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El efecto mariposa y la prensa musical

En Música miércoles, 27 de mayo de 2020

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Consulto la Wikipedia —llámenme vago— para asegurarme del significado del efecto mariposa: si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o a medio plazo, aquello de que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York.

Me gusta pensar que, en un mundo tan interconectado como el de hoy en día, la música pop se mueve de forma similar. Explico todo esto, que podría parecer una obviedad, porque hace poco, un compañero periodista (Mariano López) me preguntaba cuál era el futuro periodismo musical. Mi primer impulso fue contestar que, de saberlo, o de tenerlo (futuro, digo), yo mismo montaría mi propio medio de comunicación y dedicaría el resto de mi existencia a vivir sin preocupaciones. Bonito sería, ¿no?

Pero luego pensé en el efecto mariposa, que puede servir, a la vez, para explicar tantas cosas. O a la vez, tan pocas. Si el menor movimiento sísmico que ocurra en la escena underground de, pongamos, una ciudad de Nueva Zelanda, puede ser advertido hoy en día a los cinco minutos en California, Madrid o Berlín, ¿dónde queda el rol del periodista como descubridor de tendencias e impulsor de escenas? Creo que en la misma respuesta, que forzosamente se inclinaría a lo negativo, reside gran parte del sentido de nuestro trabajo hoy en día.

Si todo está ahora tan estrechamente interconectado, ¿por qué se remarcan tan poco esos lazos? ¿Por qué nos conformamos con multiplicar los nichos de mercado y afianzar los rasgos más tribales? ¿Por qué rara vez aplicamos la visión de larga distancia, tanto en lo geográfico como en lo temporal?

Me gusta pensar que el sonido americana es prácticamente lo mismo que unos años antes se llamó country alternativo. Que a su vez era prácticamente lo mismo que el Nuevo Rock Americano de principios de los ochenta. Me gusta pensar que la música electrónica que se hacía en Valencia a principios de los noventa era prima hermana de la que se hacía también entonces en Bélgica. Por mucho que a una se le pusiera el nombre de su ciudad y a la otra se le llamara Electronic Body Music. También me gusta saber, por contra, que el emo de ahora tiene poco que ver con el emo de los 90. O que el dubstep en los EEUU es una versión muy distinta del que nació en el Reino Unido. O que el cosmic disco pudo haber nacido en Italia (con Danielle Baldelli) pero haber proyectado su sombra al mundo desde Escandinavia (Lindstrøm) con la ropa cambiada.

efecto mariposa

Escribir sobre música en tiempos de infodemia: doble salto mortal.

Me complace leer a Simon Reynolds diseccionando 30 años de música electrónica con las herramientas de su formación como periodista en el rock de guitarras, y comparar el papel desempeñado por Joey Beltram con el de Black Sabbath. O cuando dice que desde el garage punk, pasando por los Stooges, hasta el hardcore punk, late algo muy parecido en los estilos más enérgicos del techno: eso que él llama continuum rave, hasta llegar a lo que define como la xenomania actal, que por algo se llama como un exitoso equipo de productores. Porque sí, porque, aunque no lo parezca, la música popular es un continuum. O la suma de varios continuum. Me sigue gustando también la forma en la que Alexis Petridis, otro crítico británico, disecciona discos, escenas y legados creativos en las páginas de The Guardian.

Me sigue reconfortando la capacidad de maestros como Diego A. Manrique para, partiendo de algo que podría parecer una simple anécdota, surcar diferentes estilos, generaciones y substratos socioculturales. No dando puntada sin hilo. O la forma en la que otro veterano, como Ignacio Julià, es capaz de valerse de una de las canciones menos recordadas de Lou Reed (“Junior Dad”) para ligar la sensación ante la muerte del músico con la de su propio padre, en un ejercicio de equilibrismo que en ningún momento cae en la vana sensiblería.

O la forma que tiene Rafa Cervera, compañero suyo durante décadas en Ruta 66, de alegrarnos los domingos por la mañana revoloteando acerca de cuestiones que podrían darse por finiquitadas, pero haciéndolo siempre de forma diferente, extrayendo nuevos ángulos y depurando su fórmula hasta hacer que esos músicos de los que nos habla acaben por resultarnos tan humanos que cualquiera podría considerarles parte de nuestra familia. O cómo Jaime Gonzalo puede llegar a convertir el más ramplón de los discos en una pieza de literatura musical a través de una simple crítica.

efecto mariposa

Revistas y más revistas: ¿por dónde pasa el futuro del papel?

Se están haciendo estos días trabajos y reportajes brutales en casi toda la prensa española, pero nos empeñamos en hacer caso a lo peor de esta profesión, tuiteaba hace poco un compañero periodista acerca de los medios generalistas en plena epidemia, o en plena infodemia, pero lo mismo se podría decir del resto de ramas del periodismo. Ojalá Rockdelux no hubiera tenido que chapar. Ojalá el resto de cabeceras —Mondosonoro, Efe Eme (y sus incomparables Cuadernos trimestrales), Popular 1, Ruta 66, Rockzone— tampoco lo tengan que hacer: ojalá ninguna deje de tener sentido.

Al menos, si difícilmente puede la prensa musical ser avanzadilla de nada, ni prescribir por encima de sus posibilidades (en tiempos de streaming, YouTube, algoritmos), no renunciemos a la reflexión, a la interpretación, a la investigación, a la contextualización ni a la mirada periférica: con buenos retrovisores y potentes faros delanteros. No renunciemos a darle altura, sobrevolando décadas, escenas y sistemas sociopolíticos. Hagamos del presente postgeográfico de la música una virtud, y no un hándicap. Y practiquemos el apetito omnívoro, y no nos alimentemos solo del rancho de trinchera.

efecto mariposa

Juntar letras en torno a la música: tan difícil como jugar al Scrabble.

Mencionaremos unos cuantos más: el hilo aparentemente inadvertido con el que Miguel Ángel Bargueño unió a Kathleen Hanna con PJ Harvey, Kim Gordon, Björk, Florence + The Machine, Joan As Police Woman o las Spice Girls, sin olvidarse de decenas de mujeres invisibles —empresarias, promotoras, compositoras a sueldo— en un libro (relativamente reciente) que volvía sobre lo ya dicho: una temática recurrente, pero abordada desde un prisma muy libre, casi inédito.

O Vivien Goldman rizando el rizo, conectando el bramido punk de las Pussy Riot en las calles de Moscú con la triste historia de Las Vulpes en la España principios de los ochenta, y a su vez con la música de Gia Wang en la China de 2001 o con el hardcore de Fértil Miseria en una Colombia marcada por las guerrillas y el narcotráfico durante las últimas décadas.

O Javier De Diego Romero, no en vano historiador, capaz de desmenuzar una obra tan obsesivamente detallada ya antes por cientos de escribas, como es la de los Kinks, y ligar las canciones de Ray Davies y sus secuaces a su contexto sociocultural con una precisión encomiable.

Leer de esta manera, recorriendo países, continentes, escenas y culturas gracias a la música pop, y a la forma en la que algunos periodistas se valen de ella, es lo más parecido a volar con la imaginación. Sobre todo cuando, en el mejor de los casos, hemos estado casi dos meses sin salir de casa. Ojalá no perdamos esa costumbre. Por nosotros. Por los lectores.

Podéis escuchar  más podcast de EL HYPE aquí.

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