Kendrick Lamar acaba de regresar con Mr Morale & The Big Steppers, actualmente, el disco más vendido (superando los registros de Bad Bunny) y el mejor valorado del año, algo a lo que nos ha acostumbrado el autor de To Pimp A Butterfly, pero que puede, también, que sea el último. Lo suyo es algo que muy pocos artistas han conseguido en su tiempo, ser, a la vez, tremendamente popular y tremendamente respetado, el sueño completo para cualquiera que hace música para ser escuchado, el pack completo, algo que le emparenta con gente como los Beatles, Bowie, Michael Jackson o Radiohead. Este es un repaso a toda su carrera para intentar comprender cómo ha llegado hasta aquí.
Kendrick Lamar Duckworth viene directamente de Compton, California, lugar en el que nació en 1987, el mismo año en el que se formó N.W.A. (Niggaz With Attitudez), el grupo de rap que pondría ese suburbio en el mapa y en el que sobresalían Dr. Dre, Ice Cube e Eazy E. Al año siguiente su disco Straight Outta Compton inauguraría la etapa del gangsta rap y pondría a la Costa Oeste en el mundo del rap y a Compton como su Meca.
Es determinante este origen de Lamar, ya que Compton y sus malas calles son muy importantes en su música, y es que esa ciudad suburbial es casi un ghetto para familias trabajadoras, en el que las drogas y las bandas callejeras, las injusticias sociales, la pobreza y la violencia, mucha violencia, son el pan de cada día para sus residentes, un grupo de gente con menos de un uno por ciento de población blanca y un 96% de población negra y latina.
En un barrio así, sin muchas opciones de futuro, el rap y los deportes parecían las únicas opciones viables para salir de allí. De Compton han salido múltiples jugadores de la NBA como Tyson Chandler, DeMar DeRozan, James Harden o Dennis Johnson, también las hermanas Williams, Venus y Serena, además de raperos como los mencionados N.W.A., The Game, Coolio o YG, aunque muchos más han caído en las redes de las bandas callejeras, como los Bloods y los Crips, y un alto porcentaje no ha llegado a cumplir la treintena, algo ligado a un lugar en el que los tiroteos son tan habituales como las redadas de la policía.
Es normal que proceder de un lugar así marque enormemente a cualquiera, incluido a un Lamar que tiene como uno de los mejores recuerdos de la infancia la presencia de sus ídolos Dr. Dre y, principalmente, Tupac Shakur grabando el video de “California Love” en sus calles. La figura de Shakur, y sus múltiples contradicciones, se convertirían en un referente constante para Lamar que terminaría su disco To Pimp A Butterfly con una falsa entrevista con el ídolo caído.
Su carrera musical comienza pronto, a los 16 años, dentro del más puro underground, sacando mixtapes bajo el alias de K-Dot. Pasado un tiempo comienza a llamar la atención de raperos famosos como The Game o Lil Wayne y, tras dejar de hacerse llamar K-Dot en 2009,forma el supergrupo Black Hippy con Jay Rock, Ab-Soul y Schoolboy Q. En 2010 aparece Overly Dedicated, su cuarta mixtape, la crítica le cubre de elogios, se abría con la segunda parte de su serie The Heart, pero la que se lleva todos los focos es Ignorance Is Bliss, una canción que parece glorificar el estilo de vida Gangsta Rap, pero que termina cada verso con la frase que le da título, Ignorance is bliss (la ignorancia es la felicidad). Será este tema el que llame la atención del mismísimo Dr. Dre. El ex N.W.A. era el productor más importante de la historia del género, además del responsable del descubrimiento de algunos de los MC’s más importantes como Ice Cube, Snoop Doggy Dog, 50 Cent o Eminem. Así que cuando el Doctor del G-Funk puso los ojos en él, la comunidad hip hop supo que había encontrado a su nuevo Mesías.
Las revistas especializadas comenzaron a colocarle entre los raperos más prometedores y su siguiente proyecto confirmó las apuestas. Era Section.80, cuyo sencillo de adelanto, “HiiiPoWeR”, ya adelantaba muchas de las claves líricas de próximos trabajos. El título se podía leer como una oda al amor propio pero también se podía transformar en “Hiii Po We R”, Hola, somos pobres. En ella Kendrick nombra a varios líderes afroamericanos como Martin Luther King, Malcolm X, los Panteras Negras Huey Newton y Bobby Seale y, como no, Tupac Shakur. El resto de su debut contenía perlas como “ADHD”, donde se reconoce como un hijo del crack al haber nacido en Compton a finales de los 80. Su primer disco de estudio, para la compañía Top Dawg, solo se puso a la venta en formato digital pero, aun así, se coló en las listas de Billboard.
Un mes después de su debut, Dr. Dre, Snoop Dogg y The Game coronaban a Kendrick Lamar durante un como el nuevo Rey de la Costa oeste. Ese mismo año, 2011, Kendrick colaboró con Drake en Take Care, la continuación de su número uno, Thank Me Later. Los dos pretendientes al título de mejor rapero se aliaban, pero esa alianza no iba a durar.
En 2012 la expectación seguía creciendo a su alrededor y Top Dawg, llega a un acuerdo con Interscope Records y Aftermath Entertainment para distribuir sus siguientes discos. En el mismo acuerdo, Kendrick demuestra que no olvida a sus chicos y logra un contrato para el resto de miembros de Black Hippy.
Llegado el momento de responder al hype creado a su alrededor, Kendrick Lamar se encierra en el estudio con sus productores de confianza como Shounwave, Terrace Martin o el mismísimo Pharrell Williams y elabora su primera obra maestra, Good kid, M.A.A.D city, un disco que marcó un antes y un después en el rap, como ya habían hecho Nas con Illmatic o Public Enemy con It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back. Así de influyente fue un disco que se podría denominar como conceptual, siguiendo la historia de un joven Lamar creciendo en Compton. La lírica del artista es excelente y podría servir como guión cinematográfico a una película tipo Tarantino, enseñando además una alternativa a esa cultura autodestructiva de las drogas y las bandas callejeras, sin caer jamás en la moralina o la autocomplacencia. Aquí no hay héroes, ni villanos, tampoco soluciones fáciles.
Kendrick Lamar adoptaba una nueva perspectiva de la de sus antecesores, si lo normal es que los raperos se pusieran como chicos malos, Kendrick se coloca a sí mismo el chico bueno que no puede escapar a la violencia intrínseca de su barrio. Es como una especie de Ciudad de Dios hecho disco de rap, Good kid es Compton vista desde el punto de vista de Buscapé, un ‘buen chico’ atrapado en sus circunstancias.
Su habilidad como contador de historias, su lirismo, sus diferentes voces y su flow, cosas que llevaron a mucha gente a llamarle ‘el Nas de la Costa oeste’, fueron lo más llamativo, pero musicalmente el disco era también una maravilla en el que se mezclaban samples de Beach House en la maravillosa “Money Trees” con baterías funk y estribillos altamente coreables como los de “Swimming Pools (Drank)” o “Bitch, Don’t Kill My Vibe”. No fue un disco más, sino un acontecimiento y su sombra fue tan alargada que en un género con los egos más fuertes del mundo hizo que cuando Macklemore y Ryan Lewis se impusieron sorpresivamente como mejor disco de rap en los Grammy, los ganadores aprovecharan para pedir disculpas por la injusticia.
El disco fue declarado el mejor del año por varias de las más prestigiosas publicaciones musicales, como Pitchfork o la BBC, además de subir al número dos de las listas de venta en EEUU y colocar tres sencillos de éxito, “Swimming Pools (Drank)”, “Bitch, Don’t Kill My Vibe” y “Poetic Justice”, una canción donde volvió a colaborar con Drake.
Fue la última colaboración entre ellos antes de que Lamar revolucionara el mundo del hip hop con su aportación en el “Control” de Big Sean. Sobre un sample de “El Pueblo Unido Jamás Será Vencido” de Quilapayún y Víctor Jara, Kendrick Lamar se lanzó a la yugular del resto de raperos de su generación, dejando claro que ya no estaba en el saco de aspirantes al título, sino que era el nuevo campeón de los pesos pesados, como antes de él lo fueron Jay Z, Nas, Eminem o Andre 3000 de OutKast.
Además, se proclama heredero de Tupac y ‘Rey de Nueva York’, un guiño a Notorious BIG, dejando un mensaje para sus competidores, (a los que nombra, Jermaine Cole, Big KRIT, Wale, Pusha T, Meek Millz, A$AP Rocky, Drake, Big Sean, Jay Electronica, Tyler The Creator y Mac Miller), algo así como ese histórico comentario del torero Guerrita: Primero yo, y después de mí, naide.
Las generaciones anteriores parecían estar de acuerdo con el propio Lamar y su nombre comenzó a ser solicitado por todos ellos, de Kanye West a Eminem, de Jay-Z a Q-Tip o a Andre 3000. Claro que lo que vino después fue la consagración absoluta, ni siquiera Nas pudo repetir o acercarse al impacto de Illmatic, pero Kendrick siguió a Good kid con To Pimp a Butterfly, un disco tan grande y ambicioso que hizo parecer pequeña a aquella maravilla.
To Pimp A Butterfly ya no era una película sobre Compton, sino una enciclopedia sobre la historia, la música y la lucha de los negros norteamericanos. Kendrick Lamar emergía como la voz de su generación y se convertía en una especie de Bob Dylan del rap, como este terminaría renunciando al puesto, pero a eso llegaremos más tarde. Aquí es donde aparecía “Alright”, una canción que como “Blowin In The Wind” antes, se convierte en un himno de su tiempo, siendo la canción elegida por los manifestantes del Black Lives Matters.
Utilizando uno de los versos que usaba el propio Lamar, este disco era tan negro como el corazón de un puto ario, tocando todos los palos de la música negra de los últimos 100 años, del jazz al funk, del soul al hip hop. De Miles Davis, a Parliament, hasta llegar al inevitable Tupac Shakur, la figura que cierra el disco. No había sencillos, ni canciones pegadizas para la radio, Kendrick Lamar se lanzó al vacío con un disco más cercano al Bitches Brew de Miles Davis que a un revienta pistas tipo 50 Cent. Un disco como un todo en el que cada canción fluía en la siguiente y cada pista se entendía mejor con la anterior. Era, es, el mejor disco de la segunda década del Siglo XXI y el momento en el que tocó techo.
El disco fue tan gigantesco que sus descartes dieron para un disco también notable, Untitled Unmastered, una obra que completaba a To Pimp A Butterfly, buceando en las raíces de la música y la identidad negra de EEUU en sus ocho magníficas canciones, en los que se mezclaba el blues casi desnudo de “Untitled 7” con el funk de “Untitled 8”.
Un año después, en 2017, apareció DAMN, que fue una especie de respuesta de Lamar a los que pensaban que era más un artista conceptual que un tipo capaz de hacer éxitos. Fue casi como una respuesta al rapero más comercial y con más éxito de su generación, Drake, con el que parece que sigue cabreado por alguna de las rimas de su último trabajo…
DAMN fue el disco más rap de su carrera, el más centrado en las rimas y en las canciones, uno en el que el concepto (digámoslo así) es menos claro que en anteriores ocasiones pero, también, el más directo y dirigido a la pista de baile, con canciones como “HUMBLE” (su primer y único número uno como sencillo) o “LOYALTY” convirtiéndose en éxitos absolutos.
Pero que DAMN fuera más directo no hizo que resultara menos intrincado musicalmente, puede que no se tratara de una enciclopedia como sí lo fue el anterior, pero Lamar se metía en lugares que nunca había estado antes, coqueteando en ocasiones con el trap y en otras con las tórridas baladas R&B. Kendrick Lamar, increíblemente, salió bien parado en sus dos incursiones en territorio Drake, principalmente en “LOYALTY”, un dueto con Rihanna que sonaba más sexy que “Work”.
Kendrick decía adiós al jazz de To Pimp A Butterfly y a la influencia de George Clinton pero buscando nuevos sonidos sin traicionar su personalidad, desde el inicio con las cuerdas de la intro “BLOOD”, en la que cuenta una historia sobre cómo ve a una mujer ciega y se ofrece a ayudarla solo para ser asesinado por ella, hasta la canción que cierra el disco, “DUCKWORTH”, otra demostración de su enorme clase como letrista y como cuentacuentos.
Luego llegó la banda sonora de Black Panther en la que ejercía como figura principal y le dio un nuevo éxito mundial, con canciones como “All The Stars” junto a SZA. Pero, de repente, el rapero dio un paso atrás y se alejó de los focos, durante cuatro años sus apariciones fueron esporádicas, y en un mundo sin memoria se empezó a coquetear con la idea de su retirada, pero Lamar ya había dejado dicho que iba a entregar un último disco para Top Dawg y, al poco de su incendiaria actuación en el descanso de la Super Bowl de este año, retuiteaba un antiguo tuit en el que se leía, Kendrick Lamar está oficialmente retirado, y ponía un link a su website oklama.com en la que había un comunicado en el que se anunciaba la aparición de Mr. Morale & the Big Steppers.
Poco después aparecía la quinta parte de su saga The Heart, en la que, con Marvin Gaye de fondo y su incendiario flow, ponía las claves de su nuevo proyecto. El primer verso pintaba una visión del mundo de su juventud, asesinatos, agresiones, robos. Pero en lo que se centra aquí es en el daño causado en su entorno y en cómo la gente trata de hacer frente a ese ciclo que se repite en la vida de los afroamericanos. Esta canción es, como todos los cortes de la saga, una suerte de reseteo del estado de Kendrick Lamar antes de lanzar un nuevo disco. Y aquí se centra en cómo la violencia es la única forma que la industria tiene para representar y remarcar la experiencia afroamericana, y como eso ha sido vendido como “cultura” en el mainstream, en vez de cuestionar todos los efectos que puede conllevar. De ahí sus ‘transformaciones’ en los polémicos Kanye West, Will Smith o OJ Simpson.
¿Ha merecido la pena la espera? Por supuesto, el disco es otra maravilla que puede que se quede un poco corta para llegar a las cotas de Good Kid y To Pimp A Butterfly pero que puede que esté un paso por encima de DAMN, siendo el disco más personal que ha publicado hasta la fecha, centrándose en su nuevo papel como portavoz de su generación, como líder afroamericano, papeles que rechaza, intentando que la gente piense por sí misma, poniendo de relieve sus muchos defectos y problemas y terminando el disco eligiéndose a sí mismo y a su salud mental, por encima de su carrera, de su posición y de todo lo demás.
Es un disco mucho más áspero que DAMN, con Kendrick Lamar volviéndose a centrarse en el todo más que en buscar éxitos individuales en canciones, es un disco dividido en dos partes, Mr Morale y The Big Steppers, que funciona casi como una sesión de terapia para su protagonista culminando en una de las grandes canciones de su carrera, “Mother I Sober”, en la que habla de lo intrincada que está la violencia sexual dentro de la comunidad afroamericana, de cómo su propia madre fue violada y en su familia se temieron que a él le hubiera hecho lo mismo un primo suyo. Beth Gibbons, la gran voz de Portishead, es la encargada de cantar el doloroso estribillo, I wish I was somebody, anybody but myself (Me gustaría ser cualquiera, cualquiera menos yo mismo). Es una pieza trágica en la que Lamar vuelve a interpretar como si fuera un actor la letra, atormentada y dolorida, en la que aparece el gran pecado original de la sociedad estadounidense, la esclavitud, They raped our mothers, then they raped our sisters, ten they made us watch, then made us rape each other, psychotic torture between our lives we ain’t recovered (Violaron a nuestras madres, luego violaron a nuestras hermanas, luego nos hicieron mirar, luego nos hicieron violarnos entre nosotros, tortura psicótica entre nuestras vidas, no nos hemos recuperado).
El disco termina con cierta nota positiva con “Mirror”, una canción que empieza con estas palabras, me elijo a mí mismo, violines, y un mensaje claro siento no haber salvado el mundo, amigo mío, estaba demasiado ocupado construyendo el mío de nuevo. Kendrick Lamar no es ningún Mesías, nos tenemos que salvar nosotros mismos, no hay nadie que lo vaya a hacer por ti, me elijo a mí mismo, lo siento. Suena a despedida, bien podría serlo y que, a partir de ahora, Kendrick Lamar se dedique a otras cosas. Su legado es prácticamente intachable y su marcha no haría sino agrandarlo, aunque dudo que un tipo con un don como el suyo vaya a retirarse hacia el amanecer como en una película… Aunque, bien pensado, sería un final a la altura de una carrera sin tacha.
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