La hija de un ladrón, dirigida por Belén Funes, es la excelente descripción de la lucha por la supervivencia de la joven Sara (Greta Fernández), quien cría a un bebé en la precariedad, luchando por conservar la relación con el padre de la niña y con el suyo propio, así como por conseguir la custodia de su hermanito. En resumen, batallando por re-construir un esquema familiar en el que sentirse segura. Sobre todo, su deseo es gestionar la frustrante relación con su padre, una figura ausente y sin responsabilidad hacia su prole. Ella necesita poder afrontar la realidad, dejar de tener expectativas y lograr tener una relación adulta, en la que no sentirse culpable por la falta de atención de su padre, para que todo su esfuerzo por ser una buena madre, ser autosuficiente, no vaya ligada a la necesidad de demostrarlo a quien no lo aprecia.
La necesidad de ser valorada, amada, acompañada, es una constante en la vida de Sara, la hija de un ladrón, que a partir de la relación con Manuel (Eduard Fernández, su padre en la vida real), condiciona la que mantiene con los demás, especialmente con el padre de su hijo. La evolución del personaje, admirablemente descrito en su pugna interior y en la plasmación de los pasos en su evolución personal, desde la obsesión con la familia perfecta que desea construir, hasta el atisbo de consciencia de que pueden existir otros esquemas de relación más apegados a la realidad y a las emociones legítimas hacia los demás, perdonándose lo que podría considerarse una traición a los valores preterderminados del que se considera el núcleo básico de la sociedad.
Conforme Sara va asentándose en cada aspecto de su vida, relaciones, trabajo, se fortalece su personalidad y resistencia. La fragilidad derivada del ansia no correspondida, que le hace depender de quienes no la valoran o no desean en la misma medida, va desapareciendo gradualmente, con enorme versosimilitud, alcanzando su culmen en la escena final del filme, en la que su recién adquirida fortaleza se pone a prueba.
¿Cómo se sobrevive con esa tremenda necesidad de ser amada?
Con una aproximación casi dardennesca, y una excelente fotografía de Neus Ollé, la película de Belén Funes describe el esfuerzo por salir adelante, mantener a su familia unida, ser una buena empleada y esforzarse con conseguir lo que la vida (su padre) siempre le ha negado: el reconocimiento, el amor y la estabilidad. La hija de un ladrón es un mantra basado en el trabajo duro, esfuerzo, constancia y también obsesión en ser una buena hija, una buena madre, una buena hermana y una buena empleada. La cámara sigue a Sara en sus movimientos, en sus esfuerzos por reconstruir una relación con su propio padre y con el de su hijo, lidiando con la frustración, el desapego y el desamor.
¿Cómo se sobrevive con esa tremenda necesidad de ser amada? ¿Se puede vivir con el dolor del abandono? La película de Funes nos muestra probablemente el final de una etapa, en la que ella dejará de tener una expectativa que jamás se completará, y en la que la lucidez transformará una relación de dependencia infantil en una relación adulta, en la que siempre sabrá qué (no) esperar. El gran pulso demostrado por la debutante Belén Funes para describir en su protagonista el deseo de creer que todavía es posible enderezar la relación, el sentimiento de culpabilidad al creerse parte del problema y la decepción, es asombroso.
Nos quedamos con las ganas de ver más, porque el filme acaba justo cuando empieza la transformación en Sara. Cuando se produce ese switch definitivo que la protegerá del dolor de no ser amada por su padre, cuando le vea como un hombre, desligado de la presunción de poseer todas las cualidades de las que ella, en cambio, hace gala. Cuando se le dice que le olvide, ella contesta que lo lleva en la cara. Padre e hija en la vida real, el enorme parecido entre los Fernández hace más impactante la réplica. Y esa brutalidad, esa aplastante demostración del lazo familiar revela la enorme consistencia del nudo que hay que cercenar para sobrevivir.
Los guionistas Belén Funes y Marçal Cebrian, que realizaron un exhaustivo trabajo de documentación para escribir su película, esquivan la carta de la compasión, en cambio, muestran la lucha por salir delante de una joven que lejos de huir o esquivar sus responsabilidades, las asume con tanta generosidad como mezquindad muestra su progenitor, con tanta valentía como inconsistencia demuestra él.
Sin embargo, sus idas y venidas, cargando el carro del bebé o en sus momentos de máxima felicidad, tumbada junto a él, percibimos que en el meollo de la historia no está el dolor sino la salida, la solución. Una madre tan joven está buscando reconstruir su vida, crear la familia que no tuvo, reuniendo a su hermano y ofreciéndole lo que ella no tuvo, y ciertamente ayudándole con su propia experiencia a sobrellevar esa falsa expectativa jamás cubierta por un padre más infantil, mentiroso e irresponsable que su hijo más pequeño.
Greta Fernández, cuyo papel en La hija de un ladrón le ha reportado ya múltiples galardones (San Sebastián, Thessaloniki, Austin), es una portentosa intérprete que expresa con una técnica minimalista muy efectiva su tesón. En su mirada, en su estupefacción, leemos el dolor que siente oprimirle el pecho ante esa pared lisa que es su propio padre, ahora tendiendo su mano, ahora retirándola, ejerciendo su maltrato amparado por el ascendiente que le otorga su posición de poder como padre. Quien debe proveer y amar sin condiciones es, en cambio, voluble e irresponsable, absolutamente inconsciente del dolor que causa, pero culpable verdugo a través de la manipulación.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!