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“La mujer del presidente”, la astucia de la tortuga

En Cine y Series martes, 13 de agosto de 2024

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

La debutante en el cine Léa Domenach dirige La mujer del presidente, título español de Bernadette (2023), una farsa política pretendidamente feminista, con un toque de fábula de La Fontaine, protagonizada por Catherine Deneuve como la primera dama francesa, Bernadette Chaudron de Courcel, conocida como Madame Chirac. Basada en hechos reales, ya que sus principales personajes lo son y los acontecimientos siguen una cronología histórica, la película es una caricatura de la lucha por la visibilidad de una mujer tan preparada como su marido, que se ha visto relegada a una representatividad política regional —y popular—, ya que el presidente, rodeado de un equipo de asesores masculino —esquematizado y risible, entre los cuales figura Dominique de Villepin—, no la escucha y menosprecia su opinión.

La figura de Chirac, encarnada por Michel Vuillermoz sin una pizca de charme ni elegancia, exagerando su odioso rol de marido machista, infiel y soberbio es el contrapunto a una escalada de popularidad de su esposa, secundada por un discreto Denis Podalydès, como Bernard Niquet, su leal relaciones públicas, en un papel que no permite brillar a su talento. La complicidad creciente entre Bernadette y Bernard se revela en pequeños gestos de aprobación y satisfacción, dignos de un pigmalión de princesa por sorpresa.

La astucia, una de las cualidades más preciadas en el Hexágono, cuya encarnación más prototípica es Astérix, es la principal baza de empoderamiento de la primera dama, que empieza abandonando los demodés trajes Chanel de “algodón de azúcar” por un aggiornamento de la mano de Karl Lagerfeld. Capaz de reunir artistas de izquierdas y derechas en sus labores filantrópicas, Bernadette se convertirá en un icono desligado de su ideología y crianza aristocrática, para terminar dando aparentemente la puntilla a su esposo al apoyar públicamente en un mitin a Sarkozy.

La mujer del presidente

El apartado relativo al expresidente de Francia, que por cierto no temió ser eclipsado por Carla Bruni, merece comentario propio. Interpretado por Laurent Stocker, un excelente secundario del cine francés, se limita a hacerse perdonar a lo largo de todo el metraje —inasequible a la repetida humillación— por  una traición política que compromete su futuro, y que los no familiarizados con las maniobras domésticas del país galo nunca entenderán, ya que en este caso como en otros que sobrevuelan el filme, la política parece ser un escenario de cartón piedra, donde no hay trama ni estrategia y las relaciones internacionales son solo un arma arrojadiza de matrimoniadas.

La única maniobra reseñable y que justifica la “traición” de Bernadette a su marido, es el acercamiento interesado a Sarkozy, a cambio de un trato favorable en el escándalo de corrupción que los atrapará en cuanto abandonen el Elíseo —el Tribunal Correccional de París condenaría en 2011 al expresidente a dos años de prisión, que no cumplió, por malversación de fondos públicos en la contratación ficticia de funcionarios en el ayuntamiento entre 1990 y 1995— y, por otra parte, la ratificación de una de las famosas corazonadas políticas de Bernadette, el ascenso de Le Pen. A fin de cuentas, Bernadette, intachable esposa católica, apostólica y romana, educada en la más conservadora tradición de su propia clase, con una formación universitaria equiparable a la de su esposo, utiliza las argucias de que le provee su ingenio, su PR y su creciente confianza en sí misma, pero jamás con el objetivo de eclipsar la superioridad anacrónica y rancia de quien aceptó en santo matrimonio.

Aquí lo que importa es que Madame Chirac toma la revancha aparente contra su marido, que bien podría ser un tendero o un industrial de provincias, que su abnegación y apoyo han sido pilar de su éxito, sin el debido reconocimiento, y que su ascensión solo provoca ira y celos. Al parecer, la familia Chirac, que sale malparada en el retrato de brocha gorda (incluyendo Laurence, enferma de anorexia y Claude, escudera de su padre) se expresó públicamente contra el proyecto.

El arranque de la película, en la noche electoral que elevaría a Chirac de la alcaldía de París a la presidencia, desde 1995 a 2007, va precedido por un aviso a navegantes en forma de noticia de prensa sobre la boda entre una aristócrata y el hijo de profesores, marcando ya la mayor dimensión del sacrificio de la esposa ninguneada. Fueron 14 años de presidencia en que se agrandó la brecha de pobreza en Francia, Chirac retomó las pruebas nucleares en Polinesia y concitó la enemistad de EE.UU. por su negativa a secundar la Guerra de Irak.

Afortunadamente, Catherine Deneuve brillaría en cualquier proyecto, muda y sin moverse de una silla, y la cámara no la abandona en su ascensión desde que representa a la simbólica tortuga (lenta y fuera de juego) que finalmente luce como un broche en la solapa (a lo Perro Sanchez) y que es el título de la película en inglés. En cuanto a los parecidos físicos, Domenach se enroca en la esencia, fantaseamos con una Marie-Christine Barrault adusta y aristocrática como primera dama, mientras el resto de personajes obvia la semejanza e incluso los diálogos. El recurso dramático al coro de tragedia griega, aquí reconvertido en Godspell, dado el catolicismo de la protagonista tiene un papel errático, mientras que los efectos especiales que simulan escenas reales, como la visita de Hillary Clinton, combinando imágenes de archivo con CGI son bastante discretos.

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