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Cultura

Ética y estética de la pureza: la última novela de Jonathan Franzen

En Hermosos y malditas, Cultura miércoles, 3 de febrero de 2016

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Crítica muy personal de Pureza. Digresión sobre EEUU y la literatura, a partir de algunas imágenes mentales de la pureza.

Pureza (Salamandra, 2015) es el título de la última novela del exitoso escritor norteamericano Jonathan Franzen (Chicago, 1959)En ella se cruzan las historias de Purity (Pip) una joven agobiada económicamente, muy unida a una madre peculiarísima; Andreas Wolf, superviviente (a medias) de la antigua RDA, líder de un proyecto afín a las intenciones de WikiLeaks: echar luz sobre la corrupción del mundo (Sunlight Project); Tom Aberant, periodista honrado (puro) cuya carrera, sin embargo, debe mucho a la fortuna de un antiguo amor, Anabel, una artista sensible que, paradójicamente, nunca quiso contaminarse con su fabulosa herencia. Prefieró ser pura, por decirlo así.

Tramas complejas, descripción exhaustiva, filiaciones determinantes, exploraciones de diván, penetración psicológica, análisis de la última motivación, talento, estilo modélico, personajes a recordar y, sin embargo, al igual que sucedía con la reflexión ética en torno a los comportamientos (individuales) y las posiciones (personales) sobre la guerra de Irak, y sobre todo alrededor de las distintas dificultades (insisto: individuales y no colectivas) y complicadas enredaderas sentimentales de la libertad personal (el sexo, amor, la amistad, la familia) en su aplaudida penúltima novela (Libertad), también las numerosas páginas de Purezasuponen una reflexión sobre la honestidad con uno mismo, la honradez frente al vistísimo rostro que nos devuelve el espejo, la integridad o, por decirlo, con el nombre de la protagonista: la pureza (Purity)

Voy en el tren. Me cosco de que el revisor lleva un buen rato esperando no sé que. Parece que tiene ganas de agredirme o peor aún, de darme algún tipo de lección. Y yo todo gordo, con cara rara y pensando en la pureza.

Diane Arbus, 1966, © The Estate of Diane Arbus, LLC

Diane Arbus, 1966, © The Estate of Diane Arbus, LLC

A veces pienso (justo ahora lo estoy pensando) que podría interesarle a otra persona (no sé exactamente a quién) la idea concreta que me he hecho acerca de la pureza. Para mí, la pureza guarda una blanca afinidad con las olas de septiembre, la playa nacarada y vacía, el viento misterioso que seca mi cuerpo gordo y cada vez más gordo, al salir del mar. ¿De qué mar? Del mar Mediterráneo.

No hay otro mar.

Caigo en que a mí, en realidad, no me gusta nada la pureza. Y que quizás por ello he leído Pureza con malos ojos. Temo que toda esta crítica sea impura. Pienso en los escritores americanos Marc Twain, E. L Doctorow, Thomas PynchonCormac McCarthy, Dashiell Hammet, Paul AusterJoyce Carol Oates, en mis queridísimos Lovecraft y Ambrose Bierce. América.

A veces pienso (ahora mismo lo estoy pensando) que podría interesar a otra persona (no sé exactamente a qué persona) la idea concreta que me he hecho acerca de América. A mí, al menos, me interesa (quizás a fin de cuentas yo mismo sea esa persona). Es una idea narrativa sobre Estados Unidos (de América stricto sensu no tengo ninguna idea). Tampoco es muy original: tengo a Estados Unidos (EEUU) por un territorio -relato físico y mental, terrible y fascinante a la vez. Un país símbolo, pura contradicción.

La música que me gusta es norteamericana (EEUU y Canadá): Bob Dylan, Simon & Garfunkel, Alex ChiltonThe Pixies, Tom Waits, Sharon van Etten, Mazzy Star. Entre mis directores de cine preferidos están Robert Altman, Alan Rudolph Arthur Penn. Sin embargo siempre me ha dado miedo ir a EEUU, he tenido pánico de lo que podrían hacer conmigo allí: una vez, en el aeropuerto deNewark, un policía con una espalda tres veces más grande que la mía y 30 kilos de más me dijo con una voz agresivamente baja que yo no era blanco sino olived skin. Desde entonces siento que todos los seres humanos de Norteamérica me miran mal, evito pisar ese país y si tengo que ir cerca de ahí doy un rodeo.

La inquietante América de Gregory Crewdson

La inquietante América de Gregory Crewdson

Ahora mismo, sin embargo, viajo a América mentalmente (mientras me desplazo a Castellón en tren) con una canción típicamente americana, hermosa y maldita a la vez: «Something came over me» de Chris Stamey. ¿De qué otro contradictorio lugar podrían emerger canciones así? Pienso en el rock. Caigo en que no me convenció el personaje de Richard Katz aquel rockero de Libertad y que, en general, prefiero las tramas pequeñas a las grandes tramas. Por ello disfruté más Las correcciones, tercera novela de Franzen, que Purity  (tengo muchas quejas del ambicioso, peligroso y un poco santo concepto de pureza).

Quiero que el revisor se largue de una puta vez y volver tranquilamente a la crítica de Pureza, dejar de preguntarme si hay algo puro en mí. Hum… la pureza es un término ambiguo –pienso– refractario a la contradicción y la mezcla. Creo que nadie, ningún político, ningún orate, ni siquiera el mejor tertuliano de Antena 3 ha sabido, como supieron hacerlo los grandes escritores norteamericanos de Poe aHerman Melville; de Hemingway a Belowde Joseph Roth a Richard Ford) mezclar la vida propia en el espíritu fascinante y tormentoso de las contradicciones que soplaban la noche de la más reciente, simple y pura de las civilizaciones. ¿Qué contradicciones?.

La mayoría de naciones, como la mayoría de personas, necesita un relato de sí mismas para aguantarse, gustarse, sobrellevarnos a nosotros mismos, entendernos y evitar que todo, absolutamente todo, se vaya al garete. También es posible decir que hay países que son al mismo tiempo…relatos. Entre los países-relato, los hay que nacieron de una poética canina y los hay que nacieron de una épica de la independencia. En ellos, como en la penúltima novela de Franzen, Libertad es una palabra fundacional. De aquella estupenda (y un pelín sobrevalorada) novela de Franzen recuerdo (no me resulta posible olvidarlo) haber sentido la lucha interior de Patty, la admiración por Walter Berglund, aquel defensor del planeta y de las aves, la complejidad y la belleza de la palabra «libertad», su perverso uso en la guerra de Irak. Sentí todo eso, pero al final de esa historia de amor sentí también un tufillo a pureza. ¡Pura contradicción!

Sí, que el relato-EEUU tiende a la contradicción, que mezclar literatura y ética es (lo reconozco) un impureza, que hay una idea de la nación-relato y que la libertad ocupa sólo un capítulo hermoso y complejo son, todas ellas, cosas sobre las que he divagado en vano muchas veces y reconozco que ni hay espacio ni es este el lugar, por mucho que este sea mi blog en EL HYPE, para extenderse en profundidad.

Apuntaré sólo algunas de esas contradicciones narrativo-culturales a modo deimpurezas: tienen que ver con Pureza, la última novela de Franzen.

Franzen

Un primer conjunto de contradicciones culturales o impurezas narrativas de EEUU, en tanto que nación-relato refiere problemas típicos de las tramas: la coherencia y la verosimilitud. En relación con la coherencia, choca tanto la vigencia de los prejuicios racistas y la querencia al apaleamiento como la empinada presidencia de Obama (piense, no obstante, el lector de EL HYPEque en España -país clasista y prejuiciado– no hay ni un ministro de origen magrebí); a su vez, la verosimilitud de la literatura épica en la tierra de las oportunidades tiene que ver, por ejemplo, con las bajas estadísticas sobre movilidad vertical, con el filofascismo de Donald Trump, pero también con la existencia de personajes como Gatsby. «El hombre hecho a sí mismo» consigue, por decirlo con el antropólogo Clifford Geertz hacer conmovedora la desigualdad que funda. Gatsby, sin embargo, no se baña en su piscina. El dinero es solo un instrumento para poder acercarse al amor. ¿Motivo espúreo o ejemplo de pureza?

Un primer conjunto de contradicciones culturales o impurezas narrativas de EEUU, en tanto que nación-relato refiere problemas típicos de las tramas: la coherencia y la verosimilitud. En relación con la coherencia, choca tanto la vigencia de los prejuicios racistas y la querencia al apaleamiento como la empinada presidencia de Obama (piense, no obstante, el lector de EL HYPE que en España -país clasista y prejuiciado– no hay ni un ministro de origen magrebí); a su vez, la verosimilitud de la literatura épica en la tierra de las oportunidades tiene que ver, por ejemplo, con las bajas estadísticas sobre movilidad vertical, con el filofascismo de Donald Trump, pero también con la existencia de personajes como Gatsby. «El hombre hecho a sí mismo» consigue, por decirlo con el antropólogo Clifford Geertz hacer conmovedora la desigualdad que funda. Gatsby, sin embargo, no se baña en su piscina. El dinero es solo un instrumento para poder acercarse al amor. ¿Motivo espúreo o ejemplo de pureza?

La poética meritocrática, la sórdida dicotomía winners/loosers, la ambivalente lírica del self made man se vieron pronto sacudidas no por la filosofía política socialdemócrata, no por un terremoto… socio-literario al modo europeo, no por una conmoción de acuerdo con el viento Steinbeck (Las uvas de la ira) sino por un inquietante viento nocturno: el viento Scott FitzgeraldRaymond Carver, los episodios de insomnio del sueño americano.

Pienso que los retablos de Franzen, y de ahí el problema de verosimilitud, sí creen en el ideal de ese sueño. Lo reflejan… los personajes femeninos (luchadoras todas), la teoría de la responsabilidad individual de Anabel en Pureza, la demencia de Alfred en Las correcciones, en mi opinión, su mejor novela. Caigo de repente (uno piensa de acuerdo con aquello en lo que trabaja y yo trabajo sobre parias y extranjeros) en que no me gusta la estereotipada forma en la que Franzen describe a los lituanos (Gitanas en Las Correcciones), a los bolivianos (en Pureza el personaje de Woll se refugia en el país de Evo Morales), a los que no son de EEUU. ¿An american white male writer? No sé, quizás solo una impureza ética de EEUU.

Carver cayendo en algo

Carver cayendo en algo

Otro importante conjunto de contradicciones en el relato EEUU se da, desde luego, en los vaivenes entre el pensamiento puritano más conservador y la avanzadilla más progresista, la misma idea de pureza (tan ligada al imaginario conservador) de las zonas rurales, la indecente desigualdad material, el jaleo mental con las armas de fuego, la corrección política, la visión infantil de la guerra. La inteligencia y el tesón más civilizados (en Pureza personificados por la pareja Aberant) cohabitan con la estupidez más intrépida (divertidísima subtrama sobre los jóvenes que suben a Facebook fotos sexis con una cabeza nuclear sacada ilegalmente de un almacén de armamento).

EEUU es el país-relato de la ética profesional (oh, la ética profesional), el prestigio, la imagen, la honestidad, la pureza. Pienso en un soldado del interior de EEUU, un chico sencillo orgulloso de haber liberado Europa de las sucias manos de Hitler(un europeo de pura cepa aria), pienso en la idea de honestidad, en una estética de la pureza.

El limitado blanco de la pureza

El limitado blanco de la pureza

Ahora mismo observo el mar desde un tren de cercanías. Seguro que la empresa de algún listillo esta echando mierda y no sólo impurezas en él. Hace frío afuera, pero no dentro del vagón. Dentro del vagón, las cristaleras enmarcan un trozo de cielo y sol.

Me río solo recordando el personaje de Chip, ese profesor encantado conFoucault. Me quito el sombrero con el capítulo de Las correcciones dedicado al hermano conservador, ese yuppie contradictorio y bueno (poco puro), empeñado en corregir las decisiones equivocadas de sus padres.

Gary Lambert es, para mí, el menos puro y, por ello, el mejor personaje de la mejor novela de Franzen.

El revisor se ha largado.

La contradicción, la inverosimilitud de los grandes relatos, la impureza… ¡América!

Thoreau autor de Walden: una filosofía de la pureza

Thoreau autor de Walden: una filosofía de la pureza

Sí, por mucho que tengamos entre los más grandes a los grandes escritores europeos (de Cervantes a Dostoievski), por mucho que los mejores novelistas del siglo XX (Proust, Kafka, Joyce o Bernhard) sean de esa zona políticamente mediocre llamada Europa, por mucho que nos fascine la literatura sudamericana (de Borges o Felisberto Hernández), lo bien cierto es que nadie, salvo los grandes escritores norteamericanos, ha podido hacer volar en la más suave y profunda de las líricas de la libertad, todas las contradiciones de la subjetividad individual: la herocidad, el amor, la honestidad, la … pureza.

Pureza es, pues, la última novela de un escritor nacido en un capítulo de la trama pura del Far West, Cable HogueJeramiah Johnson, pero también en el país-relato que de forma más cruel confundió la política exterior con una institución salvaje de apoyo a la exportación, el país del Ku Klux Klan y el país donde más en serio se ha tomado el significado de la libertad individual. Un lío irresoluble si aumentas el campo de visión, grandeza, contradicciones,impurezas… Todo ello late en las cinco novelas de Franzen y también late en Pureza.

Saco del bolsillo mis apuntes de clase, he preparado algo sobreFrederick Douglass, el reformista, escritor y hombre de estado que vivió parte de su vida como esclavo. Siempre me ha parecido modélica su visión solidaria y humilde del self made man. También me parece modélica la técnica de Franzen para presentar a sus personajes: partiendo del más llamativo de sus actos. Me río mirando los jóvenes que hay en el vagón: todos, todos, todos juegan ensimismados con sus teléfonos móviles. Observo el mar y me río de nuevo recordando el episodio del narcisismo-facebook en Pureza. Ahora que estoy mayor y gordo y probablemente por ello las mujeres ni me miran ni me ven, me ha dado por reírme solo. Me sigo riendo ahora pensando en las clases que debió impartir Chip.

El último libro de Jonathan Franzen, Pureza, es una obra notable que presenta, como mejores bazas, el sorprendente virtuosismo técnico de un novelista extraordinario y más concretamente su envidiable pericia en el manejo de la más minuciosa, casi exhaustiva, descripción psicológica de personajes sufrientes. De repente el revisor se ha percatado de que hablo y río solo. Llamo en voz bajita para mí a esta sub-baza, sin mucha pretensión de originalidad: «la baza-Dickens-Balzac». Franzen es también una especie de bestia literaria, capaz de construir el más denso de los capítulos a partir del análisis del acento que en una palabra (da igual qué palabra) pone el locutor de radio de un coche que pasaba por ahí. Franzen supera a Engels en su capacidad para diseccionar la familia, la propiedad privada y el Estado.

Pocos como Franzen han diseccionado los materiales afectivos y axiológicos que nos hacen ser lo que somos, comportarnos como nos comportamos. El episodio inicial en la casa de ocupas (¿espacio de pureza?) refleja para Franzen, según lo veo, el idealismo simpático y puro frente al idealismo impuro de Wolf y, por tanto, de Assange. Hay en Pureza dardos contra la estética de una ética cercana a la frivolidad (el personaje impuro y muy secundario de Colleen: el dinero y la fama), la discusión entre las distintas estrategias periodísticas, entre el idealismo y el pragmatismo, la oscura relación de Wolf con su madre… todo ello acredita a Franzen como uno de los mejores. Aún así no resulta posible dejar de ver enPureza algunas impurezas: distracciones, complacencias, algún lugar común.

Franzen por Werner Pawlok

Franzen por Werner Pawlok

Efectivamente, el torrente, a menudo artificial de Pureza me dejó, como ocurrió con Libertad, un sentimiento de culpabilidad, o por decirlo, con los propios ejes temáticos de Franzen, una sensación de… impureza. Culpabilidad de sentirme infantilmente dirigido, embaucado, de haber mirado hacia otro lado cuando ante mis ojos aparecían, entre extraordinarias introducciones de épocas, personajes y ambientes, tópicos y no pocos clichés, fórmulas afines a las fórmulas más folletinescas (el happy end sobre el lago de Libertad); la necesidad de resolver todas la subtramas (Franzen hubiera necesitado 1000 páginas más para no resultar precipitado) la atracción por el lado oscuro (entre Star Wars y Old Boy –sonrojante la confesión de los planes de Andreas Wolf para que Tom se acueste con su propia hija–, sonrojante la evolución del personaje-contrapunto de Colleen) en Pureza. Quizás esos clichés, esos elementos impuros, por así decir, pueden no tener tanta importancia como podría parecer, podrían resultar incluso, de alguna deliberada concesión del novelista; no hacia el lector, sino hacia sí mismo como lector: el escritor puro preocupado en dar a sus criaturas un final y no dejarlas fuera de las páginas, danzando por ahí.

Queda tras la lectura de Pureza el asombro por todo lo que se puede contruir con las palabras, la admiración por Franzen, la admiración por la inteligencia de los hombres que cuestionan los materiales de su constitución personal (el relato y la estética de su nación, la ética que los rodea, el azar de la progenitura). Quedan también entre exhaustivas descripciones de móviles mentales y personajes, interesantísimas reflexiones sobre la vida, el amor, el sexo, la responsabilidad, el arte, las críticas a Facebook y, en general, a Internet; la relación de la verdad con la belleza (Wolf convence al periodista que le ha hecho la foto con un personaje dudoso apelando a la estética con la que debe presentarse la justicia); la cuestión existencial de Pip: la identidad. Y en lo que toca a la teoría literaria, la posibilidad expresada por Balzac de que la literatura más realista pudiera sustituir al registro civil… ¡la fantasía y no sólo el idealismo largando como Wolf, en el borde del abismo!

Hermosos: el capítulo sobre la relación sexual entre ex-cónyuges (apéndice tan gratuito como excepcional).

Malditas: confesiones personales cerca de los acantilados.

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