En algunos certámenes, como el Festival des Films du Monde de Montreal, se considera que el prestigio se consigue presentando el mayor número de estrenos mundiales.
Esto puede ser así si esos estrenos mundiales tienen cierta calidad cinematográfica, pero si el certamen tiene lugar a mediados de año, como es el caso de este, las posibilidades de proyectar una buena cinta no estrenada aún son escasas.
Y esto es así porque las mejores ya fueron elegidas para proyectarse en Berlín, en febrero; En Cannes, en mayo o en Venecia ahora, sin contar con que algunas se reservan para Toronto o, incluso, para San Sebastián.
El Festival des Films du Monde es el único de América del Norte con la categoría A, la máxima que otorga la FIAPF, y que ostentan festivales como Cannes; Es menos conocido que Toronto pero está bien considerado por ser más independiente y menos comercial.
Tal vez ese hecho suela animar a los organizadores del certamen de Montreal -que en esta edición otorgó el Gran Premio de las Américas a Mad Love, de Philippe Ramos (Francia)- a desear con tanto ahínco esos estrenos mundiales que, por las circunstancias apuntadas, ¡oh, paradoja!, no pueden proporcionar ningún prestigio.
Una de las secciones que teóricamente podría ser más interesante, la que reúne a los primeros films de nuevos directores, sí está presente en la competición canadiense. En un apartado de estas características uno -que tiene una larga y melancólica experiencia- no espera encontrar grandes joyas, aunque a veces ocurra el milagro.
En este caso hubo veinticinco películas de todo tipo, algunas desconcertantes, otras convencionales. Las más interesantes, tal vez, fueron la peruana Rosa Chumbe, de Jonatan Relayze Chiang y la japonesa Hoshigaoka Wonderland, de Show Shaganisawa.
Si la primera, que obtuvo el premio de la FIPRESCI, es una sutil parábola sobre la irrealidad de las religiones y la realidad de sus consecuencias, la cinta nipona es un fresco en el que se entrecruzan los recuerdos reprimidos y los deseos en una angustiosa red sin límites.
La otra cinta distinguida por la Federación internacional de críticos fue Misafir, cinta del turco Mehmet Eryilmaz, que se proyectó en la sección competitiva oficial y que obtuvo también el Premio Especial del Jurado oficial. En este caso la historia aborda la clásica relación madre-hija, pero resplandeciendo lúgubremente por debajo, como una piedra oscura, se adivina un sórdido incesto, hecho muy común en la sociedad turca, pero del que se habla poco.
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