Cada uno de nosotros tiene hoy en día al alcance cientos de series, documentales y películas gracias a un sistema a la carta casi infinito. Esto significa que cada vez somos más exigentes con lo que vemos y casi siempre, más ansiosos. Entre tantas opciones, es difícil que el estreno de una serie traiga algo nuevo y muestre personajes y tramas que no estén repetidas dentro de la parrilla televisiva. Y si hay un género en el que sobran tópicos, personajes calcados y una sensación de pesadez, es el género de detectives. Sin embargo, en estas ficciones sobre asesinos en serie y detectives a su búsqueda, destaca Killing Eve, una ficción producida por BBC América y distribuida por HBO.
Esta serie supone la vuelta a una gran producción de Sandra Oh (Anatomía de Grey) que, en esta ocasión, es una detective del servicio de inteligencia británico cansada del papeleo y del trabajo de oficina. Después de varias discusiones con sus jefes, su vida cambia cuando se cruza Villanelle (Jodie Comer), una asesina en serie maniática, elegante y con un sentido del crimen que se acerca a la filosofía. Es en el momento en que estos crímenes empiezan a dejar un patrón con el que estudiar sus movimientos, cuando la trama se convierte en un clásico juego de policía que busca al ratón. El problema es que en este caso el ratón quiere conocer al policía. Ambos juegan para encontrarse. La fascinación mutua, y no la justicia, es lo que hace que Killing Eve sea una serie de detectives diferente y muy interesante.
La dirección está a cargo de la británica Phoebe Waller-Bridge, creadora de series como Fleabag y películas como Han Solo: una historia de Star Wars. La autora británica es uno de los grandes talentos de una producción televisiva que, por suerte, ha perdido complejos y cuenta con piezas audiovisuales al nivel (o incluso superiores) de muchas películas.
Como sucede de manera habitual, esta serie basa su origen en la literatura. En esta ocasión, la historia de Killing Eve viene de la saga de novelas Villenelle del británico Luke Jennings. El gran acierto del paso a la gran pantalla es poder apreciar los gestos de Jodie Comer, que sabe como forzar al público a sentir simpatía por la asesina a la que interpreta.
Otro punto a favor de la serie son las localizaciones. A diferencia de muchas series de detectives, la persecución no se produce solo a nivel local (en este caso el Londres tan pisado por detectives) sino que los protagonista tienen que viajar a ciudades como Berlín, París o Moscú. La ambientación y los personajes secundarios, entre los que destaca una niña rusa con un carácter peculiar, son magníficos.
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