La nueva temporada de la Fenice de Venecia se han abierto con la ligereza y fascinante maestría de esa gran partitura que es el Falstaff de Giuseppe Verdi. Última obra compuesta por el compositor, con ochenta años, y estrenada en La Scala de Milán en 1893, Falstaff es una composición magistral en todos los aspectos y ejemplo único en la literatura musical de obra en perfecto equilibrio entre la tradición del melodrama decimonónico y la modernidad de la venidera ópera del siglo XX. Equilibrio que se encuentra igualmente en la magistral síntesis a la que llegan Verdi y Arrigo Boito (autor del magnífico libreto, sin duda uno de los más impresionantes, por argucia y elegancia, de la entera historia de la ópera) entre comedia vital, divertida e irónica que atañe a la figura shakespeariana de Falstaff, y cierta melancolía y ternura hacia la vida, la juventud y sus avatares se desprende desde la mirada de un viejo compositor. Un verdadero milagro.
Myung-Whun Chung, en su quinto estreno verdiano en La Fenice, dirigió el espectáculo con seguridad y de manera convincente, aunque con ciertas libertades de ritmo no siempre justificadas, mientras que Adrian Noble presentó una puesta en escena, no siempre lograda en todos su aspectos, pero segura y en algunos momentos agradable y impecable.
El marco escénico escogido por el realizador inglés, especialista en Shakespeare, fue una reproducción del Teatro Globe de Londres (construida por el escenógrafo Dick Bird) donde terminan por desarrollarse todos los acontecimientos de la comedia. Una solución interesante, escogida prevalentemente para subrayar el origen shakesperiano de la obra, pero también eficaz a la hora de dar continuidad a la acción escénica. Las tablas del antiguo teatro inglés fueron así la taberna del primer acto, la casa de Alice Ford en Windsor, así como el bosque donde transcurre el desenlace de la obra. La puesta en escena creada por Noble funcionó bien gracias, sobre todo, a la actuación de los diferentes personajes, así como por la ironía general presente en la producción, excelente sobre todo en los primeros tres cuadros trabajados con meticulosidad, sobre todo en lo que se refiere los gestos de cada uno de los cantantes.
Sin embargo, hubo algunos desajustes que restaron algo de eficacia al espectáculo: la molesta presencia de Shakespeare en el segundo cuadro del primer acto que, mientras las comadres planean la primera broma hacia Falstaff, inexplicablemente hace los ensayos de una puesta en escena de El sueño de una noche de verano, así como el ambiente del último cuadro que resultó menos conseguido no subrayando eficazmente el cambio de tono exigido por la obra, ya dirigida hacia una parcial disminución del realismo en razón de una ambiente nocturno iluminado por la luz de la luna.
Este cambio de tono, evidenciado estupendamente por la escritura musical, no fue tampoco remarcado suficientemente por el Myung-Whun Chung que, por lo demás, dirigió magistralmente la partitura verdiana subrayando con la debida atención la fundamental relación entre texto y música si bien dejándose ir a veces a aceleraciones y deceleraciones no indicadas en la partitura y francamente innecesarias. El resultado fue una interpretación muy lineal, perfecta en resaltar el entramado orquestal y el texto, pero algo menos lograda en restituir el delicado equilibrio entre euforia, melancolía y magia presentes en algunas partes de la obra.
Nicola Alaimo es sin duda el mejor Falstaff del momento. Perfecto por presencia escénica y por la desenvoltura con que se mueve en el escenario. Gracias a su actuación no se perdió ni una palabra del liberto haciendo llegar de este modo a la audiencia un personaje lleno de matices: vanagloria, seguridad, vitalidad sin duda, pero también ingenuidad que se hace casi ternura, una sonrisa desencantada en considerar su propia debilidad, próxima a la autocomplacencia, gracias a esa argucia que, como dice en el último acto, enciende la argucia de los demás. Si hay que hacer un apunte a su interpretación fue un exceso en algunos momentos de engreimiento que, de todas formas, no quitó nada a su excelente actuación, también en lo que se refiere a lo vocal.
Considerando a los demás intérpretes, los mejores fueron el Ford de Vladimir Stoyanov (soberbio en su monólogo del segundo acto) así como el trío de las comadres Selene Zanetti (una eficaz Alice), Sara Mingardo (Mrs. Quickly) y sobre todo Veronica Simenoni perfecta en su papel de Mrs. Meg Page. Menos convincente fue por lo contrario la pareja de jóvenes; el tenor René Barbera no consiguió transmitir la ligereza y vitalidad de Fenton, mientras que Caterina Sala no fue mucho más allá de lo correcto en su interpretación de Nanneta. Éxito rotundo al final de la velada sobre todo para Alaimo y algo menos para Chung.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!