No corráis a la tienda más cercana para compraros la prenda de la que todo el mundo habla: ni es tan fiero el león como lo pintan, ni tan falda esa pieza como la retratan.
Igual que en el dicho que repetíamos ingenuamente de niños para burlarnos del tonto de la clase, un plátano es en realidad lo que nos están vendiendo como oro. Me explico: don Amancio, fiel a su máxima de clonar diseños de pasarela democratizar la moda, ha decidido poner a la venta en su enseña más emblemática una falda para hombre. ¡Oh! ¡Uh! ¡Ah!, suspiran los fashionistas de medio mundo al tener al alcance de su tarjeta visa, por apenas unas decenas euros, una prenda que bien podría firmar (y lucir) Marc Jacobs. Ellos ya se imaginan vistiéndola, combinándola, fotografiándola y fotografiándose con ella, arrancándole la etiqueta de cartón mientras le colocan etiquetas virtuales y suben la imagen a Instagram: #manskirt, #maninskirt, #realmenwearskirts…
Pero, no nos dejemos cegar por los hashtags ni por los pliegues del tejido, la supuesta falda de Zara es en realidad un trampantojo, un engaño, un embeleso, una quimera, una ficción. Vaya, que no es una falda. Es un pantalón con falda superpuesta, como bien matiza la web de la firma de Arteixo. Efectivamente, don Amancio es un visionario pero no salta al vacío sin red: su firma no ha transgredido ninguna norma de género, ni está vistiendo a los hombres con una prenda tradicionalmente femenina. Son unos pantalones con una silueta diferente y más tela de la habitual. La marca más internacional de cuantas la moda española ha dado llevaba un par de temporadas avanzando estos volúmenes. Por ejemplo, sobre unosmeggings colocaba unos amplios shorts o proponía lucir pitillos y camisas o cárdigans un par de palmos más largos de lo habitual… Testaban así si su clientela masculina se atrevería con la falsa falda. Y parece ser que la respuesta es afirmativa.
Pero como los billetes de 6 euros, la prenda no existe como tal. Una verdadera falda dejaría entrever pantorrillas peludas, permitiría jugar al escocés y llevarla sin gayumbos. A efectos prácticos, quienes la luzcan seguirán enfundando sus muslos en perneras separadas y solo verán alterada su silueta, como quien se anuda una chaqueta a la cintura. He valorado comprármela, pero me han disuadido. Con todo, quiero probármela, no lo niego. Pero he llegado a la conclusión de que llevarla es quedarse a medias. Cual Escarlata O’Hara, pero a la puerta de una gran superficie, juro que hasta el día que no comercialicen una de verdad, con su tableado y su dobladillo, a mí no me verán llevar una falda.
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