Las firmas de moda cuelgan la etiqueta de diseñadora a celebrities, para impulsar sus ventas y contagiarse de su notoriedad.
No recuerdo cuál fue la primera, pero la retahíla de celebrities metidas a diseñadoras que jalonan la trayectoria de algunas empresas de moda en esta pasada década es abultada. Las últimas en sumarse a la lista, las pequeñas del clan Kardashian, Kendall y Kylie, que repiten con una nueva colección cápsula para Topshop. La firma británica fue de las pioneras en esto de colgar la etiqueta de diseñadora a una famosa más o menos relacionada con el ámbito creativo. En 2007, eligieron a Kate Moss para desarrollar un puñado de prendas que se agotaron en cuanto se pusieron a la venta. A partir de ahí, los ejemplos son casi incontables: Madonna para H&M, Heidi Klum para New Balance, Amy Winehouse para Fred Perry, Rita Ora para Adidas… En mis pesadillas y en los sueños húmedos de las chonis, aún aparecen recurrentemente las chanclas con brilli-brilli de Gisele Bündchen para Ipanema.
Por si alguien lo dudaba, que aún quedan ingenuos en este mundo, la celebrity en cuestión no diseña ella misma la prenda, sino que cede su nombre, a modo de licencia, para que un tercero comercialice ropa con su sello. A lo sumo, la muchacha se reúne con el equipo de diseño y supervisa y aprueba la colección. Es un paso más en esto del celebrity endorsement, es decir, vestir famosas con tu marca, una de las herramientas más antiguas y efectivas del negocio de la moda.
El resultado de estas colaboraciones suele encajar en uno de estos dos patrones: o bien la colección es anodina y daría igual que la firmara la famosa o un becario del departamento de diseño, o bien es una ida de olla de tal calibre que no tiene nada que ver con la marca que la vende y acaba colgadita en la sección de saldos.
En España, las hermanas Cruz para Mango o Miranda Makaroff para Unisa son dos ejemplos de este fenómeno, que causa risión, espasmos y sonrojo cuando se contempla la colección cápsula de Sara Carbonero para Agatha. Las piezas, unos sutiles collarcitos dorados, incorporan las iniciales A, S y M: Agatha -la marca-, Sara -ella- y Martín -sí, el hijo de la periodista. Me pregunto lo que costaría una de estas piezas si no contara con la aprobación de la señora de Casillas.
En una palabra, lo de una famosa metida a diseñadora es intrusismo, eso que tanto nos molesta en otros ámbitos profesionales y que, vaya, en el de la moda resulta que lo llamamos valor añadido.
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