Cultura

«El órgano», de Diego Sánchez Aguilar: actualidad y simbolismo

En Hermosos y malditas, Cultura miércoles, 16/07/2025

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Novum Organum (1620) fue el título con el que Francis Bacon precisó las reglas del método científico experimental y con el que Inglaterra avanzó en el género del ensayo. De los ensayos a los que me he acercado este mes de julio creo que me quedaría con la Tierra baldía de Robert D. Kaplan y en lo que toca a ficción recomendaría precisamente El órgano (Candaya, 2025), la nueva novela de Diego Sánchez Aguilar, un autor a caballo entre España e Inglaterra.

Tras el ensordecedor y merecido aplauso a Los que escuchan (una de las grandes novelas de 2023), este escritor nacido en Cartagena regresa ahora con un novum organum, una nouvelle transida de actualidad y simbolismo –la guerra como la ruptura del orden (internacional)– que vuelve a tener al cuerpo como protagonista y que uno situaría tentativamente entre el Trastorno de Thomas Bernhard y el body horror de David Cronenberg. Por otro lado, la ganadora del premio Ramiro Pinilla de novela corta es un ejemplo de esa literatura alegórica situada en espacios (o tiempos) liminales; escritura poco sumisa a los formalismos de los géneros, de ritmo cuidado, adjetivación muy precisa e intermitente pátina política que funciona desde hace tiempo como estilema más reconocible de Sánchez Aguilar.

Diego Sánchez Aguilar

Diego Sánchez Aguilar.

La historia con un inquietante vapor de profecía como el que emanó de la balcánica y enigmática En la colina, las ciudades, de Clive Barker, con una sucesión de monólogos de voces sospechosas y con un trío de montañas a modo de coro clásico griego, avanza en ese modo POV (tan de moda ahora en tubes porn), por el cual el lector adopta el Point of View (aquí más que punto de vista, punto de escucha) del protagonista, un funcionario que investiga un crimen y que permanece en acertado silencio (que no parálisis) mientras los demás hablan y la trama se desvela.

La investigación silenciosa sobre el incendio de la iglesia y la misteriosa muerte del organista junto al trasfondo de la guerra permite, sobre todo, echar luz sobre la oscuridad espiritual de un pueblo, sobre sus miserias y sus fobias, sus patologías limitantes y sus tragedias irreversibles. Y es aquí en esas transiciones, en esas ocasiones de voz en medio del griterío o de luz en mitad de la normal oscuridad, donde El órgano exhibe su primer gran acierto: el de la polisemia de su propio título.

Porque «órgano» es el instrumento musical de viento, compuesto de tubos donde se produce el sonido, fuelles que impulsan el aire y un teclado con registros ordenados para modificar el timbre de las voces, pero un órgano es también cada una de las partes del cuerpo humano que ejercen una función. El órgano es instrumento de viento (recordemos que el aire o pneuma era para Anaxímenes el principio de todo o el arjé), pero también decimos un «órgano» (para los representantes de una organización) o incluso hablamos de «órgano» para la publicación periódica que expresa la directriz ideológica de un partido.

Diego Sánchez Aguilar

Y creo que es así, transitando con lucidez los matices y todas esas acepciones del órgano en cuestión entre la espiritualidad más inaprensible y la violencia más cercana como pronto la investigación adquiere tonos que son al mismo tiempo políticos y metafísicos, unos tonos audibles en el sonido del órgano que alcanza el cielo, pero también en la vibración de las llamas del odio (incluyendo el odio a uno mismo) que consumen por igual la madera, la inocencia y los sueños.

Esa vibración, como el zumbido de Los que escuchan su obra anterior, nunca se extinguirá, o por decirlo con algo más de esperanza, esa vibración, no importa si ondula ahora o es una sacudida de aire medieval, siempre se estará ahí porque en gran medida nuestro autor parece coincidir con ese ángel de Walter Benjamin  (Angelus Novus de Paul Klee) en que la historia es un continuum, una misma secuencia de guerras y desdichas, un cúmulo de catástrofes sobre catástrofes.

Con su aire gótico à la Gustavo Adolfo Bécquer, con recursos que remiten al testigo-pastor en la lectura que de Edipo rey hizo Michel Foucault y a la sinestesia terminal entre la música y el fin del Tiempo (explorada por Mario Cuenca Sandoval al hilo del Quatuor pour la fin du temps de Olivier Messiaen) y algunos mimbres antropológicos muy certeros es cierto que El órgano es al mismo tiempo una tragedia griega, una novela policiaca, un cuento de terror y un mito contemporáneo sobre la esencia contradictoria del ser humano, pero al mismo tiempo es algo más, ese algo más que convierte a Diego Sánchez Aguilar en uno de los escritores más sensibles (por perspicaces) e interesantes de la actualidad.

Culpa cristiana y obsesiones diabólicas, detectives eludidos y castigos prometéicos, mal de envidia, monstruos y abismos, naturaleza contradictoria y lucha humana, demasiado humana, El órgano alcanza otra de sus notas más altas, a mi juicio, tanto en las poéticas descripciones de la música de las grandes esferas como en el difícil y meritorio equilibrio entre la tradición de grandes clásicos (uno nota la presencia de K, el agrimensor kafkiano y del Fausto de Aleksandr Sokurov) y el clima inquietantemente feudal de nuestro tiempo. La novela oscila así, trágica y simbólica, entre ese viejo sufrimiento ya conocido y ese inquietante dolor político que lleva el sello de la Ilustración oscura y que muchos tememos que está aún conocer.

Hermosos: instrumentos de viento.

Malditos: miedo y odio al extranjero.

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