La banda madrileña Vetusta Morla, gran ganadora esta semana en los Premios de la Música Independiente, continúa explotando el contenido de La Deriva en conciertos multitudinarios. Los próximos, este fin de semana en Valencia y el siguiente en Madrid; este último con todas las entradas agotadas.
Habría que remontarse mucho en el tiempo para descubrir una banda española con tal capacidad de convocatoria. Han agotado todo el papel para su concierto del Barclaycard Center (el Palacio de los Deportes de toda la vida, vaya) de Madrid el 23 de mayo, y no andarán muy lejos de hacer lo propio para este sábado 16 de mayo en la Feria de Muestras de Valencia. Un recinto por el que apenas han pasado en los últimos años músicos tan duchos en el arte de convocar un buen gentío como Armin Van Buuren, Chemical Brothers o Depeche Mode.
Por si fuera poco, acaban de hacerse con siete de los galardones concedidos el lunes pasado en la entrega de Premios de la Música Independiente. Entre un total de 26 categorías, lo que da una una idea del acaparador porcentaje que han capitalizado.
Son Vetusta Morla, y su solo nombre sirve para invocar una generación de bandas que copa la programación de los grandes festivales y cualquier gran recinto desde propuestas que tienen en la utilización del castellano y en la laxitud de sus formas sus principales enseñas. Indies, si se acepta el vocablo como animal de compañía desde un prisma que tiene poco que ver con el que se estilaba hace un par de décadas. Independientes en el sentido más restrictivo de la palabra, si nos atenemos al menos a la filiación discográfica de los madrileños. Aunque sus discos, editados en su propio sello, tengan desde hace algún tiempo el soporte editorial de Warner Chappell.
Estuvieron cerca de una década sin comerse una rosca (comercialmente hablando), hasta que el fenómeno del boca-oreja (sobre todo) y el apoyo de emisoras como Radio 3 (bastante menos) hicieron que su palabra se difundiera como la pólvora, allá por 2008. Autoeditaban sus discos, y siguen gozando hoy en día de un grado de autogestión que ya querrían muchos para sí, si eso significase su compatibilidad con el éxito.
Sorprendía que una fórmula que se miraba con tan poco disimulo en la ensortijada aflicción finisecular de Radiohead (y su larga legión de acólitos) y en el correspondiente séquito de seguidores de Los Piratas pudiera gozar de tal predicamento, más de una década después de la eclosión de ambos. A ellos parecía importarles poco. Junto con Lori Meyers, Love of Lesbian, Supersubmarina, Izal o Dorian, forman parte de una hornada de grupos que ha vuelto a poner sobre el tapete el interrogante de hasta qué punto es procedente emplear la dichosa etiqueta indie en nuestro país.
¿Hablamos de adscripción discográfica o de osadía estilística? ¿De una estética (o falta de ella) o de una ética? ¿De penetración popular o de alguna clase de pulso alternativo a no se sabe bien ya qué parámetros? Es más, ¿vale la pena siquiera calentarse la cabeza en el empeño?
El caso es que resulta curioso cómo de un tiempo a esta parte algunas publicaciones especializadas pasan directamente de puntillas sobre sus logros, despachando sus conciertos en grandes festivales con un par de líneas meramente descriptivas en algunas crónicas de tinte global, no vaya a ser que nadie pudiera sentirse molesto y se pierda algún lector por el camino. Y con lo caro que está el papel. El enorme poder de contagio viral y prácticamente ajeno a cualquier previsión mediática que ha tenido la banda de Tres Cantos hace de su música un valor tan seguro en el plano pecuniario para cualquier promotor como resbaladizo en manos de cualquier plumilla.
Su irrupción ha deparado que el término indie, tal y como esbozábamos, haya venido en su caso acompañado en los últimos tiempos por compañías peligrosas, en forma de prefijos y sufijos no precisamente halagüeños, y puestos en circulación más de forma coloquial que con un calibre periodístico.
El componente higienizado y hasta cierto punto aséptico de su música (que nada tiene que ver con su inequívoco compromiso con causas sociales que ellos y gran parte de la sociedad consideran justas, o con la solidez de unos directos sobradamente engrasados) seguramente tuviera gran parte de culpa.
Pero lo cierto es que algunas aventuras recientes que podrían haber patinado por su presunta grandilocuencia se saldaron con consistencia. Quienes pudieron verles en compañía de la Orquesta Sinfónica de Murcia hace un par de años en un concierto benéfico así lo atestiguan (una maniobra, curiosamente-o quizá no tanto-emulada recientemente por Dorian). Y su envite por subir la apuesta con un tercer álbum sobre el que revolotea el clima de desasosiego sociopolítico del momento (La Deriva; Pequeño Salto Mortal, 2014) no les granjeará un superávit de nuevos simpatizantes, pero sí les aleja de patrones recurrentes y ahonda en el proceso de búsqueda de una voz propia e intransferible.
Aunque sus directos ante grandes audiencias dejen aún poco hueco para el detalle y casi todo a merced de la exposición al por mayor (derroche de volumen y efectos lumínicos), impúdica y escasamente sutil de sus mejores argumentos. Suficiente, en todo caso, para que su numerosa parroquia quede más que satisfecha. Y para que hayan salido también acreedores al mejor directo del año para el grueso de quienes deciden con su voto quiénes son los galardonados en los Premios de la Música Independiente. Durante las próximas semanas continúa su epopeya triunfal.
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