Es un hecho indiscutible que El padrino (Francis F.Coppola, 1972) es una obra maestra y un punto de referencia en el mundo del cine, sin duda, es un film para disfrutar al menos una vez antes de morir. Prueba irrefutable de ello es no solo haber creado escuela, sino también el haber influido en la realización de films posteriores. Este drama que conjuga elementos de tragedia griega con tintes shakesperianos, vestida de drama de gángsters y que bebe de la obra de autores como Dostoyevski, supuso un antes y un después en la historia del séptimo arte.
El honor, la lealtad, el afán de conseguir el poder y mantenerlo, el amor, la muerte, los pecados de los padres cayendo sobre los hijos… son algunos de los elementos presentes en El padrino. A través de ellos, se crea una saga que ofrece un retrato de la mafia nunca visto hasta entonces. Coppola consiguió adentrarse en el interior del mundo del hampa, a través de una mirada más introspectiva, más allá de los sicarios, los tiros y los golpes.
La historia consiguió plasmar en la gran pantalla la cara oculta de la mafia, una historia profunda, que rechazaba todo tipo de maniqueísmo, representándola tal y como es: un juego de tronos en el mundo del crimen, que infecta todo cuanto toca. Esta innovadora perspectiva, influiría decisivamente en cintas posteriores como Uno de los nuestros o la célebre serie Los Soprano.
Al igual que muchos clásicos cinematográficos, El padrino está basada en una novela, en este caso, una adaptación de la obra homónima del escritor italoamericano Mario Puzo. Se le conoce como el literato de la mafia, ya que una buena parte de sus trabajos versaron acerca del sindicato del crimen.
Especialmente llamativa resultó su capacidad de ofrecer un retrato en extremo veraz de ese mundo, teniendo en cuenta que nunca mantuvo contacto alguno con la mafia. De hecho, muchos consideran que, a la hora de diseñar sus personajes, Puzo se inspiró en Los hermanos Karamazov de Fiódor Dostoievski: un poderoso padre con un hijo impulsivo, otro filósofo, otro de carácter más afable y un último adoptado, que tiene como empleado.
La novela se publicó en 1969 y se convirtió en un bestseller casi instantáneo, vendiendo más de 10 millones de ejemplares antes de su adaptación y permaneciendo en la lista de los libros más vendidos, según The New York Times, durante casi setenta semanas. Ante tal popularidad, Robert Evans, vicepresidente de la Paramount, decidió adquirir los derechos de la novela. Ansioso por conseguir éxito de taquilla, decidió apostar por Francis Ford Coppola, quien había ganado un Oscar a mejor guion por Patton (Franklin J. Schaffner, 1970).
Coppola pertenecía a una nueva generación de ambiciosos directores que cambiaría el mundo del cine para siempre. La mayoría de ellos, con formación universitaria y estudios en cine, mostraban un enorme empeño en importar el estilo europeo del momento (en la estela de la Nouvelle Vague) y también del asiático, seducidos como estaban por la obra de Akira Kurosawa.
Verdaderos investigadores del séptimo arte, estos directores, entre los que se encontraban Steven Spielberg, George Lucas, Martin Scorsese y Michael Cimino, intentaban plasmar en sus obras aquello que admiraban, reinterpretando y adaptándolo, según sus propios criterios.
Por aquel entonces, Coppola no era un realizador conocido, únicamente contaba con nueve películas en su filmografía. No obstante, resultaba el hombre idóneo para llevar a cabo este proyecto, debido, principalmente, al hecho de ser italoamericano. Los orígenes sicilianos del director dotarían de credibilidad a la cinta, toda una obra de arte de la mercadotecnia.
Sin embargo, Coppola se mostró reacio a realizar la película, argumentando que no quería dirigir un film de mafiosos más. Según sus propias palabras, acabó aceptando el trabajo seducido por la idea de que la historia trataba el tema de la sucesión, como si el jefe de un clan de la mafia fuera un rey y sus hijos los herederos de su reino. No obstante, se especula que la verdadera razón por la que finalmente aceptó el proyecto no fue otra que una buena motivación económica y un empuje final por parte de su amigo George Lucas.
Cabe destacar la filosofía que reinaba en el mundo del cine en ese momento, tan diferente a la de nuestros días. Las productoras encomendaban sus proyectos a directores jóvenes hambrientos de gloria, concediéndoles plena libertad creativa. Sorprende a ojos de un espectador actual la audacia que mostraban los gigantes de Hollywood a la hora de depositar su confianza en directores con poca experiencia, pero rebosantes de ideas. Actualmente, resulta prácticamente imposible ver algo así en la adaptación de un bestseller o en el rodaje de un blockbuster. La época de los directores-autores desapareció, y son ahora los productores quienes juegan dicho rol.
Para la redacción de El padrino, Coppola contó con la colaboración del propio Mario Puzo. Ambos guionistas trabajaron por separado en la adaptación de la novela, enviándose mutuamente sus borradores y combinando sus scriterios e ideas. Seleccionaron aquellas partes de la novela que resultaran interesantes para la película, dejando otras para la adaptación de las posteriores entregas que actualmente conforman la saga.
El director, además, quiso introducir en el guion elementos de su propia experiencia familiar, dotando de un enorme realismo a la cinta, al mostrar la vida diaria de una típica familia italoamericana. Estos pequeños detalles, aparentemente insignificantes, dotaron a la trama de una enorme veracidad.
Un guion de estas características necesitaba un reparto que estuviera a la altura de las espectativas. Fueron muchos los actores que optaron al papel de Michael Corleone, los productores pensaron en alguien como Robert Redford para encarnar al benjamín de los Corleone, pero Coppola deseaba que fuera Al Pacino. Las presiones del director sobre Paramount fueron enormes, y los ejecutivos no creyeron en tal apuesta hasta que, por fin, vieron trabajar a Pacino en la escena del asesinato de Sollozo y McCluskey.
Marlon Brando ejercería el papel de su vida, como Vito Corleone, el pater familias del clan mafioso. Al igual que con Pacino, los productores no simpatizaban con la idea de incluir a Brando en el reparto, debido a su fama de actor problemático, considerando la posibilidad de fichar a George C. Scott, Lawrence Olivier e incluso Carlo Ponti. No obstante, tanto Coppola como Puzo estaban convencidos de que no habría otro actor que encarnara mejor al padrino.
Para caracterizar su personaje, Brando se peinó con betún para zapatos, metió algodón en su boca para aparentar la cara de un bulldog e imitó la voz ronca de un famoso gángster: Frank Costello. Así conseguiría que su personaje se convirtiera en leyenda, en un inmortal icono de la historia del cine. Prueba de ello es la cantidad de parodias y homenajes que se han encontrado en diferentes producciones a lo largo de los años. Junto a Brando, el reparto de El padrino estaría conformado por titanes de la talla de James Caan, Robert Duvall, John Cazale y Diane Keaton.
La composición de la banda sonora del film se puso a disposición de Nino Rota, a quien Coppola pidió una melodía que evocara el sur de Italia. Probablemente, el tema más icónico del filme, y que más evoca la música siciliana, sea su tema de amor, elegido para acompañar los pasos de Michael en la tierra de sus ancestros. No obstante, Rota consiguió combinar este estilo musical con elementos incluso de terror, para sugerir no solo el espíritu cultural del mundo que plasmaba, sino también la malicia, la crueldad y la frialdad que lo caracterizaban.
Complementando al talento de Nino Rota, su soberbio guion y el lujoso reparto, se encuentra la aportación estilística de Coppola. Al pertenecer a una generación de estudiosos del cine europeo y asiático, el estilo del director de La ley de la calle supuso un crisol de elementos propios de los genios del viejo continente, sumado al estilo del cine negro clásico y algún que otro guiño al suspense de Hitchcock e incluso a la gestión del movimiento de Kurosawa.
Al claroscuro de sus escenas, que recuerda inevitablemente a los cuadros de Caravaggio o de Rembrandt, se le añade una atmósfera decadente similar a la del cine negro de los años 30. La influencia de Luchino Visconti es también un elemento perceptible en la historia, especialmente al inicio de la cinta. Al igual que en El gatopardo (Il gatopardo, 1963), Coppola se valió de largas escenas familiares para definir personajes y, al mismo tiempo, hacer avanzar la trama. La prolongada secuencia de la boda de Connie está evidentemente inspirada en el baile final de El gatopardo.
Hitchcock, como hemos dicho antes, supuso también una fuente de inspiración clave a la hora de crear tensión dramática. En la escena de la muerte de Sollozo y McClusky puede apreciarse la definición de lo que el director de Psicosis definía como suspense: informar a los espectadores de lo que va a suceder, incitándolos casi instintivamente a avisar a los protagonistas de lo que está sucediendo, haciéndolos sentir impotentes, al mismo tiempo, ya que los personajes son incapaces de oírles.
En la secuencia en cuestión, la audiencia sabe que Clemenza ha colocado una pistola en el retrete del restaurante. Michael tendrá que ir al baño, en un momento dado, coger el arma y matar a sus dos enemigos. Durante la escena, veremos un continuo plano contraplano entre el joven Corleone y el Turco, acentuando la cercanía entre ambos personajes, transmitiendo así al espectador la sensación de claustrofobia del protagonista.
No obstante, El padrino es mucho más que un retrato fidedigno de la mafia y de la sociedad italoamericana. La trama de la historia de los Corleone avanza según las normas de la tragedia griega. Es como si Sófocles hubiese vivido en la América de los años 40 y 50 y que, desde su más profundo pesimismo, hubiese plasmado su perspectiva en un guion de cine. Al igual que en estas obras teatrales del siglo de Pericles, los personajes están condenados inevitablemente a la desgracia.
La mafia es un mundo en el que la voluntad no puede salvar a sus miembros de su oscuro destino. Además, como en Edipo rey, la maldición del padre no acaba con la muerte de este, sino que sus hijos y los hijos de sus hijos deberán cargar con ella como castigo por sus pecados. Vito Corleone, y más tarde su hijo Michael, tendrán que soportar una vida basada en el miedo a ser asesinados o traicionados, sufriendo el castigo más cruel, presenciar la muerte de sus hijos como consecuencia de sus actos.
El padrino de Francis Ford Coppola es, en definitiva, la esencia de la mafia, el espíritu de un mundo en el que no importa la felicidad ni el pensamiento, sino la supervivencia a cualquier precio, la falsedad, la vileza y la culpa como pilares de la propia existencia.
Esta obra consiguió replantear el cine de gángsters como nadie lo había hecho antes. Su director ofreció al público un drama que no buscaba las lágrimas del espectador, sino transmitirle la decepción de la propia existencia de la mafia. En el mundo del crimen es irrelevante quién gane, lo importante, es que todo el mundo pierde, de alguna forma o de otra.
Es por ello, y por muchísimas cosas más, que el visionado de la película El padrino es, sin lugar a dudas, una oferta que no se puede rechazar…
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