Hace poco tropecé en Twitter con un hilo de una usuaria que hablaba maravillas de la película Los tres mosqueteros. D’Artagnan (Les trois mousquetaires: D’Artagnan. 2023, Martin Bourboulon). Hasta aquí todo normal, pero resulta que en esa cinta hay una escena post-créditos, y la autora del hilo alude a dicha escena de la siguiente manera: ¡AH! HAY ESCENA POSTCRÉDITOS, COMO EN MARVEL. Las mayúsculas, claro, no son mías, son de ella.
Me quedé petrificado. Estupefacto. ¿Cómo que Como en Marvel?. Cuando se establecen ese tipo de comparaciones se suelen usar referencias arquetípicas que estén ampliamente aceptadas, que admitan poca discusión, precisamente para reforzar el propio discurso. Por ejemplo, si quiero subrayar el suspense de una película podría escribir Como en las películas de Alfred Hitchcock. No es que el director inglés inventara el suspense en el cine (o quizás sí, aunque ese es otro debate), pero está generalmente aceptado que él popularizó el género. No es una afirmación muy polémica, todo el mundo la entiende y acepta, y refuerza mi argumentación.
También podría, por ejemplo, hablar de Posesión infernal: El despertar (Evil Dead Rise. 2023, Lee Cronin) y escribir algo como La protagonista enarbola una sierra mecánica, como el protagonista de La matanza de Texas. ¿Hay más películas de terror en las que aparezca una sierra mecánica? Por supuesto, y quizás anteriores a la obra maestra de Tobe Hooper. Pero está comúnmente aceptado que es justamente la que protagoniza Leatherface la que ha establecido el uso más icónico de esta herramienta que sirve para talar árboles y, más concretamente, extremidades humanas. No tendría mucho sentido entrar a debatir sobre la exactitud histórica de la comparación. La idea es, simplemente, traer a la memoria del lector un icono, un paradigma. Un cliché, si se quiere: Hitchcock y el suspense, la sierra mecánica y Leatherface, los vampiros y Drácula, el slasher y Michael Myers, los zombis y George A. Romero, etc.
Esta usuaria de Twitter hace exactamente eso, eleva a la categoría de paradigma las escenas post-créditos de las películas de la productora de cine Marvel. Lo que, y que me disculpe la tuitera en cuestión, no solamente es muy pero que muy cuestionable, es que roza la ignorancia. ¿Las escenas post-créditos son ahora invención de Marvel?
Escribí un comentario al respecto en Twitter mostrando mi asombro: No sé en qué momento las escenas post-créditos han pasado a ser patrimonio exclusivo de Marvel, la verdad. Y me contestaron desde @SalaAbiertaES, una cuenta que recomiendo a cualquier amante del cine, confirmando mis peores sospechas: Realmente así es como la gente se refiere a esas escenas en los cines. Exactamente así.
No es la cuenta de Sala Abierta una de la que se pueda dudar mucho si hablamos de temas de exhibición en cines: la llevan trabajadores (y extrabajadores) de salas de cine. Están allí cada día, son testigos de excepción de lo que los espectadores comentan. Así pues, si atendemos a lo que dicen, podríamos concluir que existe una generación (o más de una, a saber) que piensa que las escenas post-créditos las ha inventado Marvel. Me falta el aire solamente de escribir estas palabras. Vamos a ver.
Al parecer, la primera película de la historia que incluyó una escena post-créditos data de 1966. Nótese que, por aquel entonces, Kevin Feige, el presidente de los estudios Marvel, ni siquiera había nacido (eso ocurrió en 1973), y Marvel era una editora de cómics en papel sin apenas relación con medios audiovisuales, exceptuando alguna adaptación televisiva sin apenas trascendencia de ningún tipo. La película en cuestión que, por primera vez en la historia, incluyó una escena post-créditos fue The Silencers (1966, Phil Karlson), que en España no se estrenó en cines, pero sí en formato doméstico con el nombre de Los silenciadores.
Este tipo de escenas era realmente inusual antes de la década de los años 80, que es cuando comenzaron a popularizarse, y casi nunca pasaban de la pura anécdota. Por ejemplo, los créditos finales de Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976) desfilan sobre la imagen de unas figuras troqueladas en papel de los protagonistas en el interior de un cofre, y al término de los créditos una mano cierra el cofre con llave y candado, dejando las figuras encerradas en su interior.
Aunque los escasos ejemplos de la época fueron casi todos de este estilo, ya entonces es posible encontrar algún tímido intento de solapar los créditos finales (que entonces eran muchísimo más breves que los actuales) con la narrativa propia de la película. Un proto-ejemplo lo encontramos en la seminal La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead. 1968, George A. Romero). Como todos sin duda recordamos, Ben, el protagonista, al final es miserablemente asesinado de un disparo por una jauría de cazadores de zombis que no reparan en que él no es un muerto viviente. Durante los créditos, Romero opta por enseñarnos, mediante una sucesión de impactantes imágenes fijas, cómo esa misma jauría se encarga de levantar el cadáver de Ben clavándole unos siniestros ganchos para arrojarlo a una hoguera. Al término de los créditos se nos muestra la hoguera ardiendo en un plano de unos cuantos segundos de duración.
Pero posiblemente fue Aterriza como puedas (Airplane! 1980, Jim Abrahams, David Zucker, Jerry Zucker) la primera película con una escena post-créditos que realmente alargaba un momento previamente explicado en la narración: el pasajero en el taxi, abandonado al principio de la película por el protagonista, después de pasarse toda la película esperando el regreso de su conductor mira el reloj y asegura que solamente le seguirá esperando 20 minutos más. Es una escena que pone de manifiesto la tremenda pericia cómica del trío de directores: el chiste reside en que el espectador sabe (pero el personaje en el taxi no) que su taxista se ha embarcado en un avión y, obviamente, no va a volver. Ni en 20 ni en 30 ni en 60 minutos.
Nos encontramos ya aquí ante una escena post-créditos que trasciende claramente la anécdota y que se integra semánticamente dentro de la obra cinematográfica, en este caso concluyendo un running gag que aparece varias veces a lo largo de la película. Por lo tanto, es una escena que alarga de alguna manera la narrativa, no es únicamente un gag final cuya única vía para ser efectivo es precisamente estar ubicado tras los créditos, sino que podría también tener lógica narrativa si se hubiera ubicado antes de los créditos.
Es un tipo de escena post-créditos que en 1985 probablemente alcanzó su zénit, y quizás aún no haya sido superada, con el estreno de El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, Barry Levinson, 1985). Tras contemplar durante los créditos finales a una misteriosa figura viajando en trineo por un paisaje nevado, al final vemos que ese personaje firma en el libro de huéspedes de un hotel con el nombre de Moriarty y, solo entonces, la película nos revela que ese personaje es ni más ni menos que el profesor Rathe, el malvado al que el joven Sherlock Holmes había derrotado antes de los créditos y que supuestamente había muerto en el gélido río Támesis.
La importancia de esta escena post-créditos es extraordinaria porque, seguramente no por primera vez, pero desde luego sí novedosamente en una película de gran impacto popular, una escena post-créditos alteraba de manera sustancial el desenlace explicado antes de los créditos finales. Dos años después, Masters del universo (Masters of the Universe, Gary Goddard, 1987) repetiría la jugada con una secuencia post-créditos que revelaba que Skeletor no había muerto.
La tónica que dominará este tipo de escenas en la década de los 80, sin embargo, no sería esta, sino que se reduciría casi siempre a chistes sin esa conexión semántica con el cuerpo de la obra cinematográfica, tan sólo chascarrillos a costa de algún personaje o de alguna situación explicada previamente. Gags que, estos sí, tan solo adquieren significado si están colocados detrás de los créditos finales, porque si estuvieran antes perderían toda su efectividad cómica. Son quizás las que mejor representan el concepto de escena post-créditos: su naturaleza depende justamente de su existencia tras los créditos, nunca antes de ellos.
Por ejemplo, cuando Matthew Broderick rompe la cuarta pared, algo que ya había hecho antes durante el transcurso de la película, en Todo en un día (Ferris Bueller’s Day Off, John Hughes, 1986) e invita a la audiencia en el cine a marcharse a casa.
En la escena post-créditos de Aventuras en la gran ciudad (Adventures in Babysitting, Chis Columbus, 1987), descubrimos que uno de los villanos sigue aún colgado en lo alto de un rascacielos esperando ayuda. Recuerda a la escena de Aterriza como puedas, como también lo hace la de Mejor solo que mal acompañado (Planes, Trains and Automobiles, John Hughes, 1987), en la que el ejecutivo de márquetin del principio de la película sigue examinando las fotos que el protagonista le entrega, sin acabar de tomar ninguna decisión.
Un ejemplo particular sería el de El príncipe de Zamunda (Coming to America, John Landis, 1988), donde el chiste no estaba al final sino en mitad de los créditos: un Eddie Murphy multiplicado gracias a los FX de maquillaje contaba en la barbería el memorable chiste de la sopa y la cuchara.
Ya en los años 90, Arma letal 3 (Lethal Weapon 3, Richard Donner, 1992) incluía una escena post-créditos en la que Riggs y Murtaugh discuten si deben entrar en un edificio acordonado por un aviso de bomba (al principio de la película habían detonado accidentalmente un explosivo que destruye un edificio por completo) y, cuando se bajan del coche, la bomba detona y el edificio también se derrumba. Y cómo olvidar la desternillante escena post-créditos de Olvídate de París (Forget Paris, Billy Crystal, 1995), en la que el suegro de Mickey, el protagonista, volvía a recitar el eslogan de Toyota para su desesperación.
La lista de películas que incluyen escena post-créditos sería interminable y va mucho más allá de la intención de este texto. Aquí puede consultarse una exhaustiva lista de ellas, aunque no es una lista completa. Entre las omisiones, por ejemplo, podríamos citar Vivir y morir en Los Angeles (To Live and Die in L.A., William Friedkin, 1986), Asesino del más allá (Hideaway, Brett Leonard, 1995) o House on Haunted Hill (House on Haunted Hill, William Malone, 1999), además de las ya mencionadas Olvídate de París y El príncipe de Zamunda.
En aquellos años de eclosión de las escenas post-créditos no existía Internet, no era posible saber de antemano si una película tenía o no, así que toda una generación de cinéfilos se forjó atendiendo a los créditos finales de las películas que, con la llegada de los complejos blockbusters en la segunda mitad de la década de los 70, se habían vuelto cada vez más extensos.
Las escenas post-créditos jugaron un importante papel en esta generación de amantes del cine porque, con su mera existencia, reivindicaban los créditos finales como una parte más de la obra cinematográfica, y no como la señal que marca el momento de levantarse y salir de la sala, que es como la mayoría de los espectadores los entiende. Es cierto que había algo de esnobismo en esperar hasta el final de los créditos cuando muy poca gente lo hacía, y quedarse sentado en la butaca mientras casi todos salían disparados otorgaba un cierto estatus de bicho raro, en efecto, pero también de conoisseur, de ver o entender algo que la mayoría de la gente no ve o no entiende. Es lo más cerca que he estado nunca de pertenecer a una secta.
Todo eso es algo que la llegada de Internet ha contribuido definitivamente a, como mínimo, difuminar, si no directamente borrar del mapa. Ahora es posible, antes de entrar al cine, no solo saber si la película que vamos a ver tiene una escena post-créditos, sino saber incluso el contenido de esta. Y aquí es donde entran en escena Marvel y sus dichosas escenas post-créditos.
Entiendo que la popularidad de las películas de Marvel pueda llevar a confusión respecto a la existencia histórica de estas escenas. También entiendo que vivimos en un momento social peculiar (por decirlo suavemente) en el que el histrionismo y el yocentrismo que imponen las redes sociales lo impregna casi todo. Pero es necesario observar el máximo rigor posible en nuestras afirmaciones, máxime ahora que la capacidad de penetración de cualquier comentario que hagamos en redes es, literalmente, infinita. Nadie está libre de error, claro: incluso en un momento en el que documentarse es extremadamente fácil todos podemos deslizar algún gazapo en nuestros textos. Pero una cosa es que se cuele un dato erróneo en un texto contrastado, y otra bien distinta es dar por sentado según qué cosas, por una evidente falta de documentación previa.
Acabo con el asunto de Marvel. Que las películas de estos estudios han popularizado las escenas post-créditos es un hecho incuestionable, pero es obligado apuntar dos diferencias importantísimas respecto al boom de este tipo de escenas de los 80s y 90s del siglo pasado. La primera es que, contrariamente a lo que ocurrió entonces, esta popularidad no tiene impacto alguno en la cinefilia, ni tampoco ayuda a la comprensión de las películas como obras artísticas que no terminan hasta que no acaban los créditos. La mayoría de los fans de Marvel que esperan a la escena post-créditos lo hacen mirando sus móviles, sencillamente aguantan el desfile de créditos como un mero trámite, un peaje para llegar a lo que quieren ver.
La segunda es que, si analizamos seriamente las escenas post-créditos de las películas de Marvel, la conclusión es que, en realidad, no son escenas post-créditos. Lo que hace Marvel es servirse de esas escenas para anunciar sus próximos proyectos. En la mayoría de las ocasiones no añaden información esencial, sino que aplanan el camino para futuras producciones de la compañía. Son pseudo-tráileres, son anuncios, son marketing, son publicidad de la casa.
No, Marvel no ha inventado las escenas post-créditos. De hecho, probablemente las ha destruido.
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