Hace tiempo, probablemente, en los días más duros, en términos anímicos, de la pandemia brotó entre los usuarios de las redes sociales un desconcertante interés por algunas fórmulas de supervivencia que vendrían arropadas por el respetuoso manto del estoicismo. Se sucedieron tubes y lugares web, charlas y oportunos libros con vocación de superventas que por parafrasear a un profesor de filosofía muy querido, no pretendían llevar la ética estoica a los negocios sino hacer un negocio de esa ética.
Las ideas del estoicismo (en realidad solo una parte de una parte) se integraron así en terapias psicológicas, consejos de ayuno, agua helada y teorías de la conducta y, a día de hoy, todavía proliferan vídeos sobre el ideal estoico. Pero, ¿qué fue realmente el estoicismo) ¿Y qué hace una filosofía de hace dos mil trescientos años en un tiempo como este?
La filosofía estoica fue una de las más importantes de la antigüedad y mantuvo su enorme prestigio durante más de quinientos años, desde la fundación de la stoa (hacia 300 antes de Cristo) por Zenón de Citio. Desde Zenón, pasaron por el pórtico (stoa) del ágora de Atenas muchos pensadores con variedad de aportaciones y de acentos (frente a la mayor unidad propia de la escuela Epicúrea o el cinismo) sobre la virtud, la templanza, el ejemplo moral, el compromiso con la política y la mejora social.
Incluyó no solo teóricos, sino sabios en el ejemplo, modelos de virtud, ayer a la manera de Zenón (hoy podrían ser espejos reales del compromiso con el periodismo como las decenas de correponsales asesinados en Gaza por contar la verdad, o figuras ficcionales que encarnan valores como la teniente Ripley o el personaje de Bruna Cusi en Estiu 1993, la película de Carla Simón).
Es cierto que el estoicismo surge como crisis de los ideales cívicos de la ciudad clásica. El deterioro de la polis democrática, el cambio de la mentalidad avalan la conveniencia de una doctrina de la suficiencia personal cuando las cosas se desmoronan: individuos que se bastan a sí mismos, un espacio de libertad interior. Y es aquí donde podríamos señalar el paralelismo entre el tiempo de la stoa y nuestra época con su escasa confianza en el futuro y su aire terminal.
Pero la cosa no es así.
Para empezar, como toda corriente de pensamiento, el estoicismo corrió en el tiempo, cambió, fue a más, fue a menos, apenas dejó fragmentos (Epícteto no escribió) y suele convenirse en que hay tres periodos dentro de él: el antiguo estoicismo (el de Atenas del siglo III a C.) de Zenón, Cleantes y Crisipo; el estoicismo medio (siglo II a. C.) que tuvo como maestros a Diógenes de Babilonia y Antípatro de Tarso, a Panecio de Rodas y Posidonio de Apamea. Finalmente, el estoicismo romano (primeros siglos de nuestra era) con Séneca, Epícteto y Marco Aurelio (por orden cronológico), el emperador escribió en griego y solo Séneca, el de Córdoba, lo hizo en latín.
Además, y esto resulta de gran importancia, el estoicismo no solo fue una Ética, sino que ésta quedó inicialmente imbricada en dos perspectivas de conocimiento: la Lógica y la Física (aquí, metafísica, también).
Ni la ética, ni las presuntas consignas de superviviencia personal pueden prescindir de la pregunta acerca de cómo conocer ni de una concepción del mundo y del hombre como animal de naturaleza social. Los seres humanos para el estoicismo son hermanos, hijos del logos, comparten una razón universal. Para el estoicismo ser partícipe de esa razón universal es lo que distingue al hombre de otros animales. Su naturaleza social o comunicativa no es exactamente la del animal político (zoon politikon) de la polis de Aristóteles sino un animal tendente a una civilizada filantropía más amplia que la estrecha ciudad.
Se trata de un jalón histórico del universalismo o del cosmopolitismo (tan alejado hoy de las lógicas nacionalistas excluyentes de “los españoles primero”, o el American First). La idea de humanidad de la stoa llegará a los estoicos romanos como Epícteto (el esclavo liberado) y Marco Aurelio (el emperador melancólico), lo hará, eso sí, junto al convencimiento de que está en las manos de los seres humanos manejar la percepción de las cosas. No importan las cosas sino la opinión sobre éstas y la libertad más importante no es la que se obsesiona con una visible cadena de metal sino la que conquista el espacio interior, el espacio intelectual.
¿Más discontinuidadades con el revival estoico de los tiempos de Joker, Motomami y la red social? Los epicúreos renegaron de la política, el estoico, en cambio mantuvo un compromiso con la transformación y la mejora social, al menos hasta la resignación propia del último estoicismo (casi hasta que Marco Aurelio escribe para sí).
Abandonadas prácticamente las dos piezas iniciales (Lógica y Física), la Ética se hizo preponderante, de ahí el énfasis en la conciencia individual, la imagen retenida y difundida del sabio estoico autosuficiente (autárquico). Con todo, el estoicismo helenístico romano nunca estuvo del todo resignado. Los ideales del control de aquello que nos acontece, la búsqueda de la serenidad tan próxima a los ideales de paz, benevolencia o humanidad estaban en su razón, en su caracter, en su conciencia incluso cuando se volvieron impracticables. Ya no se trataba de crear un gran sistema, Séneca, que se abrió las venas ante los hombres de Nerón, no fue propiamente un filósofo (ni tampoco Marco Aurelio, por cierto) sino que desde la política y el poder reflexionaron para sobrevivir mejor.
Entonces, ¿qué hace el estoicismo atrayendo likes, foros y cuquis emoticonos de la era TikTok? Pues algo hermoso y algo maldito a la vez, por jugar con el rótulo de esta sección. Lo hermoso apunta al acercamiento, quizás a la posibilidad de que prenda en algún usuario la llama de la cultura universal, el deseo de saber más; lo maldito lo supone el peligro de la tergiversación reductiva, no solo la ignorancia de que el estoicismo como filosofía tenía esas tres patas, por así decir, Física, Lógica y Ética (una forma completa de estar, saber y esperar del mundo), sino la degradación de esa ética de vocación social y universalista a una serie de instrumentos individualistas de supervivencia insolidaria al modo de Robinson Crusoe.
Y es que el estoicismo, insisto en ello, tenía inicialmente a la humanidad como destinataria, era un ethos con propensión a mejorar el mundo, mantenía un el compromiso político con el progreso. Pero nada de eso parece ligar al estoicismo con el espíritu de nuestro tiempo ni a modelos delirantes de compromiso del tipo Elon Musk.
Otra hermosa posibilidad del auge del estoicismo podría obedecer al deseo de tirar el móvil al contenedor apropiado y parar.
¿No será más bien la apelación al estoicismo degradado un ardid del realismo capitalista y del amplio frente antilustrado y contracultural contra el universalismo normativo (derechos humanos, retos globales, objetivos de desarrollo sostenible, etc.) cuando no la enésima diatriba à la Milei contra la solidaridad, la conciencia de clase y el estado social?, ¿un subterfugio neoindividualista bajo la idea posmoderna de inconmensurabilidad de posiciones morales y políticas sobre la vida en común?, ¿un refugio, cínicamente propuesto, una coartada para una agresividad desagradable y viral?
Entre ambas posibilidades, para aquellos con una cierta conciencia de la brutalidad de las masas, de la necesidad del refugio frente al negacionismo, el mal gusto musical, el machismo, el racismo o la islamofobia rampantes y de la ataraxia como una serenidad del espíritu conciliable con una sociabilidad respetuosa, una apertura a la acción, al menos un compromiso con la humanidad, el estoicismo sí puede resultar una filosofía de vida.
Otra hermosa posibilidad del auge del estoicismo podría obedecer al deseo de tirar el móvil al contenedor apropiado y parar, a la esperanza de poder ir más despacio, de encontrar una suerte de serenidad, un cuidado de sí, un freno a ciertas pasiones narcisistas hoy enloquecidas, acaso una libertad interior frente a las pantallas especulares y la idiotez epocal.
Sí, creo que la moda apunta, de un lado al vaciamiento de la stoa por negociantes sin escrúpulos. Aquellos que en lugar de proponer la libertad intelectual (al modo de Epícteto, por ejemplo) tratan de sacarle likes, ventas y réditos a las conmovedoras necesidades de una generación de jóvenes entrañables merecedores de mejor suerte. Estos, como los últimos estoicos, necesitan herramientas para sobrevivir en un escenario hostil, en una sociedad fragmentada, con trabajos precarios, vivienda inaccesible, escasa confianza en el futuro, y esa necesidad habría sido detectada para los vociferantes prescriptores de ayuno y duchas frías.
El peor peligro de todos los expuestos es la conexión de la fórmula estoica degradada con el neoanarquismo, la imperturbabilidad como aceptación del statu quo de un capitalismo dañino en términos medioambientales y de cohesión social. “Soporta y abstente”, la frase de Epícteto tergiversada por la neo-pseudo-stoa con su moda del autocontrol y la redirección de los impulsos estaría tratando de sustituir el viejo fin moral de Zenón por una burda manera de desactivar la ya renqueante capacidad política de la ciudadanía. Estarían intentando poner su piedra para convertir el desapasionamiento en desafección para terminar de lograr la aceptación y la querencia del propio destino desigual en los tiempos del populismo, la corrupción y la polarización económica donde unos pocos multimillonarios tienen cada vez más y más.
Los estoicos heredaron de Heráclito el fuego como principio activo y primordial, algo que a mí siempre me ha recordado a la lucha por el derecho del jurista Ihering como motor del cambio social. El falso estoicismo de la actualidad revierte la idea de cambio social por la fe en la resignación individual. Otro gran riesgo radica pues en la enésima forma en que dirige al individuo herido la culpa absoluta de su lamentable situación personal. Aumentan así los diagnósticos individuales de tristezas, depresiones y otras aparentes patologías del ánimo cuando de lo que se trata es de un problema político y económico estructural.
Para terminar, podríamos decir con una ironía triste que esta difusión pseudoestoica dirigida a la aceptación individual de la responsabilidad, la depresión, el destino económico aparentemente meritocrático y la culpa ni siquiera es cínica.
En un sentido filosófico, el cinismo de Diogénes de Sínope y otros perros también fue otra cosa.
Otra cosa más profunda y mejor.
Hermosos: ejemplos de la ética estoica de Zenón (extranjero enterrado con honores a cargo del herario público de Atenas) en los tiempos de recelo al inmigrante.
Malditas: editoriales vendedoras de oportunismo pseudofilosófico, humo y CO2.
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