El músico norteamericano Sufjan Stevens vuelve tras cinco años de mutismo con el espléndido Carrie & Lowell, un trabajo que revalida su posición como uno de los grandes compositores de raigambre folk de nuestra era.
Hay músicos con un talento tan descomunal que no dejan más remedio que celebrar con alborozo cada una de sus dianas creativas. Por mucho que las espacien en el tiempo o que las dispersen en medio de una discografía tan abundante como enmarañada y, muchas veces, caprichosa. Una de ellas es Sufjan Stevens. Cinco años de silencio se antojaban demasiado. Un lustro esperando nuevas composiciones de un tipo de 39 años nacido en Detroit, que se convirtió por méritos propios en uno de los principales causantes de que la música yanqui de raíz folk se propulsase hasta el infinito, gracias a un genio desbordante para las melodías y a una rebosante imaginación para sazonarlas con todo tipo de arreglos.
Él ha sido una de las indiscutibles figuras de la música americana en los que llevamos de siglo. Su concierto del Primavera Sound de Barcelona en 2011, uno de los pocos que ha ofrecido en nuestro país, dejó boquiabierto a todo aquel que tuvo la ocasión de verle en el Auditorio del Fórum. Ahora vuelve con un trabajo de canciones nuevas. Un disco abiertamente confesional, acústico y austero, pero repleto de canciones primorosas. Tan delicadas que duelen de bellas. Su título es Carrie & Lowell (Asthmatic Kitty), y este es el clip de promoción que acompaña su lanzamiento. Está en la calle desde esta misma semana.
Es un disco que nos habla de relaciones familiares nunca del todo comprendidas, de vínculos rotos, de la necesidad de entender a los seres queridos y del irremediable sentimiento de pérdida que su ausencia deja como rastro. Once canciones confesionales e intimistas, pero que apelan a la vis más sensible que cada uno de nosotros puede (debe) entrañar. Y para el que ha contado con la ayuda de músicos tan eficientes como Sean Carey, Laura Veirs, la violinista Nedelle Torrisi (integrante del delicioso dúo Nedelle & Thom) o el pianista Thomas Bartlett.
Un nuevo álbum que remite inequívocamente a la época de Seven Swans (Family Rekords/Sounds Familyre, 2004), el álbum que le puso en el mapa de los valores emergentes en alza, también en Europa. Un trabajo absolutamente exquisito, que deslumbró a crítica y público.
Pese al excelente contenido de aquel trabajo, lo que nadie podría esperarse es que en tan poco tiempo tramase una continuación tan excelsa, grandilocuente y desbordante de colorido como fue su secuela, el deslumbrante Illinoise (Asthmatic Kitty, 2005). El disco formaba parte de una pretendida sucesión de trabajos destinados a ilustrar con música cada uno de los cincuenta estados que forman los EEUU (ya había empezado, de hecho, con Greetings from Michigan: The Great Lake State, editado por Asthmatic Kitty/Sounds Familyre en 2003).
Poco importa que tan quijotesco empeño se quedara en agua de borrajas. Porque Illinoise reafirmó la valía de un compositor que aunaba folk, góspel, country, indie pop y la tradición sonora de los grandes musicales de Broadway en un disco asombroso e inabarcable.
Su siguiente paso, al margen de un estupendo disco de sobrantes de aquellas sesiones (The Avalanche: Outtakes & Extras from the Illinois Album; Asthmatic Kitty, 2006), un sustancioso disco navideño (Songs for Christmas; Asthmatic Kitty, 2006) y una banda sonora para el cine (The BQE; Asthmatic Kitty, 2009), fue no menos ambicioso, pero resuelto con menor destreza: el electrónico The Age Of Adz (Asthmatic Kitty/Rough Trade, 2010). Un trabajo más irregular, sin duda, pero que ganó muchos enteros tras sus correspondientes presentaciones en vivo.
Carrie & Lowell es, en suma, una magnífica oportunidad para reencontrarse con un compositor de extrema sensibilidad y magna capacidad para enhebrar melodías de una belleza punzante. De las que calan a la primera, al tiempo que no dejan de asombrar a cada nueva escucha. Échenle el lazo a “Death with Dignity”, “Fourth of July” o esta “Should Have Known Better”. No se arrepentirán. Su prodigioso trazo bien lo merece.
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