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La Scala presenta un magnífico “Werther” y una decepcionante “Turandot”

En Música lunes, 8 de julio de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Los primeros días de julio cierran la programación de Teatro La Scala antes de la clausura estival del teatro, que retoma su actividad en septiembre. En una Milán refrescada por una fuerte tormenta, hemos asistido a dos producciones, desiguales en éxito final, centradas en dos títulos fundamentales del repertorio operístico de finales del siglo XIX e inicios del XX: el Werther de Jules Massenet y la Turandot de Giacomo Puccini.

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Benjamin Bernheim y Francesca Pia Vitale en el primer acto de Werther. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

Werther no se presentaba en La Scala desde 1980. La última vez, Alfredo Kraus y Georges Prêtre habían puesto el listón muy alto, siendo dos de los intérpretes indispensables de este título fundamental en el marco del drame lyrique francés de finales del XIX. La herencia de Prêtre ha sido recogida magníficamente por el director galo Alain Altinoglu, quien ha demostrado ser un intérprete más que sólido, capaz de mantener bajo estricto control el foso y el escenario. Con gran equilibrio, ha sabido alternar el ímpetu wagneriano que caracteriza algunos pasajes de la partitura con otros etéreos y delicados, llenos de ese estilo tardo-romántico que ya se acerca, en la música francesa, al impresionismo y al simbolismo.

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Victoria Karkacheva, Francesca Pia Vital y Sébastien Bou en el primer acto de Werther. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

Protagonista de la noche fue también, y sobre todo, Benjamin Bernheim, un tenor suizo de voz imponente y elegante presencia escénica, capaz de moldear un Werther de alta clase, listo para desafiar los muchos fortissimo de la orquesta sin el menor desmayo y, además, con una capacidad suprema de saborear cada sílaba del libreto que llegó a la sala con una enorme intensidad expresiva. Algo que supo hacer menos la mezzosoprano Victoria Karkacheva, una Charlotte de perfecta presencia escénica, pero con algunos problemas en la dicción y una interpretación musical algo anodina. Esta limitación se hizo evidente sobre todo en el tercer acto, en la bellísima conversación musical con Francesca Pia Vitale, quien, además de personificar a una alegre y soñadora Sophie, fue capaz de hacer del personaje una verdadera rival de Charlotte y no la habitual joven ingenua enamorada de Werther. Jean-Sébastien Bou en el papel de Albert y Armando Noguera en el de Bailli consiguieron excelentes actuaciones, junto a los niños del Coro de Voces Blancas dirigidos por Bruno Casoni.

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Victoria Karkacheva en el tercer acto de Werther. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

Excelente fue el espectáculo de Christof Loy. Encuadrado en una escena fija muy simple (realizada por Johannes Leiacker), dividía con extrema eficacia el mundo de la intimidad doméstica, de la alegría de los afectos y de los sentimientos simples (el de la familia, y ahí Werther nunca podrá entrar, excepto para suicidarse al final) y el mundo exterior, separado de este por una amplia puerta, en un espacio que no se entiende si es interior o exterior. Ambientado en los años 50, este Werther fue organizado según un perfecto juego de simetrías que cristalizó y subrayó con gran eficacia las relaciones entre los personajes, enriqueciendo su psicología. La desnudez del espacio escénico hizo que los pocos elementos adquirieran una carga simbólica adicional muy sugestiva: empezando por ese árbol de Navidad que se ve a lo lejos en el tercer acto, y que queda como un espejismo adicional de felicidad, y llegando a los mismos trajes del protagonista (perfectamente realizados por Robby Duiveman), que a lo largo de los actos subrayaban su alejamiento de ese mundo alegre e “infantil” al que pensaba pertenecer.

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Victoria Karkacheva, Benjamin Bernheim y Sébastien Bou en el cuarto acto de Werther. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

La capacidad de realizar un espectáculo admirable dentro de una relación perfecta entre música y escenario estuvo lamentablemente ausente en la Turandot de Puccini, vista por quien escribe tan solo dos días después sobre las tablas del mismo escenario. Solo la redundancia, totalmente innecesaria, de movimientos escénicos y efectos visuales caracterizó la puesta en escena de Davide Livermore, incapaz, como de costumbre, de seguir las sugerencias dramatúrgicas presentes en el libreto y en la partitura de Puccini. Turandot es una obra compleja donde el cuento cruel se une a un deseo de amor imposible de realizar, dentro del marco sofisticado de una China de la imaginación, hecha de colores (también en la orquesta), lirismo, delicadezas y brutalidades. Algo que faltó por completo en el espectáculo del director de escena italiano, donde ningún personaje fue centrado y la belleza de alguna solución escénica se perdía en un sinfín de ideas poco claras que terminaban por originar solamente desorden en el escenario.

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Primer acto de Turandot. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

Tampoco fue mejor la interpretación musical. La dirección de Michele Gamba, según su propia admisión en el programa de sala, no estaba destinada a esculpir la partitura de Puccini (una de las más matizadas que existen) con demasiadas exquisiteces, sino a hacer emerger la pura potencia sonora y equilibrarla con las voces de los intérpretes. El resultado, lamentablemente, fue decepcionante. El volumen de la orquesta a menudo sobrepasó a los cantantes, el fraseo fue suplantado por golpes contundentes, las matizaciones se perdieron dentro de una lectura francamente banal de la partitura y la velocidad frenética de los tiempos concedió poco respiro a la música.

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Yusif Eyvazif en el segundo acto de Turandot. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

Todo esto afectó negativamente al reparto de los intérpretes que, con la única excepción de la convincente Liù de Rosa Feola, estuvieron muy por debajo de las expectativas. Anna Netrebko, que hacía su debut en el papel de Turandot, consiguió algunas sonoridades suaves en el registro agudo, pero demostró poco compromiso con el personaje, y su voz adamantina se vio forzada hacia una emisión nasal, poco expresiva, que con el pasar de los minutos se hacía cada vez más cansina y casi desagradable. Totalmente inexpresivo fue el Calaf de Yusif Eyvazov, siempre forzado en la emisión, así como el Timur del bajo Vitalij Kowaljow, voz potente, pero con problemas de control. Aceptables, pero casi incomprensibles los tres ministros Ping, Pang y Pong a cargo de Sung-Hwan Damien Park, Chuan Wang y Jinxu Xiahou, y poco matizada la actuación del coro de La Scala, por debajo de su siempre elevada calidad artística.

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Yusif Eyvazif y Anna Netrebko en la escena final del tercer acto de Turandot. Brescia e Amisano ©Teatro alla Scala.

Finalmente, para conmemorar a Puccini, Livermore (presumiblemente) pensó en hacer que el público observara un minuto de silencio después de la muerte de Liù, el punto hasta donde el compositor escribió la partitura antes de fallecer y donde Toscanini interrumpió la primera ejecución en 1926. En el mismo lugar, noventa y ocho años después, la representación se interrumpió momentáneamente de una forma poco agradable y muy kitsch, ya que al público se le habían distribuido velitas eléctricas para encender en ese momento. Treinta segundos del minuto conmemorativo se gastaron, en promedio, en intentar encenderlas, lo cual quien escribe rechazó hacer de forma contundente.

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