Fargo se abre con la siguiente aclaración: Esta es una historia verídica. Los eventos retratados en este filme tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A petición de los sobrevivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió.
Con esa introducción los hermanos Joel y Ethan Coen nos meten de lleno en una película de opuestos, en un falso mundo de realismo, en el que realidad y ficción estarán frente a frente, ya que Fargo tiene tanto de mundo propio como el Macondo de García Márquez.
Los Coen sitúan la historia en su Minnesota natal y llevan a la reducción extrema de sus clichés, la nieve, el acento, la amabilidad, la estatua de Paul Bunyan, cosas a las que cubren con una buena capa de sangre y un mundo totalmente propio en el que lo cotidiano se ve envuelto en eventos totalmente extraordinarios.
Pero en una cosa sí que es mucho más real que la mayoría de thrillers y películas sobre crímenes y es que aquí no hay mentes brillantes y planes perfectos, sino la verdadera estupidez de gente que ha visto demasiada televisión y películas y que, con el agua al cuello y la moral en huida, decide lanzarse por la vía criminal.
Lo que está claro es que Joel y Ethan Coen tienen un mundo tan propio como aquellos autores fílmicos que han conseguido que su apellido se convierta en adjetivo, ya saben chaplinesco, felliniano, o buñuelesco. Y Fargo es un perfecto ejemplo de ese mundo (¿coeniano?) en el que la estupidez (el personaje de William H. Macy), la decencia (el personaje de Frances McDormand) y el puro mal (el personaje de Peter Stormare), conviven bajo los hados de un destino en el que si las cosas pueden salir mal, saldrán peor.
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Un mundo en el que se mezclan la sátira, el misterio, el humor negro y los escandinavos orígenes de la gente de Minnesota. En EEUU hay un viejo chiste que tiene como protagonista a un sueco americano que dice “estoy cansado de EEUU, me vuelvo a Minnesota” y que suena perfecto para una película llena de Gundersons, Lundegaards, Grimsruds y Gustafsons.
El caso es que los Coen no estaban en una posición sencilla antes de comenzar a rodar. Su anterior película, El gran salto, no había respondido a las expectativas y había sido un fracaso de crítica y público. La película tuvo un presupuesto de 30 millones de dólares y contó con la presencia de estrellas como Paul Newman o Tim Robbins pero, aun así, no recaudó más de tres millones. Así que los hermanos se la jugaban a una carta, en una industria que no perdona dos fracasos seguidos.
Cuando presentaron el guión de Fargo muchos pensaron que era su suicidio comercial definitivo, un thriller sin acción, lleno de sangre, humor negro y ninguna estrella. Y es que para este proyecto los Coen se pusieron en manos de algunos habituales como Frances McDormand, la protagonista de su primera película, Sangre Fácil, y esposa de Joel, o Steve Buscemi, que ya había aparecido en Muerte entre las flores, Barton Fink y El Gran Salto (y lo volvería a hacer en su siguiente proyecto, El gran Lebowski), además de contratar por primera vez a William H. Macy, que les ganó cuando amenazó con disparar al perro de Ethan si no le daban el papel, y a Peter Stormare, al que ya habían querido para interpretar a Eddie Dane en Muerte entre las flores.
El caso es que los Coen consiguieron el casting perfecto para cada uno de sus papeles, como ese marido tan sacrificado interpretado por John Carroll Lynch, y la película funcionó a la perfección. A pesar de que ese invierno en Minnesota no nevó especialmente, lo que hizo que tuvieran que ir subiendo más y más al norte, el rodaje fue bien y Roger Deakins entregó una fotografía increíble, con esos paisajes helados en los que la nieve no es algo bonito, sino una más de las adversidades que se presentan.
La película comienza con un coche avanzando a través de una carretera nevada, en un frío tono azul, llega a un garito en medio de la nada, en Fargo, la única vez en toda la película en la que están en la localidad que da nombre a la película, otra de esas cosas a las que nos empeñamos en buscar un sentido cuando todo lo que tienen que decir los Coen sobre ello es que sonaba mejor que Brainerd, la localidad que sí que aparece muchas más veces en la película…
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Hay una reunión entre un hombre, Jerry Lundeggard, y otros dos que no se han visto nunca, el primero quiere que estos secuestren a su mujer y dividirse el rescate, que pagará su rico suegro, con ellos. Tiene unos problemas económicos de los que no nos llegamos a enterar. Aquí entra otra de los cosas preferidas de este par de guionistas increíbles. No nos lo explican todo, habrá gente que quiera ver una secuela en la que nos cuenten lo que pasó con el millón de dólares enterrado en el hielo, habrá otros que prefieran una precuela en la que nos digan en qué puto lío financiero estaba metido el mentecato de Lundegaard para desencadenar tal cantidad de catastróficas desdichas, pero yo prefiero, como los Coen, el preciado tesoro del misterio, hay posibilidades infinitas en él.
El caso es que, como si quisieran homenajear a Hitchcock, los Coen no nos presentan a la protagonista de la película hasta la media hora del metraje, y estamos en una película de poco más de hora y media, pero desde el momento en el que aparece en pantalla Frances McDormand/Marge Gunderson se hace totalmente con ella. Es el personaje que representa la decencia y la fiabilidad de lo ordinario, a pesar de su acento, de su aspecto simple, se trata de una oficial de policía muy aguda, y no tardará en hacerse una idea de lo que ha pasado realmente con el primer triple asesinato.
Está embarazada de muchos meses, algo que no es nada casual, y es que después de presentarnos a dos personajes que han acabado con la vida de tres personas, nos enseñan a otro que está a punto de dar a luz a una nueva. Como decía al principio Fargo es una película de contrastes, es, a la vez, seria y cómica, es pesimista (todo lo que pueda salir mal…) y optimista (los Coen están con Marge y Norm), es fría, esos paisajes nevados, y cálida al mismo tiempo, las escenas en el hogar de los Gunderson.
También está lo cotidiano frente a lo extraordinario y, por supuesto, la realidad frente a la ficción, y es que esos hechos verídicos de los que hablaban al principio no lo son tal, siendo toda la película una invención de los hermanos, con pequeños detalles cogidos de casos verdaderos.
Esas contradicciones se pueden ver también en la reacción que tuvo la película, por un lado estaban los que veían en su retrato de los habitantes de Brainerd, liderados por Marge y su amable marido, una bonita reivindicación de los placeres de una vida tranquila y de unas personas honradas, pero también hubo quien quiso ver condescendencia y burla hacia unos simples y bonachones lugareños (Yaaah).
Algo que habla estupendamente del trabajo de los hermanos Coen, que dejan a la mirada del espectador para que decida si es una loa o una crítica hacia un tipo de vida simple y sin complicaciones. Quizás haya un poco de ambas, y es que en el maravilloso y contradictorio mundo de los Coen el sarcasmo también puede tener buen corazón.
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