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La tensión seca de Villeneuve y el Saulnier más desatado

En Cine y Series miércoles, 20 de mayo de 2015

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Sicario (Sección oficial) y Green Room (Quincena de realizadores) se confirman como dos de las películas de género más importantes del festival.

En Sicario, la nueva película de Denis Villeneuve (Prisioneros, Enemy), Emily Blunt es una agente del FBI a la que le ofrecen trabajar en una operación especial contra un cartel mexicano. En la primera media hora del filme, su equipo realiza una incursión desde El Paso, en Texas, a Ciudad Juárez, ya al otro lado de la frontera. Está rodado el trayecto con el pulso de una viga de acero. La tensión es seca; no vibra, no decae, no aclimata; está sedienta de acción. Y Villeneuve se aparta. Se aleja de los cinco Chevrolets todoterrenos de color negro y deja que el terror, inherente en Ciudad Juárez, sea el único ente invisible que atosigue a los forasteros. Si acaso acompañan los bajos de la composición musical de Jóhann Jóhannsson y la exquisita fotografía del maestro Roger Deakins; el resto es un mar de polvo con el horizonte en pleno atardecer y en el que las partículas reverberan a cámara lenta, como levantadas por el estruendo de un órgano digital y devueltas después a la superficie arrastradas por la gravedad.

Esa es la rigidez con la que mantiene Villeneuve su Sicario. Estira de un lado y del otro y lo que queda entre medias es un hilo conductor que corta al pasar; tiembla con los disparos, los asesinatos y las escenas cruentas, pero nunca se distiende del todo. Incluso las secuencias habladas, aun en sus puntos más álgidos, funden a negro o acaban con chiste para no enervar el tono del filme. Es algo que Villeneuve controla para que las pausas se abracen con una dosis calculada de sosiego; ni mucho de esto ni mucho de aquello, pero todos firmes y bien atentos al siguiente capítulo.

Denis Villeneuve. Sicario. Cannes

Denis Villeneuve. Sicario. Cannes

El único problema que Villeneuve no maneja demasiado bien en Sicario tiene que ver con el personaje de Emily Blunt. Su Kate Macy parte con los ideales del manual que sus nuevos jefes no quieren seguir; ni al pie de la letra ni de ninguna manera. Se parte de una base, por tanto, que liga al personaje a un formato de normas escritas (que no conocemos) y no a un eje dramático palpable. El hecho de que Kate tenga después que lidiar con tantas cuestiones morales y emocionales la convierten en una protagonista difícil de comprender (o justificar).

Sicario parte también con el hándicap de afrontar una temática, o quizá ya hasta un género en sí mismo, que lejos de haber sido tratado en otras tantas películas, aquí está contado desde una perspectiva estadounidense que juega sin demasiados reparos con la implicación gubernamental en materias alejadas de las leyes (inter)nacionales. La película de Villeneuve es una aproximación fría y crítica a los excesos de los departamentos de defensa norteamericanos; también a los males necesarios y los ambiguos aliados con los que están dispuestos a lidiar en la guerra contra los carteles. Y esto es algo que el filme, a través de su propuesta formal, transmite con una facilidad pasmosa. Es así cómo al final el espectador acaba viéndose caminando por ese filamento tensado: al borde del descalabro, pero con la certeza de que el horror, carteles o gobiernos al tanto, siempre estará a un paso de colarse en tu casa.

La que no tiene reparos en ir de frente con la violencia que en ella se desencadena es Green Room, lo nuevo de Jeremy Saulnier (Blue Ruin). La historia sigue el tour de una banda punk de chavales acabados que viaja por la América profunda rascando conciertos cutres en bares grafiteados de baja alcurnia. Es en un pub de una banda de neonazis donde acaba el grupo que nos atañe, salvo que su actuación no acabará tras el último track. El bajista entra por error en una habitación en la que se ha cometido un asesinato y lo que se desata es un enfrentamiento a vida o muerte entre ambos mundos, punkarras y extrema derecha.

Green Room. Jeremy Saulnier

Green Room. Jeremy Saulnier

Saulnier, al que conocemos por el estilo a fuego lento que demostró manejar muy inteligentemente en la genial Blue Ruin, deja aquí que la violencia tome el protagonismo que ella requiere necesario. El realizador también aprovecha que Green Room está ambientada en un bar incomunicado y ajeno a la civilización para asumir la fórmula de un género con el que el filme se identifica en muchas etapas de su recorrido: el del terror. Casi como un La cabaña en el bosque, pero con pinceladas sangrientas del thriller de gangsters y un variopinto humor autoconsciente que asegura entretenimiento a los espectadores que saben apreciar los one-liners.

Green Room, pese a resultar formulaica desde el acto inicial, sabe adherirse a las pautas de su desarrollo sin depender de ellas en exceso. El mejor ejemplo para justificar esa libertad de movimientos que aprovecha Saulnier se puede ver en el cómputo de muertes; no sólo en el número, también el ordenamiento, la aleatoriedad y el factor sorpresa legitiman la que es una película que encuentra divertimento en su carácter imprevisible. Si además queda ese disfrute apoyado sobre una planificación técnica (y estética) tan medida, Green Room puede permitirse incluso cerrar a negro sin demasiadas explicaciones y obviando cerrar el círculo de sus chascarrillos. Y euforia colectiva por ello, claro.

PD: Muy bien Anton Yelchin e Imogen Poots en Green Room, por cierto.

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