La liberalización del mercado de lumbreras ha propiciado que se pueda opinar, mientras uno se mantenga en el absurdo de lo políticamente correcto.
Así es, Enrique. La resaca está sobrevalorada. ¿Qué otro momento de introspección existe en la vida de un hombre -más perfecto- que un día de resaca, que te dan una guitarra y podrías sacarte la discografía entera de Chavela Vargas en rumbita catalana? Y todo al tercer vaso de agua. ¿Un vaso o un beso? Maldita sea, Enrique, ¿has dicho tú eso o lo he escrito yo? Da igual.
Con todo, insisto –Enrique-, el miedo a vomitar es de cobardes. Y muchas veces por un “quítame esas pajas” en boca de una amante. Literalmente, además. Pero vomitar, de resaca o por empacho, en una época en la que la presión por tener una opinión, la que sea, sobre cualquier asunto, nos hace decir tonterías cada tres segundos y a los cuatro vientos en 140 caracteres, debería de ser un acto apreciado. No haber inventado Twitter. Quizá el problema sea que al haberse liberalizado el mercado de lumbreras célebres o anónimos, se puede opinar sobre lo que a uno le apetezca pero siempre y cuando sea en los términos de lo políticamente correcto que marca el absurdo del raciocinio humano y sobre todo español; del talante y todo ese discurso del grito mudo que un amigo resume como ser “agresivo-pasivo”. O lo que es lo mismo, no manifestar el enfado más que mirando mal y desde la distancia.
Aquí, por ejemplo, en Nueva Delhi, hace un calor de tres mil pares de cojones en esta época del año -48ºC de media, y subiendo-, pero sólo se puede decir con la boca pequeña y una sonrisa que le quite sofoco al asunto. Porque tú te despiertas empapado en sudor después de que uno de los habituales cortes eléctricos que afectan a India te haya dejado sin ventilador o AC, que sólo te falta una manzana en la boca y una ristra de dátiles en el ojo del culo para terminar de ser horneado, y no puedes maldecir porque te conviertes en un paleto racista e incapaz que no ha aprendido nada en 40 años de vida, y al que le falta aún mucho camino por recorrer para terminar de entender cómo funciona esto de la existencia.
Y luego sale tu colega Calamaro exclamando “¡Viva el Rey!” y alabando a Lorenzo Lamas hasta que se da cuenta de que el asunto versa sobre la Monarquía española y la abdicación de ese hombre sin el cual los españoles iríamos en taparrabos, y sus fans, que también son fans del blanco y negro -porque en España o se está conmigo o se está contra mí, no existe la escala de grises y mucho menos el color-, se ponen a reflexionar en la pared de pensar si lo que habrá dicho el mayor fumeta de habla hispana no será una luz que guíe nuestro camino para salir de la caverna (esto es un símil filosófico, eh, Enrique, no es que vivamos en una caverna. Y lo anterior un símil fotográfico).
En fin, que dicho lo cual, valoro en positivo que no te hayas manifestado al respecto y no por estar ocupado buscando un acorde, sino por pura precaución e inteligencia a sabiendas de que, según la (acertada) máxima de otra colega que piensa que la mitad del mundo es un asco para la otra mitad, y viceversa, de opinar lo que fuere siempre habría un listillo o listilla –la estupidez es tan democrática y avanzada que no hace diferencia de géneros-, que tendría la respuesta perfecta para situarse intelectualmente por encima de ti.
Y es que al final, la única conclusión posible es que nos quieren recortar hasta el sentido del humor aun cuando decimos paridas, la única arma legítima y benigna para ahuyentar una severa y perpetua melancolía congénita o ese enfado in crescendo que sólo se espanta a base de chistes que nacieron con vocación de ser eso: Chistes, sin más; como tus letras, como las mías, aunque nadie las entienda.
Eso y que, mientras tanto, la casa sigue sin barrer. Porque hasta que no se jubile toda una generación que piensa que el resto de españoles somos gilipollas –o aventureros, por opinar que no quede-, en este país nuestro de todos los demonios seguiremos comiendo mierda a cucharadas. ¿Has dicho tú eso o lo he escrito yo? Lo he escrito yo, sí. Así que yo seguiré por India, que no es que sea mejor pero al menos no entiendo todavía del todo su idioma. Y te seguiré escribiendo sobre mis Viajes, de los que se miden en kilómetros o de los que no van a ninguna parte, como este mismo que lees.
De momento, preparo partida hacia las montañas, al norte. Aquí en Delhi, aunque la gente es muy maja, hace demasiado calor. Te voy informando.
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