Hay obras que aceptan transitar en los límites establecidos de lo que entendemos por noveno arte. Otras, simplemente, definen nuevos caminos que parecían imposibles, que obligan a abrir nuevos caminos de percepción. Culto Charles es una de ellas.
Lo de investigar dónde están los límites del noveno arte tiene, como casi todo en esta vida, dos poses posibles: la de los que se devanan los sesos intentando definirlos, colocando férreas e intransitables vallas que parecen intentar atesorar una entrada de diccionario como un arcano conocimiento ya inamovible y, por supuesto, la de los que, simplemente, se encargan de dinamitarlas. Unos perdemos el tiempo buscando comprender lo que tenemos delante aferrándonos a los supuestos cánones de una lógica que, en el fondo, es absurdamente aristotélica.
Otros toman el atajo de un pensamiento transversal que demuestra que una mirada ingenua consigue borrar de un plumazo la miopía progresiva con la que los prejuicios emborronan nuestra percepción. Culto Charles es una de esas obras que certifican el ridículo pasmoso en el que incurrimos cuando intentamos definir la historieta. Un arte que, reacio a encontrar una definición estática, toma todo su sentido en una mutación continua y dinámica, alimentada por la creatividad abierta de autores como José Ja Ja Ja, que dejan las preconcepciones establecidas para abordar la página en blanco desde una virginidad intencionada.
Al igual que autores como los franceses Ruppert y Mulot, José Ja Ja Ja evita mirar al cómic como referente para absorber influencias de cualquier disciplina artística, de los mass media, de la cultura popular o incluso de la actualidad componiendo una historia que choca desde su primera página. Teóricamente Culto Charles cuenta la historia de un culto suicida. En la práctica, Culto Charles es un recorrido atemporal y deslocalizado de la historia del ser humano, de su estupidez y su gloria, en el que se mezclan los mitos históricos y los creados por la cultura de masas.
Pese a que el estilo gráfico de José Ja Ja Ja es de una grafía personal incuestionable, la composición y narrativa cambian en cada episodio para fusionar forma y fondo hasta hacerlo un uno indivisible, en el que hay que dejar los sesudos análisis a un lado para dejarse llevar por la corriente gráfica. Si la portada y contraportada nos llevan a la ilustración científica y la Ilustración, las primeras páginas introducen al lector ante lo que parece una reinterpretación de los murales románicos, trasladando esa estructura avasalladora de información a borbotones, donde tiempo y espacio se intercalan continuamente, a una lectura de modernidad vanguardista que en algunos momentos me recordaba –no me pregunten por qué- a Takeo Takei.
Perdida la noción de la secuencialidad, la visión se amplía, la percepción se modifica y el dibujo lo invade todo, perdemos la necesidad de seguir una trayectoria visual definida para contemplar las páginas como un todo donde lo que parecía el horror vacui de la línea se reconvierte en un alfabeto propio. Desde los mayas a Van Gogh o Millet pasando por la abstracción total, hay un momento de avalancha de información donde dan ganas de arrancar las páginas de la exquisita y cariñosa edición de Fulgencio Pimentel para colocarlas a nuestro alrededor, a modo de exposición imposible que nos sumerja de forma definitiva en ese culto maligno.
Para comprobar si más allá de las historias que se sugieren hay un código oculto en ese marasmo de imágenes que es imposible dejar de mirar. Porque cada página de Culto Charles es una especie de mandala hipnótico, que roba nuestra atención hasta que por el rabillo del ojo nuestra percepción nos dice que algo se ha movido, que esos dibujos quietos y silentes por un momento han tomado vida. Podría ser un simple truco visual, una ilusión como la de las increíbles creaciones de Akiyoshi Kitaoka, pero tengo la sensación de que es parte de la vida propia de una obra que nace ya con vocación transmedia.
Que este libro es tan sólo una fracción de un proyecto gigantesco, y quizás interminable, de un nuevo tapiz del destino humano que, olvidadas las Parcas, se hila con imágenes digitales y catódicas, con impresión de trama estocástica y animación en Flash formando un todo único que se almacena en la nube. No hay vuelta atrás. No se puede cerrar la última página y olvidar. Culto Charles obliga a volver continuamente para experimentar sensaciones nuevas y sorprendentes en, más que cada nueva lectura –una palabra que se queda corta para definir la experiencia-, en cada nueva visita.
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