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“El silencio de los corderos”, una mirada feminista

En Cine y Series 12 febrero, 2021

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Se cumplen 30 años del estreno de El silencio de los corderos, una película que marcó profundamente el cine de la década de los 90 y posterior. No solo eso sino que no se puede entender el auge de las series de televisión, y su clara apuesta por el antihéroe, sin la enorme huella dejada por su personaje más carismático, Hannibal Lecter, el psicópata con el que terminamos simpatizando.

Una influencia directa en sus secuelas posteriores, una película llamada Hannibal y una serie posterior bajo el mismo nombre, que demostraban que el personaje interpretado por Anthony Hopkins, a pesar de salir mucho menos en pantalla, era el que había permanecido más en la memoria colectiva. Es más, el actual signo de los tiempos, en los que el antihéroe es el claro protagonista de las mejores ficciones tanto cinematográficas como televisivas, se podría rastrear en la fascinación que despertó Lecter.

Es una película feminista sobre una mujer tratándose de adaptar a un mundo de hombres que la toma como una intrusa.

Dos arquetipos se han repetido constantemente, el asesino en serie culto y refinado y el antihéroe sociópata que tienen sus orígenes en Lecter, estoy pensando en películas como Seven, aunque es mucho más evidente en el mundo televisivo con referentes claros como Dexter, True Detective, Mindhunter, House, el Sherlock Holmes de Benedict Cumberbatch o incluso el Walter White de Breaking Bad.

Todo esto era lo que tenía en mente antes de ponerme a escribir sobre El silencio de los corderos, pero antes de hacerlo decidí volver a verla, habían pasado varios años desde la última vez que la vi y tenía miedo de que fuera una película que hubiera envejecido mal. Nada más empezar me llamaron la atención unos títulos de crédito que me recordaban a Twin Peaks y una introducción que, como la serie de Lynch, ya te dejaba intranquilo. Una mujer, estudiante del FBI, corre sola por un bosque, la magnífica banda sonora de Howard Shore pone los pelos de punta sola, pero acompañada de los jadeos de Clarice Starling, interpretada por Jodie Foster, todavía más.

Al final, un agente más veterano le da el alto y le dice que Crawford la espera en su despacho, la cámara se queda con el hombre mirando, la mirada masculina será una de las protagonistas de la cinta. La vemos correr por el edificio del FBI, el 90% de la gente con la que se cruza son hombres, se mete en un ascensor rodeada de hombres que la sacan más de una cabeza y que la miran como una extraña, Crawford no está y otros dos hombres le dicen que espere en su despacho.

No llevamos cinco minutos aún y Jonathan Demme y el guionista Ted Tally ya han dejado claro que El silencio de los corderos no es una película sobre un elitista caníbal que come sesos, a la vez que saborea caros vinos, es una película feminista sobre una mujer tratándose de adaptar a un mundo de hombres que la toma como una intrusa.

Así que, revisando, me he encontrado con una película todavía mejor de lo que recordaba, una película que va más allá de su coqueteo con el género del terror, del thriller, de su innovador uso de los efectos narrativos y visuales, una película que es un maravilloso estudio de personajes, además de una película totalmente feminista, todo está centrado en el tremendo machismo alrededor de Clarice, el indisimulado acoso del director de la prisión dónde está Lecter, las miradas de sus compañeros al verla pasar corriendo, el hecho que comentaba al principio de meterla en un ascensor lleno de hombres desproporcionadamente más grandes que ella.

El silencio de los corderos

Hasta el mismo Crawford, un hombre al que admira Starling, la deja en evidencia cuando para ganarse al sheriff local la deja fuera de los sórdidos detalles de un crimen, solo por ser mujer, sola junto a unos agentes locales que la miran mal. Poco después, se tiene que dirigir a ellos para decirles que el FBI se hace cargo de todo y se puede notar el malestar de estar recibiendo órdenes de una mujer. Hasta cuando va a buscar información sobre el insecto encontrado en la garganta de una víctima, uno de los empollones que la ayuda intenta ligar con ella. Todo nos hace ver cómo el personaje se mueve en un mundo hecho por hombres para otros hombres. Es una intrusa allí.

Eso sí, todo esto no quita para que Lecter deje de ser fascinante o que la interpretación de Anthony Hopkins deje de ser menos buena (pocos actores pueden presumir de haber ganado un Oscar al Mejor Actor Principal con solo 25 minutos de pantalla) pero es un personaje secundario al de Clarice, es más, volviendo a verla descubres que tampoco se libra de ese comportamiento baboso, con comentarios propios de un adolescente en celo tratando de escandalizar a su profesora. En el fondo, tras su elitismo se esconde un comportamiento no muy distinto de Miggs, el recluso al que obliga a comerse su lengua tras arrojar su semen a la cara de Clarice.

Eso sí, su presentación no puede ser más icónica, estamos aterrorizados antes de verle y su presencia nos confirma que no estábamos equivocados, deseando que ese cristal que separa a Clarice (y a nosotros) del psiquiatra fuera un poco más grueso. Cada plano que comparten Hopkins y Foster es puro oro y debería proyectarse en los cursos de arte dramático, por no hablar del maravilloso empleo de los primeros planos por parte de un Demme que derrocha mucha clase en esta película.

Todas las escenas funcionan, como ese mítico momento del baile de Buffalo Bill, el otro psicópata de la película, mientras suena el Goodbye Horse de Q Lazzarus, un nuevo acierto en la selección musical de la película, como el hecho de presentarnos a una de sus víctimas al ritmo del American Girl de Tom Petty & The Heartbreakers, algo que nos hace ponernos de su lado de inmediato.

El silencio de los corderos está tan bien que hasta se sale con la suya con la pequeñas trampas que hace, por ejemplo, es imposible que Lecter se haga con la pluma del Doctor Chilton, a no ser que sea capaz de mover objetos con la mente, eso por no hablar de que su plan de fuga es francamente fantasioso. Pero Demme sabe, como antes de él Hitchcock o Spielberg, que si nos ha contado bien la película hasta entonces puede permitirse ciertas licencias para mantenernos pegados en la butaca, y eso es precisamente lo que hace.

Tanto en la fuga de Lecter como, sobre todo, en el final, Demme tira de uno de los recursos más viejos y efectivos de la historia del cine, el montaje paralelo. Para el momento en el que Clarice se encuentra frente a frente con Buffalo Bill estamos tan apegados a la agente Starling que estamos deseando que el FBI, cual Séptimo de caballería, aparezca en la puerta para salvarla, pero igual que Demme y Tally fueron lo suficientemente valientes para no buscar la típica historia de amor, tampoco van a hacer que al final aparezca un grupo de hombres para salvar a la heroína y será ella sola la que al final se libre de Bill.

El silencio de los corderos va sobre miradas, por eso el final es tan significativo, Bill disfruta del pánico de su víctima, es un depredador, la mira extasiado sin disparar, se alimenta de ese miedo, una mirada de ojos claros que comparte con Lecter y la propia Starling. Un poco antes, la agente y su mejor amiga resaltan algo que hace muy bien la congresista madre de la última víctima, llamar por su nombre a su hija, algo que se resume en una frase que define a la perfección el mensaje de la película: Si la ve como una persona y no como un simple objeto, es más difícil destrozarla. Y es que El silencio de los corderos supuso un golpe en la yugular a la tendencia de Hollywood a convertir a las mujeres en simples objetos de deseo…

Es increíble lo bien que ha aguantado el paso del tiempo El silencio de los corderos, y es que el éxito posterior de su protagonista masculino le da en parte la razón. Todo el mundo se quedó con Lecter, y las pantallas se llenaron de versiones de él. Incluso en la secuela, se desprendía que Clarice estaba tan fascinada por el psiquiatra como todos los demás, pero eso no es de lo que iba esta película sino de una mujer navegando en medio del patriarcado, algo que la hace, a día de hoy, una película todavía más actual. Puede que al final los tiempos estén alcanzando para que reconozcamos a la verdadera protagonista de la película y es que en este 2021 se ha estrenado una serie también basada en los personajes de Thomas Harris pero que, por una vez, se centra en Clarice Starling y no en Hannibal Lecter, se llama Clarice, justicia poética.

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