el antihéroe hasta las últimas consecuencias, con una serie interminable de fallos y muy pocos logros.
La película de Arcel destaca por la manera muy sugestiva con que el director no solo ha fotografiado el norte del país con sus paisajes casi desérticos, sino sobre todo por la forma paulatina, y finalmente inexorable, con que cuenta el desencadenamiento de la violencia dentro de un contexto opresivo y casi sin esperanza. La actuación muy interiorizada de Mads Mikkelsen ayuda mucho, ya que el gran actor es capaz de expresar tan solo con una mirada y una economía de gestos asombrosa un recorrido emocional lleno de frustraciones, y que parece no alcanzar nunca una posibilidad de salida ni siquiera en los momentos más positivos.
La tierra prometida es un western nórdico, en clave europea y feudal, donde el deseo de conquista no es el de libertad y enriquecimiento individual, sino el de la reivindicación personal. El honor adquirido por meritocracia y los requisitos pendientes que un bastardo nunca puede satisfacer, guían la obcecación de Kahlen, retirado capitán del ejército, que aspira a domesticar la indómita Jutlandia a mayor honor de su rey y de su propio linaje. La pirámide de privilegios sociales, blindada ante lo que consideraran arribismo y amenaza a su estatus, es la peor plaga a qué el porfiado colono deberá enfrentarse. 1755 no fue un buen año para pretender, por una parte, agradar al monarca y menos aún confiar en que la probidad y las buenas intenciones serían suficientes para mantener un pacto de débil sustento. El título original del filme, Bastarden, define mucho mejor que su traducción el núcleo del drama.
En Jutlandia, Kahlen no solo se bate contra los elementos y la tierra ingrata, a pesar de sus conocimientos técnicos, ya que su lucha es todavía más desigual, al no haber contado en su ingenuidad, con la férrea e inexpugnable estructura de una clase terrateniente, que ejercerá de adversario inmisericorde ante el advenedizo. Representada por Frederik De Schinkel (interpretado por Simon Bennebjerg), como caprichosa, sádica y despótica, la aristocracia local será la némesis del capitán, hasta las últimas consecuencias, con unos recursos materiales y estratégicos, que debe solo a su cuna. En La tierra prometida no falta el romance, el suspense, la defensa de los oprimidos y esclavizados, incluso la épica de la colonización, pero a pesar de cumplir con todos los requisitos de un drama histórico de estas dimensiones, Nicolaj Arcel consigue hacernos ver algo diferente, nuevo, que nos interesa hasta el final, es un drama social, en los albores de un gran cambio de era. El placer visual del filme proviene de la fotografía de Rasmus Videbæk, cuyos paisajes áridos e inhóspitos parecen hacernos sentir el viento en el rostro, pero gran parte del mérito de La tierra protmetida, candidata al Oscar por Dinamarca, se debe a Mads Mikkelsen y su trabajo exquisito, bien dirigido por un director con el que vuelve a trabajar, diez años después de A Royal Affair.
https://www.youtube.com/watch?v=cX9g3VON4v0
Este artículo ha sido elaborado en colaboración por nuestros enviados al 80º Festival de Venecia, Eva Peydró y Gian Giacomo Stiffoni.
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