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La jugada más extraña de la historia

En Peón en séptima, Lifestyle viernes, 11 de abril de 2014

Rafa Marí

Rafa Marí

PERFIL

Kasparov rememora el match Spassky-Fischer por el título mundial.

Gary Kasparov (Bakú, Azervaiyán, 1963) representa una de las más altas cimas de la historia del ajedrez, acompañado en ese lugar de honor –es mi selección- por el cubano José Raúl Capablanca (1888-1942), el ruso Alexander Alekhine (1892-1946) y el estadounidense Robert Fischer (1943-2008). Kasparov, retirado del ajedrez de élite, nos deslumbró durante veinticinco años con su juego arrollador e imaginativo y ahora, en su madurez, emerge como un político liberal y combativo capaz de plantar cara –de momento con poco éxito- a Putin, ese nuevo zar forjado en la escuela del KGB. Añadamos a esto la brillante faceta de Kasparov como escritor y analista de partidas. Aparte de diversos y magníficos tratados sobre aperturas, en 2007 publicó Cómo imita la vida al ajedrez y en 2003 inició una monumental serie, ya culminada, de cinco volúmenes con el título de Mis geniales predecesores, lo mejor publicado nunca sobre las complejidades psicológicas del milenario juego-ciencia-deporte. No conozco la primera y segunda entrega (Revolución en los años 70’ y Kasparov vs Karpov, 1975-1985) de su nueva serie titulada Sobre el ajedrez moderno.

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En el volumen 4 de Mis geniales predecesores, Kasparov analiza algunas extraordinarias partidas de Bobby Fischer. Tenía interés por conocer la opinión de Gary sobre la extrañísima jugada del aspirante Fischer (31… Axh2 ??, ver diagrama) en su primera partida del match contra Spassky (San Petersburgo, 1937) perteneciente a la final del campeonato del mundo (Reykjavik, 1972). Con aquel suicida movimiento, Fischer perdió una pieza y con ella la partida (tras la sencilla 32. g3,  el rey blanco llega a g2 y se zampa limpiamente el alfil encerrado).

¿Cómo es posible que el gran Bobby hiciese una jugada tan mala? Es una de las meteduras de pata más incomprensibles de la historia del ajedrez. No la hubiera hecho ni un jugador de tercera. Kasparov, siempre bien informado, lo explica así: “Según Tal, la conducta de Fischer fue concebida y planeada por un psicólogo de alto nivel, aunque era extremadamente arriesgada (…) Ciertamente, Fischer se comportaba como si hubiese declarado una guerra psicológica a su oponente”. Fischer, desafiando toda lógica, no se presentó a jugar la segunda partida. ¿Otra batalla de la misma guerra? Con el marcador 0-2 en su contra, el joven norteamericano (29 años a la sazón) empezó a remontar y acabó ganando el título mundial con bastante facilidad (12,5-8,5) ante un Spassky cada vez más desconcertado.

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