Figura clave del baile español, de Antonio Gades perdura su extenso legado artístico y coreográfico gracias a la compañía y a la fundación que tutela sus creaciones. Tras dos semanas de representaciones de Carmen, Fuenteovejuna continúa estos días en cartel en Barcelona (Teatre Victoria, hasta el 24 de abril). Hacía 20 años que la Compañía Antonio Gades no actuaba en Barcelona.
Estrenada en Génova en 1994, Fuenteovejuna, una de las obras favoritas del artista, refleja el carácter indómito y radicalmente libre que marcó la vida de Gades. De la misma manera que el pueblo se subleva contra el cacique en la pieza de Lope de Vega, Gades (nacido Antonio Esteve, Elda 1936-Madrid 2004) sembró su vida de rebeliones que lo llevaron a ser uno de los grandes nombres del baile a escala mundial.
Él mismo interpretó durante tres años a Frondoso, el joven campesino que junto a su novia sufre la afrenta del caquice Fernán Gómez. Con Antonio Canales como artista invitado, la obra está repleta de folclore popular (bailes extremeños, jotas, diferentes palos flamencos…) ejecutado con energía y precisión por un cuerpo de baile versátil y muy vistoso. El cante y el toque en directo y una iluminación muy acertada son otros de los puntos fuertes de este montaje de cuya adaptación se encargó José Caballero Bonald junto a Gades.
Nacido en una familia humilde de represaliados tras la guerra, llegó al baile de manera casual a los 13 años tras pasar por oficios como botones o repartidor y demostrar una pasión ilimitada por el fútbol y el ciclismo. Al entrar en la escuela de Pilar López, la maestra supo reconocer en él un talento especial para expresarse con el cuerpo, convirtiéndolo en primer bailarín de su compañía tan pronto hubo adquirido los conocimientos necesarios.
Gades siempre le agradecería a López que le hubiera enseñado la ética de la danza, a ser consciente de estar representando la cultura de un pueblo.
De esa manera, y gracias a su pensamiento abiertamente comunista, reivindicativo del poder del pueblo, su destreza como bailarín primero y como coreógrafo después le llevaron a crear un estilo único, más austero y estilizado que el conocido, atento a las fuentes primigenias del flamenco, pero también innovador y democrático al dar cabida a pulsiones populares hasta entonces menospreciadas. El fue la bisagra entre el flamenco antiguo y el contemporáneo, dignificó el flamenco convirtiéndolo en categoría estética.
Después de abandonar la compañía de Pilar López, viajó y trabajó con éxito por Francia e Italia (actuó en la Scala de Milán con figuras de la época y hasta Nureyev se confesaba impactado por su hipnótica presencia escénica), antes de regresar a Madrid y montar su propia compañía.
Influido por Vicente Escudero, otro payo maestro de maestros y referencia indiscutible del flamenco rompedor, lo que hizo durante su vida fue dar voz y cuerpo a un baile más libre con creaciones como Suite Española (1963), Don Juan (1964, obra con la que la censura estaba molesta por escenas y frases como en la que decía Dame vino amada mía, que más vale el eructo de un borracho que el rezo de un hipócrita), Bodas de sangre (1974) o Carmen (1983).
Durante toda su vida tuvo el mar como referencia, una atracción intensa desde que lo descubriera en la playa de Valencia siendo apenas un niño.
Leal a sus amigos, apasionado y ciclotímico, apareció en numerosas películas esparciendo su arte. Salomón y la reina de Saba de King Vidor junto a Gina Lollobrigida, Los tarantos de Rovira Beleta junto a Carmen Amaya, Los días del pasado, de Mario Camus, junto a Pepa Flores, la trilogía flamenca junto a Carlos Saura (Carmen, El amor brujo y Bodas de sangre) son algunos de los títulos.
Murió en 2004 y poco después sus restos fueron trasladados a Cuba. Desde su muerte, la compañía, residente en Getafe, y la fundación que él mismo creó y que lleva su nombre velan por un patrimonio coreográfico único impregnado de su filosofía vital. Todo el mundo tiene derecho a bailar, afirmó en más de una ocasión.
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