Dice John Turturro que prepara un spin-off de El gran Lebowski sobre el personaje de Jesus. Teniendo en cuenta el buñuelo que es Aprendiz de gigoló, su última peli como director, ojalá lo hubieran dicho los hermanos Coen y no él. Porque fueron ellos (y Gypsy Kings) los que le hicieron bailar rumba californiana para la eternidad.
Para algunos, El gran Lebowski es sólo un film menor de los Coen; un chiste de altos vuelos muy divertido, pero sin verdadera chicha. Sin embargo, para otros, El gran Lebowski es LA VIDA. Tatuajes, camisetas, memes, disfraces, quedadas entre fans y todo un universo de alrededores de la película que cristalizó a partir del 2002 en el Lebowski fest, un evento itinerante que reúne, al estilo de las convenciones trekkies, a toda la familia de Lebowski-adictos.
Total, que para ser simplemente un film-divertimento de Joel y Ethan Coen, este título de 1998 se ha colado en el subconsciente colectivo. Lo cierto es que en esta parodia fumeta de las tramas de Raymond Chandler hay material de sobra para el culto: la alfombra, los nihilistas, los rusos blancos, los homenajes a Busby Berkeley, las obras de arte de vanguardia de Julianne Moore, los diálogos cómico-porreros, los bolos y, por supuesto, la banda sonora. Además del estupendo score de Carter Burwell, están los temas de la Creedence, de Dylan, de Captain Beefheart, de Yma Sumac y, muy especialmente, la mitiquísima versión de Hotel California de los Eagles a cargo de Gypsy Kings.
Los Gypsy Kings son una horterada, vale. O no: no vale. El clan hispano-francés de los Reyes llevaba desde sus inicios en 1978 en el punto de mira de los puristas del flamenco. Lo suyo era una variante estilística muy poco genuina, muy bastarda y muy abaratada. Sin embargo, esta familia gitana de Arlés colaba el turbo-famenco-pop de Djobi djoba en todas las discotecas, todas las fiestas de pueblo y todos los radio-cassettes de coches de segunda o tercera mano. Muy impuros y chabacanos, sí, pero también muy exitosos y divertidos. Y con su homónimo disco de 1989, encima, se hicieron globales.
La versiones arrumbadas de Caballo viejo, Volare o Hotel California tienen esa pátina de música de mercadillo o de cutre-gala televisiva que, de tan ordinaria, da la vuelta al marcador y se vuelve molona. Los planos detalle al ralentí en la bolera para presentar a Jesús Quintana mientras suenan los primeros compases de este cover gitano de los Eagles son leyenda. Mitificación de un personaje con una canción, a priori, muy poco mitificadora. Todo lo contrario, casi: es ridiculizadora. No obstante, el baile en cámara lenta (inspirado en los movimientos de Muhammad Ali, dicen) de este cubano uniformado en violeta cuando empiezan las primeras estrofas más que comicidad, genera fascinación. ¿Quién es ese tipo tan peculiar? ¿Por qué parece tan poderoso? ¿Por qué se diría que El Nota y Walter nunca van a ganar la semi-final contra él? Porque la suma de esta canción y estas imágenes, aunque parezcan condenadas a la caricatura y el absurdo, no deja de ser un ejemplo inesperado de iconografía de la victoria.
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