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Cultura

Filosofía y cine: imágenes que «dan que pensar»

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 5 de marzo de 2024

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Un acierto del irregular ensayo de Cristopher Falzon La filosofía va al cine fue situar el mito de la caverna de Platón en un doble escenario: de un lado remitía a la inquietante actualidad del fascismo a partir de la recreación que había hecho Bertolucci del engañoso mundo de las apariencias en la escena de la magnífica El conformista (1970) en que el asesino Clerici (Jean Louis Trintignant) dialoga con su viejo maestro de izquierda. De otro, el profesor de Filosofía de la Universidad de Newcastle (Australia) desmontaba el prejuicio hacia el cine como vehículo de la filosofía con una crítica inmanente al más duro de los críticos de la imagen, ¿no recurría el mismo Platón a un cuadro de la imaginación para ilustrar el mito de los encadenados frente al muro de las sombras en República?

La relación del cine con la filosofía es tan amplia que ni siquiera una enciclopedia salida de los cuentos de Borges podría contenerla. Y es que, a pesar de que la historia del arte de la imagen en movimiento cuente solo con siglo y medio de existencia, no es posible retener la influencia de este medio hipnótico, constelado de ideas (otras imágenes en el sentido amplio de W. J. T. Mitchell), onírico (cálido al decir de Marshall McLuhan) y hecho de luces en la mediación del conocimiento del mundo, en la gestación misteriosa del deseo o en las oscuras determinaciones de los hombres de los siglos XX y XXI.

El conformista (Bernardo Bertolucci, 1970)

El conformista (Bernardo Bertolucci, 1970): los espectros del fascismo italiano.

Una aproximación analítica a los modos en que se refleja esta relación coincidiría en que el cine plantea dilemas morales (la introducción a la filosofía desde el cine elaborada por Falzon acierta al iniciar este capítulo con los Delitos y faltas de Woody Allen: ¿por qué obrar moralmente si eso no proporciona más que problemas?). El cine se asoma a la complejidad del conflicto humano, porque habitualmente no se elige entre el bien y el mal sino entre dos males o entre dos formas de entender el bien –como sucede entre McMurphy y la enfermera Fletcher en Alguien voló sobre el nido del cuco (1974) y en tantas historias de Milos Forman. Otras veces el cine ilustra la historia de la filosofía: los filmes de Roberto Rossellini sobre Sócrates, Agustín de Hipona, Descartes o Blaise Pascal, el peculiar acercamiento a Wittgenstein de Derek Jarman o esa inteligente mirada que Margarethe von Trotta/ Barbara Sukowa dieron a Hannah Arendt y que empujaba tanto a volver a fumar.

El cine plantea escenarios de futuro (por cierto, ¿por qué casi nunca se afrontan las novelas de K. Dick como distopías?), cuestiones existencialistas y entresijos de la identidad (pienso en la amplia línea de El reportero de Antonioni a I’m Thinking of Ending Things de Charlie Kaufman), adaptaciones conclusivas del simposio platónico y el amor a las ideas (Her, de Spike Jonze), argumentos humanistas sobre la eutanasia, exploraciones comprensivas de los monstruos contemporáneos (los condenados a pena de muerte, la pedofilia en los films de Carlos Vermut o Todd Solondz).

Filosofía

El jovencito Wittgenstein de Jarman: ¿queréis hacer el favor de callaros, por favor?

Hay ocasiones en que pensamos el cine desde la psicología social por su capacidad para hacernos odiar, temer y amar como Krakauer (De Caligari a Hitler) o pensamos contra el cine (contra aspectos del cine) como hizo la teórica británica Laura Mulvey mostrando los estereotipos machistas del placer visual.

Los problemas abstractos y la reflexión en torno a principios universales parecen refractarios a la concreción particular e inmediata del cine y, sin embargo, el cine de Bergman, de Chantal Ackerman, de Tarkovsky, de Terrence Malick dan que pensar. Igualmente, el cine de los años sesenta representó e invitó a representar los modos de un afán contracultural.

Es por ello que podemos disfrutar de la inteligencia dedicada a explorar las relaciones entre el cine y ese pensar (desde Stanley Cavell y su disección de la screwball comedy y el perfeccionismo moral de Emerson a The Right to Look, de Nicholas Mirzoeff, o, entre nosotros, de la didáctica y sugerente manera en que Juan Antonio Rivera elucubró acerca de Lo que Sócrates diría a Woody Allen, a la  Filosofía sobre cine y cine como filosofía de Horacio Muñoz Fernández. Hay tantos que mejor no entrar en el berenjenal de los olvidos.

Por ampliar los consabidos listados de la intersección filosofía y cine, diré que uno de mis libros de cabecera junto a la Filosofía del terror de Noël Carroll, una personal colección de ensayos de Cahiers o algunas líneas de la carne y el simulacro de Cronenberg-Baudrillard, es el optimista e inteligente The Time of My Life de Hadley Freeman, una autora de pluma amable capaz de desentrañar los misterios axiológicos del cine de los ochenta como Cazafantasmas o La chica de rosa y, en particular, la oscura y deprimente lucha meritocrática en los surcos del tiempo de Regreso al futuro.

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Determinismo, capitalismo y libre albedrío: el dudoso puñetazo de George Mcfly a Biff Tannen: Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985)

Hay más, para Slavoj Žižek sucede que en Psicosis, la casa de Norman Bates está dividida con las mismas dimensiones que la teoría psicoanalítica de Freud: la planta baja el Yo, donde Norman se comporta con normalidad. Arriba está el Superyó, la madre muerta. Y abajo en el sótano está el Ello, reservado a las pulsiones ilícitas. Mientras que el apartamento de Dorothy en Terciopelo azul (David Lynch, 1986) es el espacio del Ello como puro deseo (lo oculto afuera): la inhibición moral queda suspendida. ¿Qué mejor medio que el cine para mostrarnos esta compleja idea a través de algo similar a los sueños?

filosofía

Blue Velvet Revisited (Peter Braatz, 2016)

Otra recomendación (y van muchas sobre él en este espacio) son los fascinantes, sugerentísimos y un tanto depresivos análisis que Mark Fisher hizo de películas como En la boca del miedo (Carpenter) o El resplandor (véase el capítulo «El hogar es dónde está el espectro» en uno de sus mejores textos sobre la hauntología en el cine).

El resplandor (Stanley Kubrick, 1980)

El círculo fantasmal de la repetición de la violencia patriarcal: El resplandor (Stanley Kubrick, 1980).

A mí el cine y la literatura me sirven para tratar de trascender, desde lo real-cotidiano, los grandes y seguramente mal planteados dilemas sobre ontología del ser humano en clave pseudo-antropológica: contra Hobbes y Rousseau, Truffaut (e Itard en El pequeño salvaje) y Herzog (Kaspar Hauser) nos mostraron que el hombre no nace ni bueno ni malo, sino por hacer.

Creo sinceramente que Norbert Elias podría haber ampliado y actualizado su proceso de civilización con el estudio de cómo los seres humanos nos educamos (¿nos educábamos?) con modelos del celuloide. Está pendiente un gran estudio de la sociología del cine (aventurada por gente como Ian Jarvie o Andrew Tudor) y que ignoramos mucho sobre la forma en que la vida imita al arte cinematográfico (por parafrasear a Oscar Wilde). Quizás sea solo otro ejemplo de cómo la filosofía (la lechuza de Minerva) levanta las alas al vuelo en el atardecer.

Y quizás haya preguntas que nos deberíamos hacer antes de responder apresuradamente a la de si el cine puede canalizar o hacer filosofía, ¿es que acaso el lenguaje escrito es el medio natural?, ¿han probado a ver El caballo de Turín de Béla Tarr a gran volumen solos con su misterio a las tres de la madrugada?, ¿escribieron una sola letra Sócrates, Buda, Jesús o el mismo Diógenes el cínico o más bien dejaron, ágrafos luminosos, que otros hablaran por ellos?, ¿y no conversan todavía con nosotros los diálogos platónicos de forma afín a las conversaciones de Malmkrog, el film de Cristi Puiu?

Berlin

Malmkrog (Cristi Puiu, 2020)

Hermosos: diálogos platónicos.

Malditas: derivas populistas anti-intelectualistas.

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