Para Paul Thomas Anderson las relaciones amorosas siempre han sido retorcidas. Hasta en su comedia romántica sui generis y película de duración más corta, la fantástica y casi mágica Embriagado de amor, el romance era raro. Y en películas río como The Master y Puro Vicio, la visión que se daba de las relaciones afectivas era obsesiva y perversa; algo suavizado en la segunda gracias al humor marciano heredado de la novela de Thomas Pynchon. Pues bien, la idea del amor como algo terrorífico en el cine de Anderson llega a unas cotas de explicitud, elegancia y sofisticación magistrales en El hilo invisible, produciendo por igual lágrimas de dolor y risas nerviosas.
El nuevo filme de director de Magnolia convierte en algo bonito para el intelecto y la vista eso del amor tóxico, contando de manera bellísima en la forma y en el contenido –aquí cada encuadre y el uso de la luz es un maridaje lleno de significados- como un diseñador de moda de éxito, Reynolds Woodcock, sociópata, workaholic, y con complejo de Edipo que esconde mensajes ocultos en sus vestidos (sí, parece la descripción de un asesino en serie), acabará encontrando a su media naranja en una inocente camarera llamada Alma que, poco a poco, interiorizará la concepción enfermiza que tiene el modisto de las relaciones de pareja.
El personaje central, interpretado por Daniel Day-Lewis, se nos presenta casi como el ogro de un cuento infantil con su casa de muñecas propia –el taller donde trabaja y vive. Es más, en el primer encuentro en privado con la camarera, una excelente Vicky Krieps, Lewis parece el Terence Stamp de El coleccionista, tomando de manera seca y fría las medidas de su futura amante para vestirla. Todo eso bajo la atenta mirada de su hermana y socia (ojo a Lesley Manville), tan o más depredadora que él; esa secuencia casi de terror donde esta husmea a Alma y describe en voz alta el olor de su piel.
El hilo invisible se podría calificar como un romance sadomasoquista -en esencia, recuerda al que protagonizaban dos mujeres en la deliciosamente pervertida The Duke of Burgundy-, y también como una descripción satírica de la lucha de clases entre el señorito cultivado y la trabajadora de pocas luces, proponiendo a la vez un universo paralelo de ficción donde los matrimonios convencionales son decadentes y los afectos son una convención social más.
En ese sentido, es revelador el fragmento de la boda y el posterior convite, patéticos, que protagoniza una dama de alta sociedad vestida por Woodcock a disgusto, por razones económicas; se trata de una de sus mecenas. Una secuencia que también se utiliza para mostrar el primer y único encuentro sexual de la pareja protagonista que intuimos en la película (su relación es más platónica que carnal). Como esos criminales que se excitan después de cometer un crimen, Alma y Woodcock harán el amor (Anderson lo da a entender con una elipsis) tras recuperar el vestido de boda que ha lucido indignamente esa rica heredera.
https://www.youtube.com/watch?v=2RCMOEt3TBo
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