La reciente salida en España de la edición especial de La puerta del cielo nos da la oportunidad de hablar sobre la película dirigida por Michael Cimino, que supuestamente acabó con el Nuevo Hollywood. Una cinta que ha necesitado del paso del tiempo para ser considerada una obra maestra, el Apocalypse Now del western épico.
Hace pocos meses, La Aventura puso en circulación una edición especial de La puerta del cielo que voló en pocos días. Se trataba de un cofre de tres discos que presentaba por primera vez en España, en formato doméstico, la versión restaurada supervisada por el director, una copia de casi cuatro horas que se acercaba a la visión original de Michael Cimino. Ahora, para regocijo de todos aquellos que se quedaron sin ella, se pone en circulación una edición de dos discos que recupera la versión extendida en alta definición y parte de los extras.
Hagamos un viaje al pasado, concretamente a 1979. Cimino, tras una brillante carrera como guionista, acababa de ganar tres Oscars por El cazador y se unía de forma automática al club de oro del Nuevo Hollywood: un grupo selecto de directores (Francis Ford Coppola, William Friedkin, Robert Altman, Peter Bogdanovich) que podía presumir de libertad total a la hora de disponer de grandes presupuestos para realizar proyectos personales, en una era donde los cineastas tuvieron más poder de decisión que los ejecutivos de los estudios.
La United Artists, la primera productora independiente de Hollywood creada en 1919 por Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David Wark Griffith, iniciaba una nueva época al ser adquirida por el conglomerado de empresas Transamerica. Su intención, tras la compra, era dar un nuevo empuje de qualité a la productora, y deciden otorgar plenos poderes a Cimino para que realice La puerta del cielo, un western épico sobre los orígenes sangrientos de la nación americana basado en hechos reales, la guerra del condado de Johnson, que en 1870 enfrentó a colonos procedentes del este de Europa contra sicarios contratados por el gobierno estadounidense con una misión clara: echarles de sus tierras a cualquier precio.
Cimino, un director perfeccionista hasta extremos enfermizos, convirtió el rodaje de la película en una celebración de la excelencia cinematográfica que relatada hoy tiene proporciones míticas. El responsable de Manhattan Sur podía esperar y por lo tanto detener el rodaje horas para conseguir la luz perfecta en una escena (el director de fotografía Vilmos Zsigmond fue un aliado de lujo en ese menester); creó lo que los actores llamaron el Camp Cimino, un horario estajanovista de actividades para que sus papeles resultaran más creíbles. Clases de lenguas eslavas y de patinaje o cursos de tiro al blanco; el cineasta norteamericano seleccionaba personalmente a los extras y los disponía uno a uno en los planos como si se tratara de composiciones pictóricas; y, entre otras cosas, era capaz de realizar más de cincuenta tomas de una misma escena, ante la desesperación de algunos actores (Kris Kristofferson tuvo que repetir decenas de veces el mismo latigazo en una secuencia que acabó con algún secundario herido).
La puerta del cielo fue masacrada el día de su estreno debido a los problemas que rodearon su creación (retrasos en el plan de rodaje, un presupuesto desmesurado, disputas con los productores, acusaciones de hundir económicamente a la United Artists), pero en lo creativo no fue un desastre, sino más bien todo lo contrario. Cimino cuidó cada detalle con tanto mimo que fue capaz de crear el western antisistema definitivo, la obra magna de un cineasta aventurero que supo conjugar el lirismo con la épica; el drama de la pérdida de la inocencia, el tempus fugit y los sueños perdidos de sus personajes protagonistas, enmarcado en uno de los episodios más negros y violentos de la historia de los Estados Unidos. Otro mito que cabe desmontar relacionado con la película es que su estreno marcara el final del Nuevo Hollywood. Y es que esa generación de directores que hicieron uso del libre albedrío se cavó su propia tumba con anterioridad, debido a su desmesurada ambición. De hecho, tres años antes de La puerta del cielo, William Friedkin se adelantó al fin con el tormentoso rodaje de Carga maldita. Pero eso ya es otra historia.
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