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La Scala abre su temporada con una lograda “La forza del destino” de Verdi

En Música martes, 31 de diciembre de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

La forza del destino de Giuseppe Verdi no inauguraba una nueva temporada del Teatro alla Scala desde 1965 y había estado ausente del teatro milanés desde 2001, cuando Valery Gergiev, con los conjuntos del Mariinsky, presentó la versión de la ópera compuesta para el estreno absoluto en San Petersburgo en 1862. Para la inauguración de este año, el teatro ha optado por la versión definitiva de 1869, concebida específicamente para La Scala, cuya última ejecución data de 1999 bajo la maravillosa dirección de Riccardo Muti. A su manera, La forza del destino es la quintaesencia del melodrama del tardo romanticismo: excesivo, elíptico y novelesco.

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Anna Netrebko y Luciano Ganci en el primer acto de La forza del destino. © Brescia e Amisano, Teatro alla Scala.

Con la ayuda del fiel libretista Francesco Maria Piave (y en parte de Antonio Ghislanzoni para las secciones modificadas en la versión de 1869), Verdi adaptó el drama de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino, filtrándolo a través de una doble lente estética: la literaria del grotesco de Victor Hugo, el venerado traductor del aún más querido Shakespeare, campeones de esa mezcla de lo bello y lo feo que, desde hacía medio siglo, buscaba desterrar las restricciones neoclásicas; y la musical-dramática de la grand-ópera de Meyerbeer. El modelo es también la obra de Alessandro Manzoni y los temas presentes en I promessi sposi, entre otros. Se trata de un fresco que desafía las unidades de tiempo, lugar y acción (entre un acto y otro pueden transcurrir meses o años), mezclando nobles, soldados, monjes y gitanos, plegarias y horóscopos, misticismos eremíticos y vilezas de burdel. En este mundo, el pueblo que cantaba solidario en los coros de Nabucco y Macbeth ha sido reemplazado por una plebe aún más egoísta, cuanto más hambrienta.

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Anna Netrebko y Ludovic Tézier, Vasilisa Berzhanskaya en el segundo acto de La forza del destino. © Brescia e Amisano, Teatro alla Scala.

Difícil enumerar igualmente todas las facetas que caracterizan esta obra prismática, proyectada hacia el futuro como todos los grandes éxitos de Verdi. El caleidoscopio de afectos y situaciones parece inagotable. En los cuatro actos transitan fatalidad, devoción filial, pasión, remordimiento, alegría popular, oración, penitencia, guerra, diversión, odio, disfraces, reconocimientos, conciencia moral, religión como consuelo (en el Don Carlo será opresiva), juramento, fidelidad, humor, fiesta, muerte y mucho más. Verdi retrata la existencia humana como un «caos de posibilidades» y convierte La forza del destino en un preludio de los futuros desarrollos de la ópera verista.

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Traducir este movimiento del destino humano, que gira en un eterno retorno, fue la idea pintoresca que inspiró la dirección de escena de Leo Muscato, con los decorados de Federica Parolini, los logrados trajes de Silvia Aymonino y las efectivas luces de Alessandro Verazzi. El espectáculo se centró más en la escenografía que en la actuación (que, a decir verdad, resultó algo trivial y poco fiel a las indicaciones de Verdi y sus libretistas), gracias a los efectos espectaculares de una enorme plataforma giratoria que ocupó el escenario de La Scala y que revelaba a lo largo de la función interiores burgueses, bosques, conventos y campos de batalla, insistiendo en el tema de la guerra trasladando cada acto a épocas diferentes, desde el siglo XVIII hasta la actualidad.

Todo resultó muy realista y, por tanto, no dejó lugar a equívocos: cada situación escénica correspondió al contenido del drama y la música logrando de este modo una buena correspondencia entre música y visión cercana a la lectura musical. Riccardo Chailly ofreció una excelente interpretación de la larga y compleja partitura, aportando la elasticidad adecuada a cada momento musical y teatral, realzando así la riqueza musical y teatral verdinas: flexibilidad en el ritmo, variedad en las sonoridades, fluidez en el desarrollo narrativo. Todo ello acompañado por la excelente orquesta de La Scala (insuperable en Verdi) y su coro dirigido por Alberto Malazzi, un protagonista fundamental en esta ópera junto a loa diferente intérpretes.

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Un momento del tercer acto de La forza del destino. © Brescia e Amisano, Teatro alla Scala.

Anna Netrebko regaló, solo en algunos momentos, la Leonora que se esperaba de una estrella de su nivel, armonizando con su poderosa y dúctil voz, dramática y lírica, los tonos violentos del dolor con los suaves de la melancolía que caracterizan al personaje. Los primeros dos actos fueron excelentes, mientras que, en el último, con la gran aria “Pace, pace, mio Dio”, prevaleció en la soprano rusa esa impostación nasal, desagradable y poco expresiva que, lamentablemente, ha venido caracterizando su voz en los últimos años y que restado intensidad y encanto a su interpretación. Igualmente convincentes y más constantes a lo largo de la velada fueron el tenor y el barítono. Luciano Ganci fue un Don Álvaro ardiente, indómito, generoso y muy seguro en un papel que requiere agudos muy intensos y dulces pianísimos. Lo mismo puede decirse de Ludovic Tézier, uno de los mejores barítonos en activo, capaz de ofrecer un Don Carlo de Vargas tenaz y vengativo en la justa medida. Alexander Vinogradov estuvo casi perfecto en el solemne y hierático personaje del Padre Guardián, Vasilisa Berzhanskaya aportó energía al papel de la gitana Preziosilla, mientras que en los papeles secundarios Marco Filippo Romano y Carlo Bosi destacaron con esos maravillosos destellos de comicidad popular que Verdi confía a los personajes de Fra Melitone y Mastro Trabuco. Gran éxito al final de la velada, con ovaciones, sobre todo, para Netrebko, Tézier y el director Chailly.

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